INTEMPORALIDAD
Manuel Martínez
Acuña
De su soledad, acaso
el hombre descubre el milagro de la contemplación de la belleza. Halla con ella
una evasiva a sus penurias que oscilan entre lo divagado y lo real. No obstante,
desde luego, se refugia en su naturaleza por la vida que anuncia. Sabe que la
ha descubierto, y el por qué puede ayudarlo a pensar en símbolos. A ver más
claramente. A tener una visión menos desesperada del mundo. A ver su desnudez
frente al universo.
Después ya no sabe
qué hacer con la realidad. Algo que al menos le dibuje la actualidad en su
propia dimensión; sin que ésta encarne formas futuras y aspectos del pasado, al
mismo tiempo. ¿Estaba en lo cierto Irwin Chargaff cuando dijo que “siempre
creemos estar en relación con el pasado, incluso cuando ya nos hemos separado
de él; como probablemente siente lo mismo el recién nacido cuando se le corta
el cordón umbilical, a pesar de quedar sus pendido luego en otra realidad?”
A partir de
entonces, si lo que se dice un día es válido y el otro no; o si la experiencia
llega y pasa como la moda, mejor sería no conceder mayor importancia a la
enfermedad, ni demasiada poca al enfermo. Y, si la rutina es un oficio mal
remunerado, puede ser importante por supuesto saber encontrar motivos
suficientes, para vivir el momento más intensamente, y, cambiar de oficio.
Así y todo, la
contemplación de la belleza es una manifestación inmanente al espíritu, de la
que el hombre puede beneficiarse. Vale decir, tomar de la vida, lo que la
muerte no puede darle.
20/02/2018