AVATARES DE UNA CASA MUSEO
Manuel Martínez Acuña
Por cuanto todo catálogo
sobrevive a la exposición misma de libros, cuadros, objetos, personas, etc., no
vamos a ocuparnos aquí de señalar las trescientas obras principales o partes
específicas de ellas, con relación a su creador, Gabriel Bracho, ya
suficientemente identificadas de acuerdo al reconocimiento nacional,
continental y mundial que han obtenido, sino a hacer memoria de ese gran artista
zuliano, y uno de los pintores venezolanos más universal y controvertido de su
tiempo. Por tanto nos proponemos ir solamente a su Casa Museo, en Los Puertos
de Altagracia, lugar donde su arte trasmite la luz refulgente que dejan los
grandes maestros. Lugar del que será preciso hacer un doloroso comentario
acerca de lo que la humedad y la brisa salina de el Lago –sumado a la carencia de
recursos económicos que padece la Fundación Bracho-, está causando a las
figuras y escenarios del Mural: “Los Puertos y el Petróleo”, que entre
otras importantes obras allí exhibidas al visitante, confiere un valor
documental a la historia del arte y a la cultura venezolanos.
Para que el lector tenga
una idea aproximada de la magnitud de esta obra plasmada en la psicología
colectiva del pueblo –si es que no la ha contemplado todavía-, sus medidas son:
120 mts.2 (abarca tres paredes). Técnica usada: esmaltes, acrílicos y anexos
metálicos. Entre la síntesis temática según el autor, resaltan, el
desplazamiento de las fuentes culturales a causa de la conquista; los "musiúes":
(ingleses, yankys y holandeses cabalgando sobre la primera conquista. En el
centro de la pared frontal, un hombre clama el regreso a la agricultura;
mientras una guajira teje. En la pared final, el artista plantea una historia
inversa de la “Batalla del Lago”, con Bolívar anunciando su regreso. Y,
finalmente, Miranda vuelve a clavar la bandera en tierra venezolana. (Tomado del
catálogo “Persistencia del Realismo”:
Pequiven, filial de PDVSA, 1993). Por supuesto, estamos hablando del pintor
Gabriel Oscar Bracho, nacido en Los Puertos en 1915, y fallecido en 1995.
Mas; como si todo debiera
ser motivo de controversia en torno suyo, como pintor desarrollado a partir de
principios, ocurre que, tanto en vida como después de su muerte, el vaivén de
las acciones que consideraba arbitrarias del poder neoliberal de la época, tras
lo transitado del anticomunismo, y, posteriores cambios políticos culminados en
el 98, pareciera reflejarse todo en contra de su indeclinable vocación de
hombre de izquierda; interesado como estaba en la redención y el amor por su país.
Por supuesto; uno se
niega a creer en la hipótesis -teniendo en cuenta las circunstancias anteriormente
citadas, y la negligencia que circunda su obra- que se le esté aplicando un
lobby retorcido a la Casa Museo de Altagracia, desde algún perfil equivocado.
Al efecto, hay instituciones oficiales directamente obligadas a trabajar en la
promoción del conocimiento y celo por el acervo cultural, y el acto creativo de
los pueblos; entre las cuales el municipio representa la conciencia cívica
doméstica, de donde parte en blanco y negro el mayor número de
responsabilidades comprometidas con la sociedad. Sin embargo, afirmada ya esta
razón, el problema no es hacer el fuego para iluminar la historia, sino el de
construir una nueva historia para la Casa Museo, en la que el arte sea el
sentido de la cosa en lugar de la cosa.
Resalta pues en este mural
(además de sus valores estéticos y humanos), una exhortación de conciencia propuesta
a lo que resta de la herencia colonialista, y, a lo que ha sido la defensa del amerindio;
ante los extrapolados intereses hegemónicos de los Estados Unidos de
Norteamérica, polimerizados en el acrílico. Y, desde donde se proyecta un canto
de identidad nacional que encuentra, en la mezcla de la cultura aborigen, negra
y blanca, los rizomas de la exaltación y vitalidad del venezolano; más la
afirmación de un compromiso social con el hombre de a pié, en su sobrado afán
de humanidad.
Una conversación con la
fina escritora y poetisa Velia Bosh, su viuda, sostenida una vez en el solariego santuario de
arte del propio esclarecido pintor, forma parte de esta angustiosa preocupación
que boga sobre el bajel de las sequedades y avatares de la Casa Museo de Los
Puertos de Altagracia; cuyo formidable mural pareciera haber sido extrañado de
la expresión artística conque allí se pondera los valores de la patria, los
contrastes, la frescura de su colorido, y la distribución de luz y energía del
relieve.
Sería una pedagogía a la
memoria; una labor sumamente útil a la historia cultural del Zulia, Venezuela y
el mundo de la pintura, si algún integrante o cultor del arte, con alta
sensibilidad estética, ensayara una restauración de los rasgos primarios de ese
Museo, y, el mural que sobrevive en la Plaza de Miranda, a fin de buscar, una
vez hecho esto, la forma de devolverle al pueblo mirandino su rango de villa
culta, próximo como está el 25 de mayo, centenario de su natalicio. La pregunta
es obvia entonces: ¿En quién repercute esta responsabilidad?
Aquel que realiza una
obra de arte, que luego es hundida en la sombra silente del olvido, debe
sentirse despedazado ante el ideal del Templo que soñó levantar.