DESDE MACHIQUES DE PARIJÁ
Manuel
Martínez Acuña
Conviene
hacer mención de nuevo, de los juicios que merece la cultura perijanera tal
como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente aquella que
se conoce a través de sus trovadores repentistas, como una referencia o punto
de partida, de ese connatural frescor y sobria fragancia que se denota de tal
instrumento de poetización rimado, que retrotrae la lingüística de hace cien
años, a un tiempo presente.
Comencemos
pues, señalando, aunque someramente, lo que en contexto responde a un patrón de
improvisaciones tradicionales, que ha estado sustantivado en un gran número de
diversas y desiguales culturas como la asiática, romana, griega o hispana, y
que además forman parte de la historia del Mediterráneo Musulmán. Por tanto, el
arte de la poesía improvisada, ha estado invariablemente arraigado a las más
variadas costumbres dialécticas extraídas de entre una multitud de textos
literarios y grupos sociales, incluyendo Las mil y una noches, desde el siglo
Vlll.
Este
vivir; esta característica literaria tan manifiesta y notoria, ha sido una
constante natural en el perijanero de ayer y de hoy; entre sus costumbres y
trabajo habitual. De ahí que, de ese tropel espontáneo de las cosas, hayan
salido al mundo exterior excelentes cultores del verso improvisado, como por
ejemplo lo ha sido y lo es Víctor Hugo Márquez, capaz de versificar al momento
sobre productos históricos, tipos de ciencia, artes, costumbres, etc., con
absoluta coordinación sintáctica; y, la de expresar conceptos -una vez hecho
esto-, a partir del esquema temático que le corresponde a cada uno de ellos, en
la combinación métrica.
Veamos
ahora en partes, lo que a continuación transcribimos de su extendida improvisación
a buen dar en España, cómo arregla de tal manera las palabras, y, mueve a su
sitio apropiado con tanta seguridad, la identificación de los sonidos con las
voces consonantes, a partir de la vocal que lleva el acento:
“Un
día dije a papá/ seré médico y poeta/ y, él, con ternura repleta/ me dijo allá
en Perijá/: Hijo, la música está/ como la miel de los dioses/ puedes tú tener
los roces/ musicales, que te gusten/, hacer cosas que no ajusten/ y, que a
nadie le haga daño/. Pero, al pasar de los años/ un músico en lo ordinario/ es
quien no gana salario/, es su oficio de tercera/, por eso la vida entera/ que a
ti te estoy dedicando/, con lo que yo estoy soñando/, es que seas abogado/; un
doctor muy bien planteado/ que gane muy buena plata/, que tu vida sea grata/;
que tengas la concurrencia/, doctorado y la excelencia/, porque eso es lo que
hoy vale/.”
Y,
termina poetizando, después de una larga sucesión de versos, con este delineación
de estrofa: “…si al fin lo que te ha gustado/ es el verso improvisado/, tocar
bien ese cuatro/; es pararte en un teatro/, es recitarle a la gente/. Y ese
verso de repente/ yo rescaté a los cuarenta…”
Otro,
con la batuta en alto; con su disposición y habilidades cognoscitivas, es
Wílmedes Socorro. El rapsoda educado entre las hacendosas savias del campo, que
hace de la invención de sus tópicos idealizados, retablos hablados de la
naturaleza del hombre; de su entorno con los lugares por donde pasa. Es decir, la
sensación viva de las cosas y su sentido, ligados a un suceso curioso cualquiera,
o, a una visión bromista del momento, del que trascienda una situación cotidiana
llamada al chiste, al cuento o al chisme de vecindad.
Fu
así como una vez, -hablando del tema en un corro machiquense-, uno de sus
amigos jodedores le pregunta, a manera de hacerse notar en la reunión, por qué razón
o motivo, estando tan dotado de una rama del saber, como lo es el arte de la
improvisación poética, no se había atrevido a escribir un libro sobre sus
cuentos rimados. Y, él, sin apartarse de la línea que sigue la trayectoria del
buen humor, le responde, con su fina ironía bien disimulada: “Si yo hubiese
estudiado/, letras y filosofía/, posiblemente sería/ un gran poeta afamado/.
Pero, como en el mercado/ se vende más lo barato/, yo mejor me paso el rato/
haciendo versos ramplones/; a esos si le echo cojones/ y no se me enfría el
guarapo.”
Pues
bien; siguiendo ahora este mismo orden de cosas, trabadas entre sí o más
personales, echemos ahora el cuento de cuando una vez se anudaron los hilos de
la amistad. Es decir, cuando tres de mis amigos, Nectario González, Grismaldo
Rincón y Wílmedes Socorro, se pusieron de acuerdo, con el fin de regalarme dos
novillas y un cachilapo que fungía de semental, cuando yo me iniciaba en la
difícil tarea del campo.
Ocurrió
entonces que, como el transportista de nombre Petronio, factor del viaje de
traslado de los animales de Machiques y los Chichíes a Menegrande, me cobró casi
lo que valía el regalo, Wílmedes, ni corto ni perezoso le mandó a decir en
verso, en otra ocasión de traslado de unos cerdos de “La Vela” a “Vikinia” (evocando
el acontecimiento pasado), esta cuarteta: “Me le decis a Petronio/ que este es
un viaje de pobre/, no vaya a ser que me cobre/ igual que a Manuel Antonio/.”
Su apego
al verso ha sido tal, que, una y otra vez, desentendiéndose de él mismo y, de
sus propias trovas, se le ha visto y oído repetir a menudo, de su tío Maximino
-otro repentista perijanero-, combinaciones métricas bien aprovechadas, dentro
de un sorprendente bagaje deductivo, casi con progresión aritmética, como queda
demostrado en el reducido cuerpo de estas dos cuartetas octosilábicas, que a continuación
se bosquejan: “Si un pobre llega a una tienda/ y carga tan solo un real/, puede
llevar que almorzar/ siempre que haya quien le venda/: Con cobre y medio de
sal/, seis de manteca y arroz/, y de estos de a cuatro dos/, se almuerza muy
regular/.”
Del
tío Maximino también se inscriben estos versos, hechos en razón de la propaganda
de una bebida espirituosa, de moda entonces, que se veía pegada a los árboles,
en aquellos tiempos. Veamos: “El ron que vende Badel/, es un llover que no
escampa/; cae el ratón en la trampa/, regresa y vuelve a caer/.”
Perijá
ha sido una empresa de honor para el perijanero; no solo en función del
florecimiento de su industria y comercio agrarios, sino por el apego que tiene a
sus tradiciones culturales; y, de allí, a su virtuosismo poético, tomando su
lugar en el concierto universal del arte literario. No para sustituir su
laboriosidad vital, sino para asegurarla.
De
suerte, pues, que, tal es en este caso el ejercicio del rapsoda; tal es su
papel histórico hecho metáfora, desde Machiques de Perijá.