SEMBLANZA ESCRITA POR JUAN MIGUEL
BASTIDAS Y JULIO CATELLANOS, DOS ESTUDIANTES DE PERIODISMO INVESTIGATIVO DE LA
UNIVERSIDAD RAFAÉL BELLOSO CHACÍN, A TRAVÉS DE UNA ENTREVISTA HECHA AL EFECTO,
A MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA, EN MARZO DE 2012.
MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA
“Estoy en el descanso del guerrero, no me gusta mirar hacia atrás. No vivo del
pasado, sino del presente”
Por: Juan Miguel Bastidas / Julio César Castellanos
Con una mirada profunda, llena de
sabiduría y experiencia, con su canoso cabello, sus 90 años no se hacen notar
con tanta facilidad, su semblante pausado pero que enseña una brillante
lucidez. Los años le han dejado un repertorio de vivencias y anécdotas que
perduran en sus recuerdos y en algunas de sus obras literarias, haciéndole formar
una gran sonrisa a quienes le escuchan o leen sus trabajos.
Su familia es su tesoro y “la mayor
recompensa que le dio la vida”, asegura Don Manuel Martínez Acuña. Escritor,
contador no de profesión sino por experiencias de la vida, amante genuino de la
naturaleza, ganadero y, sobre todo, padre y esposo “ejemplar”, tal y como lo
dice su hija Morayma.
Casado por más de 66 años con su
esposa Olga, Don Manuel vive en un acogedor condominio en la ciudad de
Maracaibo, lleno de pinturas. Van desde retratos de Simón Bolívar, pasando por
obras que reflejan su amor por la naturaleza, muchas regaladas por su gran
amigo, Roberto Jiménez Maggiolo, hasta aquella famosa fotografía de Marilyn
Monroe en la cual el viento juega, muy oportunamente, con su falda. Es un hombre
con pasión y vocación a la cultura.
Ese retrato de Simón Bolívar es el gran espectador de su oficina, repleta de
toda clase de libros y una computadora que maneja con una facilidad para nada
común en alguien de su edad, utiliza a la perfección el Facebook y su blog “Las
Huestes del Sosiego”, la ventana de los pensamientos más recientes y recuerdos
de Don Manuel y que demuestran su capacidad de adaptación a la vorágine de la
globalización.
Recibe a su visita como si se tratara de algún familiar o amigo entrañable de
sus tan recordadas “tertulias literarias”; shorts, una chemise y una gorra
timbrada con la palabra “Abuelón” es su atuendo para empezar a compartir sus
recuerdos y vivencias.
Un talento innato.
Así describe Don Manuel su capacidad para las letras; algo que ha sido su
“inclinación desde siempre”. Pero varios hechos de su vida fueron marcando su
vocación como escritor. Tenía 14 años cuando su hermana tiró al olvido una
obsoleta máquina de escribir, “Ana Raquel, allá en Los Puertos, tenía una
máquina voluminosa, de esas Remington. Yo no tenía cómo comprar una y se la
pedí; la metí en el lago para que botara todo el barro y le eché gasoil. La
puse a valer”, recuerda.
Mostró, con muchísimo orgullo, lo que podría considerarse su primer escrito:
“Retozos gramaticales”, transcrito por él, original de Miguel Ángel Granados,
con apenas 14 años, siempre interesado por la buena escritura. De 1941 databan
esas amarillentas hojas que aún conserva con gran aprecio, pues cómo no,
aquello era recuerdo de “la mejor” etapa de su vida, como él mismo lo confesó,
su adolescencia.
A partir de ese momento, su amor por
las letras no lo perdería nunca. “Fue el sacerdote Mariano Parra León quien a
través de la Juventud Católica venezolana formó el círculo literario, donde
enseñaba a jóvenes a desenvolverse en público, lograr elocuencia en la palabra,
etc. De ahí vienen personalidades como Eucario Romero Gutiérrez, Adolfo Romero
Luengo, entre otros. De ahí partió mi vocación”.
22 años desperdiciados.
Casi un lustro estuvo bajo la tutela
de Mariano Parra León y su Juventud Católica Venezolana, que aún recuerda por
sus actividades de lectura y recreacionales; los juegos de ping-pong, dominó,
cartas y la infaltable caimanera de béisbol.
Pero ese grupo se dispersó. Don Manuel viajó a Maracaibo donde se le “presentó
un trabajito de secretario de una jefatura. Me mandaron para La Cañada, después
para Cabimas”. Ya en la Costa Oriental se topó con supervisores de relaciones
industriales de la Creole Petroleum Corporation,
quienes le invitaron a trabajar allí.
Admite, con la voz un poco quebrada, la pérdida de 22 años trabajando en esa
transnacional, en cuanto a su real vocación: la escritura. “La fuerza de la
inercia”, como él mismo dice, le mantuvo trabajando allí. Por más de dos décadas se
desempeñó como contador e incluso conferencista gracias a su experiencia, a
pesar de no contar nunca con un título universitario.
Don Manuel es incapaz de negar lo mucho que le ayudó esa actividad laboral. En
ese tiempo fue estructurando lo que sería otra de sus grandes pasiones: su
finca dedicada a la cría del ganado. “Eduqué a los hijos y me formé una base
económica”, también lo resalta.
Su liberación de tal trabajo, vino
acompañado de una propuesta de transferencia a Caracas que él jamás aceptó. A
partir de allí, la puerta de su talento con la pluma se abrió como el grifo de
un lavamanos.
Las letras, su gran pasión.
El estilo de Don Manuel lo hace inconfundible a la hora de leer sus textos. De
muy finas maneras y con una excelente percepción a los detalles, tanto que su
entrañable amigo, Ruperto Hurtado, lo define como “uno de los mejores
detallistas de su generación”, cosa que resalta aún más dada su vocación de
escribir crónicas, narrativas anecdóticas de su vida que describen cada paso,
cada movimiento, cada lugar, haciendo que el lector imagine fácilmente esos
hermosos paisajes, lindas aborígenes y hasta pueda sentir que está viviendo la
misma travesía.
Es característico de su intención
narrativa, mostrar un poco al público de personajes y lugares que han quedado
olvidados en el tiempo, pero que para el folklore y la cultura venezolana
representan parte de sus inicios. Tal es el caso de su libro “Baúles de
Monasterio”, donde describe la forma en que vivían las tribus Yanomami en el
Amazonas de una manera novelesca, con particular énfasis en la exuberante
naturaleza del lugar, lleva al lector a conocer un poquito más de esta leyenda
nacional.
Un estilo para escribir muy refinado
lo define. Influenciado por autores y pensadores clásicos: Voltaire,
Montesquieu y Oscar Wilde. “De aquí saqué muchos de los nombres para la
novela”, comentaba Don Manuel, señalando un libro de las obras completas del dramaturgo
británico.
Su amor por la naturaleza es tan
significativo como el que profesa a su esposa e hijos, cautivando de forma muy
particular con la pasión y la serenidad transmitidas en las líneas de sus
“Huestes del Sosiego”, poemario que hoy día también titula a su blog digital y
evidencia la creativa de este literato marabino.
Se siente tan compenetrado Martínez
Acuña con la literatura, que formaba en “la terraza de la casita de la 72”, las
famosas “tertulias literarias”, no eran más que reuniones entre amigos para
compartir impresiones de literatura y pasar un momento agradable entre grandes
amigos y un buen whisky. Eran, sin duda, veladas inolvidables.
De las tertulias literarias a una
asociación.
Esa casa de la 72 es hoy en día un
concurrido sitio de comida rápida, bastante alejado de aquel hogar, donde
crecieron sus 5 hijos, que se transformaba en un espacio para la cultura cuando
Don Manuel se reunía con sus amistades.
Con ese grupo de intelectuales,
entre ellos Tito Balza Santaella, Iván Darío Parra y Roberto Jiménez Maggiolo,
fue parte de la Asociación de Escritores del Zulia (A.E.Z). Primero como
vicepresidente y luego en el máximo cargo desde 1996 al 2002. De esa
institución tiene miles de gratos recuerdos.
“Yo no tengo enemigos, el único que
tuve ya murió”, recuerda Martínez Acuña, sin querer nombrarlo. “Él fue un gran
amigo, iba a mi casa y me tomaba bastante whisky”, comenta con malicia. Pero
las cosas cambiaron después de que se presentara una situación extraña en la
tesorería de la Asociación de Escritores, bajo su responsabilidad; la que
finalmente lo condujo a renunciar y a reponer lo que no estaba.
Más allá de eso, las cosas positivas
abundaron en la Asociación de Escritores del Zulia, promovió la creación del
Circulo Literario Juvenil de esa institución: “esos muchachos a los que ayudé,
me dieron más a mí que yo a ellos”, puntualiza Don Manuel. Lastimosamente la
A.E.Z se “politizó mucho” y, para Martínez Acuña, ya no es lo mismo.
El campo y la ganadería, reliquias
de un sentir muy íntimo.
Simultáneamente al trabajo de la Creole Petroleum Corporation, Don Manuel pone en
práctica la actividad ganadera, adquiriendo su finca Oasis, en el sector
Machango del Municipio Baralt. “A papá siempre le ha gustado la actividad
física, respirar aire puro, converger con la naturaleza. Recuerdo cómo le dolió
vender esas tierras, obligado por la edad, y no poder dejarlas a mis hijos por
sus compromisos laborales y desacuerdos familiares, fue muy duro para él”
cuenta Morayma Martínez, una de las hijas del Sr Manuel con tono muy
nostálgico, “Papá necesitaba descansar”, sentencia.
Cuenta Don Manuel con mucho orgullo que una tarde lluviosa, se encontraba “una
novilla pariendo con el becerro atravesado, tenía dificultades para dar a luz,
me abalancé sin dudarlo, con todo y el torrencial aguacero que caía para lograr
salvar a ambos animales. Al final lo logré”.
Otra anécdota que
recuerda pero esta vez con tono mucho más serio, es la que sucedió un 18
de diciembre. “Me mataron 8 de mis mejores vacas, eso para mí fue muy fuerte,
me causó un impacto tremendo. La producción se me vino abajo”. Historias que
demuestran más y más facetas de un hombre que con personalidad de mucho temple
y una debilidad particular por el campo supo enfrentar y superar con gran éxito
adversidades y así mismo, disfrutar de una etapa que lo enriqueció como ser
humano y le inspiró como escritor.
“Apuntes”, su espacio en prensa.
Durante 17 años, Don Manuel plasmó
sus vivencias y experiencias en su columna “Apuntes” en el Diario Panorama. La
oportunidad, surgió de forma casual en un banco cuando el periodista Adalberto
Toledo le invitó a escribir en el diario. Crónicas, opiniones, recomendaciones
y ensayos muy provechosos sobre literatura y muchísimos otros temas los
plasmaban cada viernes en ese espacio.
Recuerda con especial afecto una
semblanza realizada por él a Humberto Fernández Morán, insigne ciudadano
marabino, que incluso llegó a ser publicada por el diario El Universal.
La relación con Panorama se fue desgastando.
La presión de entregar cada jueves un nuevo escrito, sumado al trato que allí
recibió; le incomodaba sentir cómo en el diario pensaban que le hacían un favor
al recibir su columna. Y así llegó a su fin su paso por la prensa escrita.
Camino que transitó durante 17 largos años.
Antología de los disparates.
Contrario a lo que se pueda creer,
Don Manuel, con su antecedente en la Juventud Católica Venezolana, no es una
persona con creencias religiosas arraigadas. Casi nulas se podría decir.
Desmenuza su biblioteca, pareciera algo indispensable para él hacerlo cada vez
que hablará sobre algo, para mostrar tres libros: “Los Borgia”, "La vida
sexual del clero" y “El libro negro de la inquisición”. Comenta sobre las
barbaries que ha realizado la iglesia católica encubriéndose en la fe y de su
total desacuerdo con esta institución.
La evidente pederastia existente, aún en nuestros tiempos, por un gran número
de sacerdotes católicos, o “curamichates” como él los llama, según su nieta
Brenda, es un motivo de muchísimo peso como parahaberle
hecho cambiar totalmente su percepción sobre la iglesia.
Su frase más severa sobre la religión fue la de referirse a La Biblia como “la
antología de los disparates”. Lo considera un libro que denigra totalmente de
la mujer, que tampoco es la palabra de Dios por estar escrita por hombres. “El
evangelio según San Juan lo escribieron 40 años después de muerto Cristo,
¿quién sabe cuánto pudieron inventar?”, comenta con un tono irónico.
En el descanso del
guerrero
Don Manuel es sin
lugar a dudas, un personaje emblemático de la cultura y del arraigo zuliano. Su
pasión por la literatura, el campo, el arte, el trabajo honesto y su infinito
aprecio a su selecto grupo de amigos, conviven con la genuinidad del amor a su
familia. Un hombre sencillo con carácter cuando se amerita, pero que ofrece un
sinfín de historias lindas y muy interesantes de una larga vida que sigue
llenando de regocijo a quienes han tenido la dicha de conocerlo.
Las muchas partes
recónditas donde el Sr Manuel ha estado y los lugareños que allí reposan,
agradecen de manera omnisciente las veces que han sido mencionados con sublime
gentileza en cada párrafo, cada obra, manteniéndolos presente a través del
tiempo a nuevas generaciones como un pedacito más de la cuantiosa cultura
venezolana, tan olvidada en estos tiempos, pero que Martínez Acuña rescata con
cada experiencia suya.
Ahora está disfrutando
de la vida y de todo lo que ella le ha dejado; está en el “descanso del guerrero”,
como él mismo dice. A pesar de tantas vivencias, anécdotas y recuerdos, Don
Manuel no mira mucho para atrás y dice “no vivir del pasado, sino del
presente”. A sus 90 años vive en el acá y en el ahora.