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todo esto; y, haciendo cuentas de mis raíces cristianas, intentaré contar ahora -sin ninguna pretensión de orientación espiritual implícita-, el cómo, cuándo y porqué fueron perdiendo arrojo mis convicciones religiosas, a las que estaba fuertemente adherido.
Empezaré
diciendo que, todo fue del tiempo, después de pasado. Un día y otro. Una duda y
otra más, se fueron sumando al barrunto, a la presunción filosófica que de un
hecho al otro iba acortando la transitoriedad del juicio, y daba espacio y
turno a la meditación.
Poco
a poco fueron naciendo preguntas, apareciendo catecismos, paradojas, entre
nieblas y celajes; entre la metafísica de Descartes, la Razón Pura de Kant, y
Las confesiones de San Agustín; buscando a Dios. Yendo al encuentro de explicaciones
que trascendieran mis afirmaciones y negaciones.
Cómo
no disentir de las propuestas de la Iglesia Católica, a la que pertenecí de
buena ley, si sus teólogos no hacen sino disputarse el alma del hombre, demandándole
inexcusables e incomprensibles sufrimientos en vida, para poder gozar de la
presencia de su creador después de la muerte; luego de escribir miles de crónicas
escolásticas y de imponer su rígida mano dogmática, tratando de justificar su
ausencia absoluta ante las grandes calamidades padecidas por él, como la hambruna,
las guerras, los embates climáticos, o las enfermedades.
Como
suelen ocurrir los cambios en la naturaleza, cada una de estas cosas se fueron
mezclando y vuelto a separar, en distintas proporciones, pues no había manera
de lograr que fueran diferentes; que tuvieran algo nuevo que explicar.
Así,
por ejemplo, El Génesis no puede ser interpretado como lo quiere hacer ver el
presbítero Álvarez Valdés, a través de una bien urdida retórica, o cambio de
preguntas y respuestas, (al igual que un diálogo platónico más), sin otra
finalidad que la de querer hacer evidente la presencia de un dogma, de una
esencia apenas sustentada por una parábola; o por un imaginario, pintoresco e
infantil relato, atribuido a un anónimo catequista hebreo, a quien unos
estudios comprometidos de la época llegaron a llamar Jahvista, además de
escritor sagrado.
Como
se sabe, El Génesis no propone nada; ni rivaliza, ni asume errores; afirma simplemente
que “Jahvé Dios amasó al hombre con polvo del suelo, y sopló sobre sus narices
aliento de vida.” Es la pintura testimonial y palpable fundida en la imagen de
un alfarero; moldeada tras el designio excluyente de la creación directa de
Dios. De la supervivencia del alma, y de su inmortalidad.
Mal
podría entonces el filósofo Álvarez Valdés, tener la certidumbre de no ser
víctima del engaño de una bella ilusión, ni de no haberla transmitido
inocentemente a sus lectores, sin una segunda intención encaminada a socavar
los principios de la teoría de la evolución, de Darwin.
Otra
de las cosas que también me hicieron pensar desde dentro hacia fuera, con mi
propia razón, estuvieron girando y girando en torno de los argumentos a símili del
Santo Oficio.
Fray
Giordano Bruno, nacido a la sombra del Vesubio, ciudad de Nola, Italia, fue
encarcelado durante 2.800 días y finalmente quemado en la hoguera por el Santo
Oficio, acusado de dejar entrever la armonía que envolvía su visión del
universo, y con él, el hombre; por sus posiciones filosóficas sobre el
movimiento de la tierra y la generación del cosmos. Y, en un segundo grupo, por
las tesis tenidas entonces por equivocadas respecto a Cristo, el Espíritu Santo
y la Trinidad; y por pensar que, de todo aquello de lo que la iglesia cree,
casi nada se puede probar. Ni siquiera lo afirmado de que el nazareno muriera
de buena gana.
Aquí creo necesario actualizar
ahora, lo que fue una página de la “Expulsión de la bestia triunfante” escrita
por Bruno, el héroe de un renacimiento derrotado por el oscurantismo religioso,
que con profética visión ya parecía haber intuido sobre qué clase de mundo lo
había condenado. Veamos lo que dijo:
“Las tinieblas se preferirán a la
luz, la muerte será juzgada más útil que la vida, nadie alzará los ojos al
cielo, el religioso será considerado insano, el impío será juzgado prudente, el
furioso fuerte, el pésimo bueno. Y creedme que se decidirá la pena capital para
aquel que se dedique a la religión de la mente; porque se encontrarán nuevas
justicias, nuevas leyes, nada se encontrará santo, nada religioso: no se
escuchará cosa digna del cielo o de lo celestial. Sólo quedarán ángeles
perniciosos, que mezclados con los hombres, forzarán a los míseros a la audacia
de todos los males como si fuese justicia; darán materia para guerras, rapiñas,
fraudes y todas las otras cosas contrarias al alma y a la justicia natural. Y,
ésta será la religión del mundo.”
Sobre esto me escribió el
catedrático de la U.C.V. y, ex rector de cursillos de cristiandad, Alonso
Romero Martínez, lo siguiente:
ING. ALONSO ROMERO MARTÍNEZ |
“
He leído lo que escribiste sobre Bruno, sólo que yo esas cosas las veo de otro
modo. Cuando yo estudié Música y Liturgia en la Universidad Central, un curso
corto que hice hace unos dos años atrás, donde se enfocaba todo al canto
gregoriano, y, por lo tanto, se analizaba el comportamiento de la época, la
vida monástica, el aislamiento del mundo exterior; yo intervine en una clase
para decirle al profesor que no entendía cómo alguien que se preciara de
religioso pudiera aislarse del mundo, cuando la iglesia tiene que ser
comunitaria como lo demuestra la raíz de la palabra: ecclesia; que no se podía
vivir en una forma personalizada: yo me salvo y a los demás que los parta un
rayo. El concepto de comunidad, de preocuparse los unos por los otros, de la
justicia en la repartición de los bienes; es lo que se desprende del mensaje
evangélico. El profesor me contestó: usted está viendo eso hoy, con la
mentalidad de hoy; pero es necesario transportarse para la Edad Media para
entender a los Anacoretas.
En este contexto veo lo de Bruno. Hoy vemos con horror esta persecución,
y la de Galileo. De hecho la Iglesia ha rectificado estas actitudes que, sin
lugar a dudas, fueron nefastas en la historia de la Iglesia. Naturalmente que
también hubo corrupción en el seno clerical, y, hasta malas intenciones, cosa
que ha sucedido en todas las épocas y en todas las instancias políticas y
religiosas.
Hay una cosa muy importante: La moral es cambiante, porque, si se fundamenta
en cosas externas al hombre, como es Dios, depende de la interpretación que el
hombre haga de ese conocimiento; como no es tangible, puede equivocarse, y de
hecho así ha sido en el correr de los tiempos. Por eso Kant considera que la
ética debe fundamentarse en el hombre: proceder bien porque es necesario
proceder bien; el bien en sí mismo, no fundamentado en otra cosa como lo enseña
la moral que es fundamentalmente religiosa, por consiguiente religada a un Ser
Superior que puede castigar.
Este pensamiento no puede indicar de ningún modo que yo haya cambiado
mis creencias, porque afortunadamente yo no fui arrullado con ese canto de
malignidad y contrario a todo evangelio que ocurrió en la época negra de la
Iglesia, a mí me enseñaron un Dios de amor y no castigador, una Iglesia unida y
fraternal. Esto que yo puedo escribir hoy aceptando a Kant, es la expresión de
una racionalidad”.
Saludos, Alonso Romero Martínez
RÉPLICA AL
INGENIERO ALONSO ROMERO MARTÍNEZ
Hola
Alonso: Leí con mucho interés tus comentarios o juicio crítico, sobre un breve
ensayo enfocado por mí, hacia lo que fue la inmolación del filósofo, teólogo y
seguidor de las teorías copernicanas, Giordano Bruno, a través de mi blog en
Internet:
http://apuntesmanuel.blogspot.com.
Ante
todo debo en rigor, felicitarte, por la forma tan precisa y razonada conque
logras emplazar y conducir el tema de Bruno (aludiendo por supuesto áureos
reflejos de música y canto gregorianos), hasta la misma antecámara escolástica
de la Edad Media; interpolando edades y lejanías, cosas que tuvieron todo lo
que necesitaron para ser lo que ciertamente fueron, entre el ayer inquisitorial
y el nuevo orden de cosas de hoy, impuesto al universo científico por Galileo.
Sin
embargo, cuando apuntas esta frase: “sólo que yo esas cosas las veo de otro
modo”, estás, sin proponértelo, anunciando un destino platónico ideal que da
pródigamente de sí, cuantos sentidos queramos darle. Estás acaso entonando el
estilo y la lógica aplicada al papel de la inquisición, en tanto pasaron sus
cinco siglos de historia. Por lo que cabría decir aquí, con Ortega y Gasset,
que, las verdades, una vez sabidas, adquieren una costra utilitaria que las
convierte a veces en recetas útiles, o, en un silencio cómplice, donde se
recrea la naturaleza fugitiva de colores, tonos, formas y testimonios puramente
decorativos.
Como
es por ejemplo hacer, de cuanto ocurre con Bruno, y de cuanto pasa con el
otoñal y tardío perdón invocado por la iglesia de Juan Pablo II (con vista al
caso Galileo); dos momentos distintos de una misma cosa. Es decir, se echa mano
de la situación. Se lleva a menos la matanza alucinatoria y paranoica con
formas siempre nuevas y mutables; y, ante la mirada acusadora de la historia,
se sostienen tesis teológicamente atribuibles a una voluntad divina que, ante
el “crimen” de herejía, justifica su objetiva dureza.
A todo esto (es justo admitirlo sin
dilación), tú haces viable, dejas libre –a la vista de una moral cambiante-, la
expresión de una racionalidad planteada entre ciencia y fe, iglesia y mundo.
Ahora
bien; volver a situar en el contexto histórico las prácticas, usos y
estrategias represivas de la inquisición, exentas de prejuicios y sin negar la
crueldad que las caracterizó, acaso pierda de suyo su sentido crítico si en
verdad se llega a tomar el caso de los anacoretas citados por el profesor a que
tú te refieres, como razones emblemáticas de una época que, a pesar de
coincidir con el despertar del renacimiento, jamás desandará el camino que el
tiempo abrió hacia delante.
Y,
por último, mi querido y apreciado monseñor; el problema no es, contrariamente
a las apariencias, extirpar el fantasma de la inquisición con dialécticas
románticas de vencedores y vencidos, o de excepciones generacionales (como se
observa de tus precisiones dogmáticas), sino hacer que cada fase de ese
espectro deje de verse legitimada por Dios, más allá de la leyenda, o de su
asperísima realidad.
No
me queda más entonces sino pedirte que, en razón de la interesante y fecunda
pedagogía que se desprende de tus comentarios, me concedas tu autorización,
para así poder publicarlos de inmediato en mi blog
http://apuntesmanuel.blogspot.com, como una réplica a mi ensayo “APUNTES”.
Abrazos.
Así he querido traer a manera de cotejo espiritual estos retazos
históricos, con la esperanza por supuesto de no provocar valores equívocos en
nadie, ni mucho menos insinuar abandono de creencias religiosas de quienes las
tienen; pues, por el contrario, deseo que los demás logren lo que yo no he
podido lograr, lleno de dudas y de contradicciones.
Ya
nada queda de aquellas comuniones de los primeros viernes, que con mi padre
solía compartir. Yo como miembro del Centro de Juventud Católica de Altagracia,
y él como un ferviente devoto de la Sagrada Eucaristía.
Nada
queda de aquellos padrenuestros, diez avemarías y un gloria patri del rosario,
recitados a coro con mi madre en conmemoración de los quince misterios
principales de la vida de Jesucristo y de la Virgen María.
Ni
siquiera aquella oración que cada noche rezaba desde niño, antes de irme a
dormir, dejó de perder su celestial inocencia.
Pero,
como el valor de las cosas no está en el tiempo que duren, sino en los momentos
inolvidables que dejan sembrados en el espíritu, yo sigo recordando con mucho
cariño interior, y, sin arrepentimiento alguno, toda la experiencia vivida por
mí, bajo el regazo cristiano de mis padres. Sin importar además lo que
trascienda de mi otra actitud, finalmente reducida a la cifra del agnosticismo.
Pues mi conciencia tiene para mí, el peso inherente y necesario de lo sagrado.
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