EL LIBRO, LA PALABRA Y EL LENGUAJE
Manuel Martínez Acuña
Entre el silencio y la palabra hay un espacio
tan lleno de vuelcos al pasado, que la distancia va andando desde el lenguaje
de los pájaros o, del animal; la psicología, la cibernética y la antropología,
hasta la metáfora religiosa. Por lo que, tanto la génesis como el desarrollo
del lenguaje, siempre han sido estudiados a partir del esquema que Lévy Strauss
supone, como punto de unión entre lo simple y lo complejo; entre las ciencias
exactas y las ciencias humanas. Sin llegar desde luego a afirmar que el universo
de la comunicación, es propiedad exclusiva del hombre.
Sobre el libro han
escrito muchos y brillantes escritores, entre los cuales es bueno referir a
ciertos clásicos como Montaigne, quien habla de los libros con pasión. A
Emerson, quien dice que son el espíritu de la humanidad. A Platón, cuando dice
que, los libros son como efigies vivientes. A Mallarmé, declarando que el mundo
existe para llegar a un libro. O, a Borges que apunta: “recordemos aquella
frase de Heine sobre aquella noción, cuya patria era un libro.” Concepto este
que luego grafica Jorge Luis afirmando (entre otros autores), que España está
representada según ese enunciado, por Miguel de Cervantes. Inglaterra, por
Shakespeare. Alemania, por Goethe. O, Francia, por Hugo. Y, por lo que toca a
Venezuela, bien pudiera haber más de un escritor venezolano idóneo, de los que tanto
se han parecido a ella; y que por respeto al conflicto de omisión y al mismo
orden del tiempo, suponemos erigido en la memoria del lector.
Fue a fines del siglo IV cuando
se inició el proceso intelectual que, a la vuelta de muchas generaciones, termina
por imponer el predominio de la palabra escrita sobre la hablada. Pues, la
antigüedad clásica, como se sabe, no tuvo nuestro respeto de hoy por el libro;
ya que se pensaba que, el libro, sólo era un mero sucedáneo de la palabra oral;
por aquello de que, “el maestro lo ha dicho.” O de que, “la letra mata y el
espíritu vivifica.” También se le atribuye a Clemente de Alejandría haber dicho
que, “Lo más prudente es no escribir, sino aprender y enseñar de viva voz.” Recelo
este de la escritura que, muchos años después, conduciría al concepto del libro
como fin, no como instrumento de un fin. En sus obras, Galileo habla del
universo como libro. Por tanto, la ciencia del lenguaje ha sido sometida a
tanto examen, y es una condición de la existencia del hombre.
Sin el libro, sin
sujeción a la palabra escrita, la filosofía habría sido incapaz de organizar la
realidad histórica; de articular el código de la informática. Sin él, no se
habrían dado cosas con aspiración de ser eternas, como “Las mil y una noches”;
no hubiésemos conocido en el “Gorgias” al Sócrates de Platón; o a la Guerra de
Troya en la Ilíada homérica. No habríamos sabido de la tristeza inmortal, del
dolor y de la vida pública del Dante Alighieri. Sin el libro, no habrían
remontado las auroras castellanas de algún lugar de la Mancha, con el Ingenioso
Hidalgo, Don Quijote. Sin el libro (la Biblia), Jesús no habría pasado de
Jerusalén; o de ser el hijo bueno de un humilde carpintero.
Es justamente el libro el
instrumento humanista que hoy arrima al estudio técnico y científico, la cultura
propiamente dicha; y, que se apresta a dibujar otro claro designio espiritual
para la educación. Por lo que el tiempo nunca parecerá suficiente para detener
su gran misión divulgativa, pese a la desconcertante complejidad y diferencias
de grado con que se mueve el decurso de la informática.