LA VERDAD MENTIDA
MANUEL MARTÍNEZ
ACUÑA
El hombre se ha visto siempre lleno
de dudas y preguntas, en razón de los hechos o las cosas que tan a menudo surgen
a través del uso de la palabra VERDAD. Por
lo que, desde este punto de vista, sobreviene al tema esta pregunta
forzada: ¿Puede la verdad
por sí sola
(sin el auxilio del concepto), representar en la constitución del Todo, la honestidad, la buena fe y la fidelidad, de lo que se
afirma en ella, como una adecuación sui géneris entre lo que propone y el
estado de cosas que expresa?
Merced a que la visión del concepto
suele ser una visión más completa e idónea, pudiera ocurrir entonces que, el
límite de una cosa esté en la otra. Es decir, que, si la verdad no
existe de hecho como absoluta, según lo conciben el entendimiento y la razón, pasaría
consecuencialmente a estar identificada y definida -dentro de las
interpretaciones y perspectivas históricas-, como un ente subjetivo o relativo,
dentro del sistema de las realidades.
Las preguntas por la verdad han sido siempre objeto de polémicas continuas entre
filósofos, teólogos y lógicos, considerándose un tema adherido a las fuentes
vivas y latentes de la investigación científica, la antropología filosófica y la
historia, entendidas por creencias epistemológicas verdaderas, y, no como
sentimiento de pura y simple dependencia de lo religioso, como en efecto se ha ejercido
la acción de sugerir hasta frailecitos místicos a la verdad, concernientes al alma e histerismo de monjes.
De todo esto se deduce que, tras la metáfora
de la verdad,
existe un primer plano de realidades
virtuales, que impone la perspectiva del discernimiento, basado en la evidencia
y la honestidad del razonamiento, aunque a lo sumo esté sujeto fatalmente a las
variabilidades de la época y la cultura.
Pero, además de lo ya expresado, es
particularmente interesante saber que haya una ciencia, un conocimiento teológico
o metafísico encubierto que, apenas discernible, luce opuesto a las propiedades
o primeras causas de la verdad, que dicho sea de paso, discurre con demasiada sutileza
desde sus inicios; pues deviene generalmente del énfasis aplicado a las cosas
del más allá, de las postrimerías de ultratumba, partiendo del supuesto o el
error, y no de la
verdad. Es decir, de sueños y revelaciones cuyos
límites trascienden el dominio de nuestra comprensión.
A tal efecto, saquemos como ejemplo necesario
lo que afirma un investigador de temas esotéricos, parapsicólogo y especialista
en ciencias ocultas, Burdman Schwarz (a manera de pregunta) en su libro
titulado “Me lo contó un muerto” (Pág. 110), lo siguiente: ¿Cómo ven los
muertos el mundo de los vivos?, a lo que él mismo responde más escatológico que
metafísico: “Ellos ven las mismas calles, las mismas ciudades y, a las personas,
como si estuvieran vivos.”
Pues bien, en estas circunstancias, qué
otra cosa podemos hacer entonces que no sea sobrecogernos, mal que bien, ante este
jardín de contradicciones y cielos fastuosos, que tanto pugna por hacer del comercio
de la virtud, una verdad mentida.
Maracaibo 27 de noviembre de 2014