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lunes, 28 de agosto de 2017

EL SILENCIO EN LA PALABRA



EL SILENCIO EN LA PALABRA
Manuel Martínez Acuña   
                                           (A Ivonne del Carmen, afectuosamente).
Según Aristóteles, las cosas se diferencian en lo que se parecen. Y, como que el calor sale del fuego, muchos llegan a pelearse tras este dilema, por lo mismo de lo que en otras ocasiones estuvieron de acuerdo. De lo que se deduce que, la “palabra” y el “silencio” pueden parecerse, en cuanto a que una y otro no se contradicen entre sí. Tema del que pretendemos sacar aquí, algunas consideraciones útiles.
Si todo esto es así como se dice, ¿por qué no hacerse entonces una herrería de su elocuencia, oír su coro, o, definir su dimensión? Pues el silencio tiene la capacidad de decir más en lo que calla que en lo que declara. De ahí que, permanecer en silencio ante un escenario de desatino verbal, por ejemplo, acaso sea como llegar a decir, habla cuánto quieras, pero la verdad, cuando no quiere herir, tiene otros atributos entre las facciones de las apariencias.
Sin embargo, tal forma de ver las cosas -apelando a los perfiles de la razón-, tal vez pueda ayudar a comprender mejor el mundo que se transparenta detrás del hombre y su silencio. Callar, no tiene por qué ser un espécimen peyorativo, ni mucho menos una aprobación. Y, si en ocasiones puede llegar a revelar una u otra cosa, lo fundamental del silencio está en la filosofía del comportamiento social de la paciencia.
La vida muchas veces nos hace guardar silencio. No como el de los monjes que atesoran el silencio, la soledad y el tiempo en peregrinajes religiosos, sino aquel silencio donde se calla el ruido, la vos interior; o, el que nos quita la soledad y nos da la compañía.
El filósofo alemán, Max Scheler dice: “Lo que uno es, lo que piensa, lo que desea, lo que ama, etc., depende y muy estrechamente de la técnica del silencio”.
Así y todo; y, de algún modo, el silencio tiene tanta relevancia como el discurso, en el comportamiento humano.

viernes, 25 de agosto de 2017

SOFLAMAS DEL ODIO



SOFLAMAS DEL ODIO
Manuel Martínez Acuña
Como fantasma que hace cómplice la oscuridad de la noche para sus divagaciones;  y, que, agazapado a manera de felino, busca acercarse a su víctima, así el odio sostiene en sus manos los toques brutales de esa violencia. Su mezcla de la que está formado, da con el fango de la diatriba más deshumanizada de la vida, que sólo ve delante de sí la propia sombra de su resentimiento, tras el supremacismo de la envidia.
Pensar que exista gente que cree que es mejor que otra, sólo por razones de ADN, color de piel, religión o de cartera, no es nada ignorado. Pues siempre han existido elitistas, intolerantes y soberbios que, prevalidos de su fanatismo, han encontrado hoy las condiciones adecuadas para unirse y practicar su peligrosa amenaza.
La historia del mundo está plagada de conductas individuales y de comportamientos sociales negativos, sin ver delante de sí su propia sombra. Bien por el dominio religioso y el control de la riqueza, o bien por el clasismo económico que ahora resulta patente dentro de la globalización extendida a los mercados y empresas a nivel mundial.
En el psicoanálisis, Sigmund Freud define el odio como un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad. Muchos psicólogos consideran que el odio, es más una actitud o disposición, que un estado emocional.
René Descartes por su parte, ha visto el odio como la conciencia de que algo está mal, combinada con un deseo de retirarse de él. Ambos, Freud y Descartes, consideran al odio como lo opuesto al amor.
Por tanto, el odio es el lucro de una intensa sensación de contrariedad. Se puede presentar en diferentes formas y contextos; desde la aversión obsesiva a los animales, al odio de otras personas, grupos, etc. Aunque al parecer, el odio no siempre se asocia con sentimientos de enojo.
Después de todo, nada es más adecuado que reflexionar lo más acertadamente posible sobre un problema tan complejo como este del odio, pues el rencor y el odio son dos sentimientos que se arraigan muy hondo,  terminando por pasarnos la cuenta y volviéndose contra nosotros.
Además de esto, ir por la vida cargado de odio y de rencor, es como tener que llevar siempre un pesado fardo a nuestra espalda que, desde luego, no nos dejará ser del todo felices.
                                                                                              26/08/2017