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jueves, 30 de julio de 2015

DESDE MACHIQUES DE PERIJÁ


DESDE MACHIQUES DE PARIJÁ
Manuel Martínez Acuña
Conviene hacer mención de nuevo, de los juicios que merece la cultura perijanera tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente aquella que se conoce a través de sus trovadores repentistas, como una referencia o punto de partida, de ese connatural frescor y sobria fragancia que se denota de tal instrumento de poetización rimado, que retrotrae la lingüística de hace cien años, a un tiempo presente.
Comencemos pues, señalando, aunque someramente, lo que en contexto responde a un patrón de improvisaciones tradicionales, que ha estado sustantivado en un gran número de diversas y desiguales culturas como la asiática, romana, griega o hispana, y que además forman parte de la historia del Mediterráneo Musulmán. Por tanto, el arte de la poesía improvisada, ha estado invariablemente arraigado a las más variadas costumbres dialécticas extraídas de entre una multitud de textos literarios y grupos sociales, incluyendo Las mil y una noches, desde el siglo Vlll.
Este vivir; esta característica literaria tan manifiesta y notoria, ha sido una constante natural en el perijanero de ayer y de hoy; entre sus costumbres y trabajo habitual. De ahí que, de ese tropel espontáneo de las cosas, hayan salido al mundo exterior excelentes cultores del verso improvisado, como por ejemplo lo ha sido y lo es Víctor Hugo Márquez, capaz de versificar al momento sobre productos históricos, tipos de ciencia, artes, costumbres, etc., con absoluta coordinación sintáctica; y, la de expresar conceptos -una vez hecho esto-, a partir del esquema temático que le corresponde a cada uno de ellos, en la combinación métrica.
Veamos ahora en partes, lo que a continuación transcribimos de su extendida improvisación a buen dar en España, cómo arregla de tal manera las palabras, y, mueve a su sitio apropiado con tanta seguridad, la identificación de los sonidos con las voces consonantes, a partir de la vocal que lleva el acento:
“Un día dije a papá/ seré médico y poeta/ y, él, con ternura repleta/ me dijo allá en Perijá/: Hijo, la música está/ como la miel de los dioses/ puedes tú tener los roces/ musicales, que te gusten/, hacer cosas que no ajusten/ y, que a nadie le haga daño/. Pero, al pasar de los años/ un músico en lo ordinario/ es quien no gana salario/, es su oficio de tercera/, por eso la vida entera/ que a ti te estoy dedicando/, con lo que yo estoy soñando/, es que seas abogado/; un doctor muy bien planteado/ que gane muy buena plata/, que tu vida sea grata/; que tengas la concurrencia/, doctorado y la excelencia/, porque eso es lo que hoy vale/.”
Y, termina poetizando, después de una larga sucesión de versos, con este delineación de estrofa: “…si al fin lo que te ha gustado/ es el verso improvisado/, tocar bien ese cuatro/; es pararte en un teatro/, es recitarle a la gente/. Y ese verso de repente/ yo rescaté a los cuarenta…”
Otro, con la batuta en alto; con su disposición y habilidades cognoscitivas, es Wílmedes Socorro. El rapsoda educado entre las hacendosas savias del campo, que hace de la invención de sus tópicos idealizados, retablos hablados de la naturaleza del hombre; de su entorno con los lugares por donde pasa. Es decir, la sensación viva de las cosas y su sentido, ligados a un suceso curioso cualquiera, o, a una visión bromista del momento, del que trascienda una situación cotidiana llamada al chiste, al cuento o al chisme de vecindad.
Fu así como una vez, -hablando del tema en un corro machiquense-, uno de sus amigos jodedores le pregunta, a manera de hacerse notar en la reunión, por qué razón o motivo, estando tan dotado de una rama del saber, como lo es el arte de la improvisación poética, no se había atrevido a escribir un libro sobre sus cuentos rimados. Y, él, sin apartarse de la línea que sigue la trayectoria del buen humor, le responde, con su fina ironía bien disimulada: “Si yo hubiese estudiado/, letras y filosofía/, posiblemente sería/ un gran poeta afamado/. Pero, como en el mercado/ se vende más lo barato/, yo mejor me paso el rato/ haciendo versos ramplones/; a esos si le echo cojones/ y no se me enfría el guarapo.”
Pues bien; siguiendo ahora este mismo orden de cosas, trabadas entre sí o más personales, echemos ahora el cuento de cuando una vez se anudaron los hilos de la amistad. Es decir, cuando tres de mis amigos, Nectario González, Grismaldo Rincón y Wílmedes Socorro, se pusieron de acuerdo, con el fin de regalarme dos novillas y un cachilapo que fungía de semental, cuando yo me iniciaba en la difícil tarea del campo.
Ocurrió entonces que, como el transportista de nombre Petronio, factor del viaje de traslado de los animales de Machiques y los Chichíes a Menegrande, me cobró casi lo que valía el regalo, Wílmedes, ni corto ni perezoso le mandó a decir en verso, en otra ocasión de traslado de unos cerdos de “La Vela” a “Vikinia” (evocando el acontecimiento pasado), esta cuarteta: “Me le decis a Petronio/ que este es un viaje de pobre/, no vaya a ser que me cobre/ igual que a Manuel Antonio/.”
Su apego al verso ha sido tal, que, una y otra vez, desentendiéndose de él mismo y, de sus propias trovas, se le ha visto y oído repetir a menudo, de su tío Maximino -otro repentista perijanero-, combinaciones métricas bien aprovechadas, dentro de un sorprendente bagaje deductivo, casi con progresión aritmética, como queda demostrado en el reducido cuerpo de estas dos cuartetas octosilábicas, que a continuación se bosquejan: “Si un pobre llega a una tienda/ y carga tan solo un real/, puede llevar que almorzar/ siempre que haya quien le venda/: Con cobre y medio de sal/, seis de manteca y arroz/, y de estos de a cuatro dos/, se almuerza muy regular/.”  
Del tío Maximino también se inscriben estos versos, hechos en razón de la propaganda de una bebida espirituosa, de moda entonces, que se veía pegada a los árboles, en aquellos tiempos. Veamos: “El ron que vende Badel/, es un llover que no escampa/; cae el ratón en la trampa/, regresa y vuelve a caer/.”  
Perijá ha sido una empresa de honor para el perijanero; no solo en función del florecimiento de su industria y comercio agrarios, sino por el apego que tiene a sus tradiciones culturales; y, de allí, a su virtuosismo poético, tomando su lugar en el concierto universal del arte literario. No para sustituir su laboriosidad vital, sino para asegurarla.
De suerte, pues, que, tal es en este caso el ejercicio del rapsoda; tal es su papel histórico hecho metáfora, desde Machiques de Perijá.