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sábado, 15 de octubre de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 22


C
omo la principal razón del viaje a Europa fue la de visitar en su lecho de enfermo al científico venezolano, Humberto Fernández Morán, tomamos un pequeño avión en el aeropuerto de Ámsterdam, y viajamos a Estocolmo, en una lluviosa mañana de ese mes de octubre de 1998. Pues habíamos sido comisionados por el Gobernador del Estado Zulia, comandante Francisco Arias Cárdenas, para hacerle llegar al doctor Fernández Morán, en su nombre y representación un mensaje zuliano de desagravio, por tan desafortunado desafuero del que fuera víctima, entre  insultos y envidias de un gobierno apátrida, un aciago mes de enero de 1958.
            Apenas bajamos del avión, nos dirigimos -como es de rigor-, a la oficina pública de Extranjería, en donde nos atendió una malhumorada empleada de cara agrietada por la amargura, tras una serie de preguntas capciosas; muy propias de hacérselas a traficantes de droga o a delincuentes internacionales. En ninguna otra parte (por ejemplo en Ámsterdam, París o Madrid), topamos con esa manera de tratar al turista.
            Estaba tan poco informada esa funcionaria, que ignoraba por completo lo que toda Suecia sabía. Es decir; que el creador del bisturí de diamante, del microscopio electrónico de alta resolución, o el colaborador del programa Apolo de la NASA, entre otras realizaciones científicas, reposaba desde hacía tiempo en un hospital de su país, expatriado por el gobierno de Venezuela, con un cuadro clínico severo de aneurisma cerebral.
             
            En esa misma mañana de equinoccio de otoño, entre lagos interiores, canales y puentes, llegamos al modesto apartamento del insigne científico venezolano; donde ahogaba su congoja, su fatiga de verse exiliado de su patria por inconfesables maquinaciones políticas, o falta de apego a los valores universales. Vale decir; por sólo haber aceptado ser ministro de educación del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, durante 12 días, dentro de un envés tejido por la buena fe, y el ánimo de ser útil.  
            Allí nos recibió con su fácil sonrisa de siempre su inseparable esposa sueca, doña Anna Browallius, no obstante entreverse en su rostro cierto gesto de preocupación, tal vez debido a la situación grave e irreversible por la que estaba pasando el científico venezolano.
            Cumplidos los saludos de cortesía y expresado el objeto de nuestra visita, doña Ana, reservada y estoica, nos habló un poco sobre historia de su marido; y, nos mostró también algunos documentos, fotos, y uno que otro elemento científico que le servía de medio en su ejercicio profesional. 
            Había en la sala de la habitación, encima de una mesita de centro, un trocito de roca cortada con propiedad y precisión, dura y sólida, que muy bien podía ser una piedra cualquiera o vena de ella; pero aquel objeto desconocido y casi incomprensible, era nada más ni nada menos –para asombro nuestro- que un trocito de roca lunar que le fuera otorgado por la NASA, como reconocimiento al hecho de ser el inventor del bisturí de diamante empleado mundialmente para cortes ultra-finos, tanto de tejidos biológicos como de las muestras lunares traídas a la tierra por los astronauta; y también como investigador del Proyecto Apolo. 
            Todavía me parece carecer de aquel privilegio, de aquella circunstancia, como la de haber podido tocar -fuera de todo tiempo histórico real-, un guijarro lunar.
            A las nueve de la mañana siguiente estábamos entrando con doña Anna en el hospital, a objeto de hacerle llegar en nombre y representación del pueblo zuliano, un mensaje inquebrantable de admiración, respeto y solidaridad, por su obra y su genio científicos; cuyas líneas éticas han conducido -en tanto su filosofía y su moral- a despertar una nueva vida colectiva. A sustentar códigos de convivencia entre los hombres de buena voluntad. Y, una rosa roja era colocada dulcemente por doña Anna, en un pequeño florero que había en la habitación,  a cambio de otra anterior. Creo que serían como las 9:30 del día 24 de octubre, según el boarding pass de la ilustración.
DR. H. FERNÁNDEZ MORÁN Y SUS ALUMNOS
            Fue un momento trascendente para nosotros aquella introducción de trato directo con el doctor Fernández Morán, en su lecho de enfermo. Antes, por anticipado, doña Anna le había hablado acerca del motivo y fuente de nuestra visita; razón por la cual -al escuchar de viva voz los detalles del mensaje del que éramos portadores-, su actitud fue la del filósofo excelso y sereno que, no obstante haber sido macerado en angustias de proscrito por las malas artes de  la política de su país, pone tras sus amarguras personales un hilo espiritual de sabio perdón, frente a sus gratuitos y aviesos detractores de entonces.
   
            Cuánta congoja no reflejó su rostro, cuando le contamos unas cuantas cosas de la Maracaibo que dejó atrás; de su gente y su voseo; de su progreso acelerado. De sus calles. Y, de la devoción y el respeto con que toda Venezuela conserva su nombre, por la importancia de sus innumerables aportes científicos y tecnológicos que ha dado a la humanidad, en todos los idiomas.
            Cuando llegamos a una de esas digresiones breves de la conversación, le pregunté si podía leerle una carta que el historiador Vinicio Romero Martínez tuvo a bien enviarme –advertido como estaba de mi viaje a Estocolmo-, a objeto de que le informara de una decisión tomada por la editorial “Italgráfica C. A.” de Caracas, respecto a la impresión de un libro que, además de su página de vida, incluyera cuánto material científico inédito pudiera ser publicado, como un digno homenaje a su vasta obra e insigne trayectoria.
            I, con uno de esos gestos absolutos que tanto dicen de la modestia de los espíritus superiores, de los que están destinados a una misión rectora, asintió de inmediato en cuanto a lo tocante a mí pregunta, pidiéndome insistentemente que le  expresara de su parte, tanto al doctor Vinicio Romero Martínez como a la empresa Italgráfica su profundo agradecimiento, por tanta generosidad, según él inmerecida.
            Cabe señalar aquí -con el gozo que acompaña a todo gran propósito-, que durante toda esta conversación, el científico Fernández Morán nos atendió con el personal esmero de quien recibe huéspedes coetáneos de su lejano país natal; no obstante tener que mantener una incómoda posición en su lecho de enfermo, debido a su crónico padecimiento de aneurisma cerebral.
            Debía -ayudado por sendas almohadas-, conservarse casi sentado en la cama, y permanecer agarrado con la mano izquierda de una barra colocada en línea recta inclinada, aproximadamente a 45º, con otra horizontal suspendida por una cuerda de nailon, asida a la vez por su mano derecha, formando aproximadamente un ángulo agudo.
            Conversación que guardo registrada en un casete reliquia, como un vestigio de cosas, vicisitudes o acciones, de uno de los científicos venezolanos más connotados del mundo.
            Veamos ahora transcripta, al lado izquierda, la mencionada carta.

De ahí, del hospital, nos regresamos de nuevo a la casa de doña Anna. Allá hablamos de cómo poder hacer las gestiones necesarias, entonces, a fin de rescatar su legado científico de un depósito, creo que de la Universidad de Chicago, de la cual por cierto recibió el Premio John Scott, como reconocimiento universal, por su invento del bisturí de diamante. Galardón sólo otorgado antes a Tomás Salva Edison, María Curie, Edward Salk, Thomas Fleming y John Gibbon. 
            Lo que ocurrió después de su muerte con sus manuscritos, investigaciones inéditas, y hasta microscopios electrónicos legados por él a su querida patria, Venezuela, terminó en una tragedia; pues nadie quería hacerse cargo de los costos del traslado. Hasta que de alguna manera, por fin, pudieron llegar sus bienes a manos de la Universidad del Zulia, sin conocerse de cierto hasta ahora, qué destino tomaron.

            Antes, como se sabe, estuvieron olvidados en unos contenedores en la Aduana de Maracaibo, expuestos al sol y la lluvia durante meses.
            No en vano había escrito en una visita que hizo a su país en el año de 1971, a propósito de una charla que dictaba en San Cristóbal del Táchira, titulada “Las oportunidades y retos de la ciencia y la tecnología”, estas dolorosas palabras: Soy un misionero y solitario en mi propia tierra; como lo fue Miranda y como lo fue Bolívar. Persistiré en mi firme empeño de cumplir callado mi misión como investigador científico y educador, contando con la jovialidad de Sancho mi tristeza neta de Quijote.
            Cabe señalar aquí que, el doctor Roberto Jiménez Maggiolo, científico, pintor, docente e historiador, es uno de los primeros biógrafos del doctor Humberto Fernández Morán.

BREVE PÁGINA DE VIDA
Nace en Maracaibo en 1.924
Muere en Estocolmo, Suecia el 17 de marzo de 1999
A los 21 años se gradúa de médico Summa Cum Laude y extiende sus conocimientos en el área de Microscopia Electrónica, Física, especializándose en Necrología y Neuropatología en los Estados Unidos.
Fue el fundador del IVIC (Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas) y creador de la Cátedra de Biofísica de la Universidad Central de Venezuela. Fue Ministro en el Gobierno del General Marcos Pérez Jiménez (Finales de la década de 1950) y con la caída de su gobierno tras un golpe de estado, el Dr. Humberto Fernández Morán es expulsado del país por el nuevo gobierno.
Entre sus diversos inventos se encuentra la "cuchilla de diamante", empleada mundialmente para cortes ultrafinos tanto de tejidos biológicos hasta de las muestras lunares traídas a la Tierra por astronautas. Inventó también el "Ultramicrótomo" para cortes delgados de tejidos, convirtiéndose por ello en el primer venezolano y único latinoamericano en recibir la medalla "John Scott" en Filadelfia.
Fue investigador principal del Proyecto Apolo de la NASA en los Estados Unidos de América, también fue profesor en reconocidas Universidades como Harvard, Chicago, MIT, George Washington y, en Europa, en la Universidad de Estocolmo.
En Estados Unidos se le propone ser nominado al Premio Nobel, el cual él rechaza ya que para ser nominado tenía que aceptar también la ciudadanía Norte-Americana, a la cual se niega dado a querer mantener su nacionalidad venezolana.
Fue galardonado con las más altas condecoraciones: Orden y título de "Caballero de la Estrella Polar" conferida por el Rey de Suecia; medalla "Claude Bernard", de la Universidad de Montreal; Premio "Médico del año" otorgado en Cambridge y, un reconocimiento especial otorgado por la NASA con motivo del décimo aniversario del Programa Apolo.
El Doctor Fernández Moran tiene reconocimientos del IVIC en Venezuela, otorgados por primera vez en 1998. Después de su muerte el 17 de marzo de 1999, el Gobierno Venezolano pidió a la familia del Dr. Fernández traer sus restos al país y también conferirle los respectivos honores por su obra, pero no fue posible. El Dr. Humberto Fernández Moran fue cremado y sus cenizas reposan hoy en su segunda patria, Estocolmo, Suecia.
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