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lunes, 29 de diciembre de 2014

PENSAMIENTOS EN FUGA



Todas las artes tienen comunicación con nuestra existencia, y no podemos sino interpolar sus valores en la magnitud de su excelencia.

jueves, 11 de diciembre de 2014

EL CONCEPTO Y LA IMPRESIÓN DE PECADO


EL CONCEPTO Y LA IMPRESIÓN DE PECADO
Manuel Martínez Acuña
            Como un eco simultáneo a gran distancia, y, después de una cadena de causas y de efectos teologales moviéndose en su vértice desde el mismo momento de la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal, la impresión y el concepto de pecado según la Iglesia Católica, es un acto o un deseo contrarios a la ley de Dios, que debe ser castigado severamente con sujeción a la tradición judeocristiana, cuya fuente fundamental es la Biblia.     
            Pero, dado el caso de que las impresiones según Platón, son fugaces, y, a menudo tienden a escaparse de entre las manos si no las ligamos con la razón y la conciencia crítica, es menester valernos entonces de lo que los egipcios llamaban umbrátil; es decir, algo que tiene sombras o las causa; aparte de su capacidad natural de juzgamiento lógico que posee, pues sin eso no sabríamos bien cómo atar al concepto unas con otras las cosas marcadas por la presunción escolástica que representa, dentro del sistema de las realidades.
         Hay, pues, toda una gama de cosas que, con todo y lo medieval arrimado al tema, confieren una actualidad histórica o noticia auspiciosa de tiempo presente, que anuncia por decisión expresa del Vaticano, el hecho de haber colocado en desuso virtual para el mundo globalizado de hoy, el dogma hasta entonces predominante de los siete tradicionales pecados capitales declarados por el Papa Gregorio I, hace más de 1500 años; y, caracterizados épicamente después en La Divina Comedia de Dante Alighieri, con su infierno, purgatorio y paraíso, poetizados.  
         Así que, a partir del 10 de marzo de 2008, según informe del Osservatore Romano (periódico oficial de la Santa Sede) se da vuelta al origen conceptual de pecado de esa antigua doctrina ortodoxa, y se le mueve a la definición humanista y moderna de pecados sociales, nombrados lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. Además de otras tantas sinecuras transcritas al margen, tales como, no realizar manipulaciones genéticas, no llevar a cabo experimentos sobre seres humanos, no contaminar el medio ambiente, no provocar injusticias sociales, etc.etc.
         De suerte pues, que, no en vano se ha dado tanta vuelta a esa tesis contemplativa mediante la cual el miedo y el temor de Dios, han sido considerados como los factores más ligados a la moral y el secreto de todas y cada una de las religiones, que explicadas éstas solo por medio de misterios, han venido finalmente a constituir por su objeto mismo de nacer del pecado original, un insufrible y vago sentimiento de culpa e indignidad personal, que de muchas formas han oscurecido con las sombras de sus alas, el maravilloso cielo idílico que la vida y el amor ponen delante.
            Y, aunque terrible es comprenderlo, digamos en definitiva con Ernesto Sábato, desde su libro de memorias, “Antes del fin”, que la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas.                   

lunes, 1 de diciembre de 2014

EL SILENCIO EN LA PALABRA



EL SILENCIO EN LA PALABRA
Manuel Martínez Acuña                     
         Según Aristóteles, las cosas se diferencian en lo que se parecen; algo mediante lo cual muchos llegamos a pelearnos tontamente, por lo mismo que en otras ocasiones defendemos. De ahí que el umbral de la filosofía sea –a juzgar por Epicteto-, percatarse primeramente de la fragilidad y cortedad del hombre. De lo que se deduce que, la “palabra” y el “silencio” pueden parecerse, en cuanto a que uno y otro no se contradicen entre sí. Tema del que pretendemos sacar aquí, algunas consideraciones utilizables.
         Si todo esto es así como se dice; ¿por qué no dar cuenta entonces del “silencio”. De su vacío ocupado, abejeando horizontes. Por qué no hacemos una herrería de su elocuencia. U oír su coro, definir su dimensión o, interpretar su precepto hermenéutico; en tanto que las palabras hablan por su lado con las potencias de la retórica? Si al contrario de como se revelan las carencias del hombre por sus palabras, el “silencio” tiene la capacidad de decir más en lo que calla que en lo que declara, ¿por qué el propósito de decir lo otro; o si se quiere, lo que no se siente identificado con el interlocutor?. De ahí que, permanecer en silencio ante las circunstancias de un desaguisado verbal, acaso sea como invocar la tarea que todo ser social debe llevar a cabo, antes que llegar a individualizar una crítica situación entre máximas y amigos. Acaso callar equivale a decir que, no es falso todo eufemismo, ni de ningún modo depende de la mentira, si lo que en tal caso se quiere, es no herir con la verdad.
         Naturalmente; semejante despliegue de tolerancia, no deja de tener un costo apegado a la vanidad: a veces demasiado elevado para la naturaleza humana. Sin embargo, tal forma de ver las cosas -apelando a los perfiles de la razón-, acaso pueda ayudar a comprender mejor el mundo que se transparenta detrás del hombre. Callar, no tiene porqué ser una muestra peyorativa. Ni por supuesto, una aprobación. Y, si en ocasiones puede indistintamente revelar una u otra cosa, lo fundamental del silencio está en la filosofía de la tolerancia y, no en la incertidumbre.
         Hablar poco o hablar mucho, puede tener una sola lectura. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

LA VERDAD MENTIDA


LA VERDAD MENTIDA
MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA
          El hombre se ha visto siempre lleno de dudas y preguntas, en razón de los hechos o las cosas que tan a menudo surgen a través del uso de la palabra VERDAD. Por lo que, desde este punto de vista, sobreviene al tema esta pregunta forzada: ¿Puede la verdad por sí sola (sin el auxilio del concepto), representar en la constitución del Todo, la honestidad, la buena fe y la fidelidad, de lo que se afirma en ella, como una adecuación sui géneris entre lo que propone y el estado de cosas que expresa?
           Merced a que la visión del concepto suele ser una visión más completa e idónea, pudiera ocurrir entonces que, el límite de una cosa esté en la otra. Es decir, que, si  la verdad no existe de hecho como absoluta, según lo conciben el entendimiento y la razón, pasaría consecuencialmente a estar identificada y definida -dentro de las interpretaciones y perspectivas históricas-, como un ente subjetivo o relativo, dentro del sistema de las realidades.
      Las preguntas por la verdad han sido siempre objeto de polémicas continuas entre filósofos, teólogos y lógicos, considerándose un tema adherido a las fuentes vivas y latentes de la investigación científica, la antropología filosófica y la historia, entendidas por creencias epistemológicas verdaderas, y, no como sentimiento de pura y simple dependencia de lo religioso, como en efecto se ha ejercido la acción de sugerir hasta frailecitos místicos a la verdad, concernientes al alma e histerismo de monjes.
        De todo esto se deduce que, tras la metáfora de la verdad, existe un primer plano de realidades virtuales, que impone la perspectiva del discernimiento, basado en la evidencia y la honestidad del razonamiento, aunque a lo sumo esté sujeto fatalmente a las variabilidades de la época y la cultura.
      Pero, además de lo ya expresado, es particularmente interesante saber que haya una ciencia, un conocimiento teológico o metafísico encubierto que, apenas discernible, luce opuesto a las propiedades o primeras causas de la verdad, que dicho sea de paso, discurre con demasiada sutileza desde sus inicios; pues deviene generalmente del énfasis aplicado a las cosas del más allá, de las postrimerías de ultratumba, partiendo del supuesto o el error, y no de la verdad.  Es decir, de sueños y revelaciones cuyos límites trascienden el dominio de nuestra comprensión.
        A tal efecto, saquemos como ejemplo necesario lo que afirma un investigador de temas esotéricos, parapsicólogo y especialista en ciencias ocultas, Burdman Schwarz (a manera de pregunta) en su libro titulado “Me lo contó un muerto” (Pág. 110), lo siguiente: ¿Cómo ven los muertos el mundo de los vivos?, a lo que él mismo responde más escatológico que metafísico: “Ellos ven las mismas calles, las mismas ciudades y, a las personas, como si estuvieran vivos.”  
      Pues bien, en estas circunstancias, qué otra cosa podemos hacer entonces que no sea sobrecogernos, mal que bien, ante este jardín de contradicciones y cielos fastuosos, que tanto pugna por hacer del comercio de la virtud, una verdad mentida.  
                                                                                                                                                                         Maracaibo 27 de noviembre de 2014

lunes, 17 de noviembre de 2014

EL EXTRAÑO MUNDO DE LOS SUEÑOS




EL EXTRAÑO MUNDO DE LOS SUEÑOS
Manuel Martínez Acuña
            En estos días hemos vuelto a leer y releer “Las siete noches” de Borges”, libro que, según una cita analógica de Thomas Browne, puede compararse con una suerte de organismo mental que da por jugar con la direccionalidad de los sueños, con lo curioso de su entablado, o con lo que no ha podido ser explicado de ellos; entre los que más se cuenta la pesadilla.
            De los sueños nada es imposible, puesto que hasta los mismos cachorros y los bebés sueñan, en su más pura esencia. Por lo que todo parece pasar por una zona de sombras y laberintos ocupados por fantasmas, fieras, lugares, monstruos y personas, buscando explicaciones, donde solo hay de real el acto que, entre vigilia y sueño, lo imagina. No obstante, y en estas circunstancias, va haciéndose patente la sensación de que el sueño es, en contraposición de lo fantástico e ilusorio de la ficción con que siempre se le inviste, una realidad virtual, que puede ser de ingenuo romanticismo o de una deliciosa utopía, que los hace vagamente deleitables.
            En este orden de cosas; y, sin pretender aclarar la bruma alegórica o real de los sueños, hagamos implícitamente incluso el siguiente ejemplo de candilejas o de alucinamiento, quitado de un tramo de la novela “Baúles de monasterio” (Págs. 299 y 300), de nuestra modesta autoría:  
            …Lo extraño del sueño estaba en que el rostro de su padre se transformaba a menudo en el rostro de cara cortada; quien en ocasiones aparecía como cambiado y sin la cicatriz, y, en otras, muy triste, y, cruzado por una pesadumbre o un cierto complejo de culpa. Pero lo más curioso de todo era, que, en él persistían a la vista, todas las facciones y ademanes de la maldad.
            Veamos este otro ejemplo de sueño, págs. 297 y 298 del mismo libro, “Baúles de monasterio”: …Cossette creía encontrarse sentada en una hamaca bajo el techo del shapono, en medio del ruido y el alboroto de la aldea, cuidando ya del bebé. Veía -como en un espejo-, a un grupo de mujeres rayando yuca (nashi) amarga; otras colando en cinchos el amasijo blanco, y, las que finalmente extendían el casabe en los budares. Y, una y otra vez se paraba para ir a la hamaquita del bebé a cerciorarse de que todo estaba bien; hasta que llegase la hora de amamantarlo y de ungirlo con la fascinación y el incienso de su amor. Sacó entonces del lado izquierdo de su blusa un seno lozano y altivo que cargado de vida y hechizos, se lo llevó a los labios frescos y rosados del recién nacido…
            Según Gustav Spiller, los sueños corresponden al plano más bajo de la actividad mental, por su incoherencia o falta de relación lógica con la realidad. Borges, por su parte, les adjudica la cualidad de permitirle a uno, ver su pasado y su porvenir, cercanos. Mientras que Shakespeare llama indistintamente al sueño, “la cosa que somos”.
            El hecho es que los sueños no son el libro abierto en la biblioteca, ni en el gabinete mágico del psicólogo. Sobre ellos se enfila tal laberinto de cosas raras e indefinibles, que bien pueden aparecer placenteras, sensuales o dramáticas a momentos; o a merced de un cataclismo natural. Y, otras veces evocando visiones, entre los dos impresionantes episodios de la pesadilla: persecución y horror.  
            Dado que en el sueño todas las cosas las hacemos de modo inconsciente; y que, a pesar de ello, todo suele tener una vividez que la misma realidad no tiene, digamos entonces aquí con el poeta Jorge Luis Borges, que, con  lo asombroso, extraño y sobrenatural, que es el hecho de soñar, bien merece preguntarse, a condición de sonreír tras el ensueño de quien duerme: ¿He soñado yo mi vida, o solo ha sido un sueño?           
            Los sueños deberían ser un puente, un camino, para conocernos de un modo más íntimo; es decir, "la cosa que somos", entre lo que rechazamos o anhelamos, en tenor con la realidad.

Maracaibo 17 de noviembre, de 2014