TAL VEZ ALGUNO DE USTEDES SE ESTARÁ PREGUNTANDO, CÓMO PUEDE SENTIRSE UNA PERSONA CUANDO TIENE CASI 96 AÑOS. PUES YO ME SIENTO -PARAFRASEANDO AL POETA-, COMO ME SENTÍA HACE 60 AÑOS; DADO A QUE "PIENSO COMO JOVEN/ VIVO COMO ADULTO/ ACONSEJO COMO ANCIANO/ Y, SIEMPRE SUEÑO COMO UN NIÑO."
Son muchos los recuerdos que regresan a mi mente, de
cuando formaba parte de las actividades de esta Casa Museo, donde por cierto me
fue conferido el título de miembro de número de la Academia de la medicina; y,
por supuesto, aquellas otras de otro tiempo, realizadas desde la Casa de la
Capitulación, sobre la profundidad de la palabra, la esquematización de una
academia, y la identidad y el dictamen de una Sociedad bolivariana.
Allí aprendimos, desde cuando presidíamos la
Asociación de Escritores del Zulia y, su Círculo Literario; y, era para ese
entonces Vice-Presidente de la Sociedad Bolivariana, a que toda labor de proyección
social que rige la conducta humana, es una explicación de la vida y, el ímpetu
vital, en cuanto a que todo está relacionado y se cuantifica y cualifica en áreas
como las que representan estas preclaras instituciones.
En ese contexto, una cosa es muy cierta y muy
clara; yo nunca me he sentido un extraño ante esta ilustre Academia; ni mucho
menos a espaldas de sus logros y legados. Pues la componen muchos de los que
fueron y son mis mejores amigos; y, de uno u otro modo, he compartido,
celebrado, y, he sido consecuente espectador de sus esmeros en pro de la
recuperación y la preservación del presente y del pasado histórico; y, por sus
periodicidades continuas en la evaluación y el reconocimiento del desempeño
social, y, de otras coincidencias con el desarrollo integral de la persona
humana. Que es como llegar a decir, que, no pocas de mis satisfacciones quedan
fuera de esta experiencia. Para mí, la mayor fuente de honor ha sido siempre la
distinción conectada con esta institución.
De ahí que haya tomado la decisión de contar aquí, con
vuestra venia, y, como un ejemplo de lo anteriormente expuesto, una anécdota inscrita
en el libro venerable de los doctores Gastón Montiel Villasmil y Pedro Alciro
Barboza de La Torre, la que considero más histórica que retórica. Es decir; valerme
de este certificado de vivencia, que, además de hacer más evidente mi acercamiento
con la Academia, igual sirva para flexibilizar parte de las formalidades que
generalmente rigen estos actos.
En una mañana cualquiera, conversaba yo con mi dilecto
amigo el profesor Tito Balza Santaella, en la oficina de la Asociación de Escritores
del Zulia, sobre temas del momento, cuando nuestro querido y bien recordado
amigo, Gastón Montiel Villasmil, haciendo su recorrido acostumbrado por estas
instituciones, y, a manera de saludo, nos dijo: “Así quería encontrarlos, para
darles una buena noticia”. “Se trata de proponerlos como miembros
correspondientes de la Academia de la Historia del Estado Zulia”.
En estas circunstancias, era obvio que, mi amigo el
profesor Tito Balza Santaella -docto en ese y otros conocimientos- estaba
ganado de antemano para ser incorporado como miembro correspondiente de la
Academia, como en efecto lo fue entonces. Yo, a mi vez, le pedí a Gastón que,
por favor, me eximiera de esa responsabilidad y de ese honor, dado a que yo no
me consideraba historiador; y que, si por una parte me sentía profundamente realizado
por su invitación, por la otra lo deploraba por no poderlo ser.
Pero el cuento, no concluye ahí. Apenas había terminado
de escribir mi artículo de prensa de esa semana, cuando recibí la siempre grata
visita de mi afectísimo amigo, Pedro Alciro Barboza de la Torre, en mi biblioteca
de la calle 72, la que mi entrañable amigo Roberto Jiménez Maggiolo, a guisa de
broma, llamaba el confesonario; y, prescritos de antemano los saludos de
estilo, y, algunas otras humoradas habituales en Pedro Alciro, me reitera que,
él y Gastón, estaban dispuestos a apoyar mi incorporación a la Academia como
miembro correspondiente.
De darse esa posibilidad, -le respondí-, yo me sentiría,
a no dudarlo, como un lego entremetido en ese campo del conocimiento; sentado
al lado de eruditos como tú, y de sus otras autoridades encargadas de legitimar
los anales de la historia y, sus acontecimientos, dignos de hacer memoria.
¿Saben lo que me contestó? “No te preocupes por eso; te sentamos al lado de
Pedro Luis”, haciendo acaso un chiste del momento, o tal vez relacionando el
caso con un tonto desacuerdo que ambos tuvimos en la Asociación de Escritores.
De ahí que ruegue a esta honorable Sala disculparme por
lo subjetivo del planteamiento, pues tan sólo he querido demostrar con ello -sin
preámbulos ni ornamentos de palabras-, mi gran satisfacción, por haber podido
estar siempre muy cerca de esta Academia, de sus actividades, de sus proyectos
de inversión social e históricos, al tenor de sus especificidades formativas.
Y, por último, quiero expresar mi profundo
agradecimiento, y el de mi bien amada familia, por concederme un honor como éste,
que no esperaba; por lo cual paso a dar las gracias a cada uno de ustedes,
quienes dieron su parecer, e hicieron posible la realización de tan generoso
homenaje, que humildemente abrazo, con mi más profundo agradecimiento. Muchas
gracias.