CONCEPTOS SEMÁNTICOS SOBRE EL TÉRMINO VERDAD
Manuel
Martínez Acuña
Como
se echa de ver a través del tratado de
Aristóteles, sobre el estudio de la Naturaleza, la teoría de la verdad moral -para
fijar relaciones de causa a efecto-, apuesta a la verdad intelectual, porque no tiene otra cosa que oponer a
la mentira de la moral. Por lo que de paso abre el camino a la lingüística, dado
que el lenguaje es expresión de la propia verdad.
Es así como el término verdad llega a ser aplicado comúnmente, para significar su cualidad
sustantiva y veraz, manifiesta entre una afirmación y, el hecho o realidad a la
que dicha afirmación se refiere. Y, si algún acontecimiento toma otro giro
distinto, como a menudo sucede, no ha de ser sino apariencia lo teorizado.
De entonces acá, el pensamiento
científico y filosófico de Aristóteles -visto a través de su teoría geocéntrica-,
ha quedado superado con la enunciación heliocéntrica de Copérnico, Bruno y
Galileo, que apuntalan la movilidad de la tierra; y, aprendido además a separar
lo puro y esencial de la verdad, de sus mezclas con el graznido de lo falso; de donde
se anudaron desde la baja Edad Media, lejanías históricas entre el cielo y la
tierra, tras el equívoco o falsas enseñanzas, no del filósofo, sino de sus
dogmáticos seguidores; que llegaron incluso a frenar el desarrollo de la
ciencia, con el aristotelismo eclesiástico.
Es así como entre una selva de
moldes, sentencias falsas, ritos y retos, llegamos a ese imposible de perfección que se desvanece en los pies de la verdad, con sus medias tintas, escapatorias y excusas
artificiosas. Y, de ahí, que, su nombre griego, alétheia, significara
lo mismo que después, la palabra apocalipsis. Vale decir,
quitar de un velo. No obstante la verdad, aun siendo tan
frágil, e inabsoluta (como es al tenor del hombre), hace dormir la
tempestad de las sinrazones, al pasar por ella el pedantismo frío de la
mentira.
Sin embargo, el uso de la palabra verdad, no prejuiciada, sigue abarcando como razón
fundamental, la honestidad, la buena fe y la sinceridad humana en general; sin ese falso sol creado por el
sonambulismo parlante de las religiones, lleno del misterioso estremecimiento
de lo desconocido. Cada hombre tiene su verdad, a decir de Max Stirner,
filósofo alemán, quien tanto profundiza en el estudio sobre el egoísmo o
solipsismo moral de su tiempo.
Más aún; o enhebrando logicismos baldíos,
a manera de poder echar una última mirada a aquello de que, todas las grandes verdades que teníamos como tales, no lo son, notemos en su defecto,
cómo la moral de origen divino ha sucedido, sin menoscabo alguno, a la moral
social. Es decir, que, según el sentido estrecho del concepto, se han aliado
esas dos morales, mediante las cuales, un extracto de ellas, la Biblia, aún impone en su nombre y valores intrínsecos, un juramento
secular en los Tribunales de Justicia, desde donde se le pide al procesado decir
la verdad, solo la verdad, y nada más
que la verdad; exponiendo tangencialmente a ese Libro Sagrado, al quebrantamiento de la fe jurada, como última
razón.
De
ahí que, según Kant, solo el hecho razonable, tiene la perseverancia de ser un
hecho moral.