Labranza para la paz
Manuel Martínez Acuña
El uso y
aprovechamiento de la tierra ha sido siempre para el hombre -desde que éste
dejó de ser nómada y recolector- el quehacer más apremiante; y algo que él hace
desde que entró en relación con otros hombres, o vive en sociedad. El suelo es
por lo tanto el factor, la realidad superior e inseparable de la supervivencia.
Es el camino que forzosamente se amplía y extiende, en la medida en que crecen
las necesidades alimenticias de un mundo acosado por el hambre; trágica
mensajera de muchos males sociales. Por eso, todo cuanto se derive de la
agricultura en general, tiene que ser bien
entendido como un problema de primer orden, de mucho cuidado; puesto
que, desde la misma antigüedad, los reglamentos que se dieron en torno a la
legislación de entonces, casi todos fueron precisamente relacionados con la
actividad agrícola.
De ahí que,
la labor del campo deba ser estimulada y fundamentalmente orientada hacia la
reincorporación de la población rural a su elemento primario, en razón de su
casi crónico desencuentro con su entorno natural, históricamente provocado por
el desnivel de vida interpuesto entre este sector y el urbano.
Se estima
que, en el caso de Venezuela, en 1841, la población agrícola representaba un
72% de la población general, contra un 65% en 1936, y, el 41% en 1950.
Decrecimiento este que, no sólo persiste como causa de un mismo mal nacional e
internacional, sino que ha engendrado una nueva clase de humanismo hipócrita,
que a menudo suele preguntar por la vida y por el hombre, en los foros
mundiales, después de haber saciado su propia superabundancia, y, arrojado a
los perros los mendrugos.
A este
respecto cabe señalar que, dejar al amparo de sus solas fuerzas a la
agricultura, no sólo puede aumentar al máximo el desequilibrio social, el
hambre y la pobreza en el mundo, sino lo que es peor aún, acercar más al hombre
a la guerra, o al terrorismo de la nueva dominación.
Dolorosa
encrucijada esa rodeada de sombras e incertidumbres, como la de quien avizora
un abismo. De ese modo, o sin un instrumento concebido para poner al alcance de
la población los proventos y posibilidades de la tierra, la dignidad de la vida
humana quedará excluida del gran banquete de los economicistas, exclusivamente
invitados a esa mesa.
Visto de
esta manera el problema general; la cuestión que plantea; es hallar el modo de
lograr que el capital productivo aporte mayores beneficios a la sociedad rural.
Que el mercado para las cosechas
tenga objetivos seguros, concatenados y definidores de una política integral
sostenida y de cambios de estructura.
Que el aprovechamiento crediticio y el de la tierra, sea concebido y controlado en conjunción equilibrada con servicios agrotécnicos y programas oficiales encomiables.
Que el labrador, el campesino, el pequeño o el mediano empresario del campo, deje de ser excluido de las necesidades mínimas del pan de cada día, de la salud, la educación y la justicia social. Así, bien pudiera irse al rescate de la población campesina, y revertir su trastocado éxodo en función del bien común.
Que el aprovechamiento crediticio y el de la tierra, sea concebido y controlado en conjunción equilibrada con servicios agrotécnicos y programas oficiales encomiables.
Que el labrador, el campesino, el pequeño o el mediano empresario del campo, deje de ser excluido de las necesidades mínimas del pan de cada día, de la salud, la educación y la justicia social. Así, bien pudiera irse al rescate de la población campesina, y revertir su trastocado éxodo en función del bien común.
Que no se
escatime más el orden social de su concurso que, en rigor, significa la paz del
mundo.