“Por quién doblan las campanas”
Manuel Martínez Acuña
No se trata (de buenas a primeras), de teorizar ni
filosofar acerca de mayores precisiones literarias sobre el gran periodista y
escritor norteamericano, Ernest Hemingway; sino tan solo de tomar prestado el
título de su novela -escrita dentro del marco de la guerra civil española-, donde
el autor nos señala -entre otras cosas-, el momento preciso de cuándo tener que
acogerse a una determinada acción colectiva, como única salida para combatir
los abusos sociales y el efectismo en la comunicación.
Desde esa
perspectiva, trataremos de desglosar algunos juicios conceptuosos que, dentro y
fuera de Venezuela, se vienen sobredimensionando a través de fórmulas de nuevo
molde, tras el pretexto “multimediatizado” de la libertad de expresión; factor
éste tan visceralmente sensible, que hasta ha sido capaz de entrar a formar
parte de una estructura gaseosa, seguida por continuos y variantes vientos de
tormenta; y, a dar pie a reglas de falsos positivos, que sólo manejan la
realidad como función genérica.
Sucede
entonces que, sin dejar a un lado otras mil razones más, lo que sale y llega de
los medios de comunicación hoy en día, pone a la vista una paradójica forma de
cultura, que lucha con lo elemental; y, que, en suma, viene a confirmar de raso,
que el poder real e histórico que impera en el mundo occidental, es absolutamente
económico; y, que, por lo tanto, no tiene ningún sentido lógico relacionarlo con
la democracia; a la que tantas vanas virtudes le malgastan.
Por eso; y volviendo al
título de la novela, cabe preguntarse aquí, qué tanto no habría curioseado Hemingway
ahora -en su condición de periodista de Kansas, en La Habana-, con vistas a esa
destornillada industria mediática del yo y el superyó, a la que a menudo ha recurrido
la política de su país.
Preguntarse (por lo que pudo
conocerse de la VI Cumbre de las Américas de Cartagena), qué ha quedado en el
interior de estos tiempos modernos, para que la tan manoseada libertad de expresión, no sólo saliera mal librada
de las propias manos de su más fervoroso guardián, sino que llegara también a
ser burlada a su vez, ante los ojos estupefactos del mundo racionalista.
O, por ejemplo, sobre aquellas
cosas referidas a los procesos electorales que, para muchos analistas objetivos
y equilibrados, acusan una obstinada y retrógrada caducidad, como el caso de
aquellas elecciones del año 2000, cuyo ganador (con 543.816 votos de ventaja) resultó
ser el señor All Gore; y, sin embargo; o, después de más de un mes de incertidumbre,
la Corte decidió que el presidente debía ser George W. Bush, tras unos votos
transfugados o abstenidos, en el recuento oficial.
Cosa bien distinta parece
ocurrir por el contrario en Venezuela; y, no obstante, hay que ver cómo se desdice
festivamente de su sistema comicial mecanizado,
tachándolo de menos confiable que el anterior, por no estar basado en el conteo
manual de votos.
Pero, como nada nuevo
acontece que no venga de atrás, no hay sino volver al encuentro de aquella espaciosa
federación de naciones latinoamericanas y del caribe, concebida por Bolívar, a
cambio de la extenuación a la que han sido sometidos
sus pueblos -desde el mismo centro del poder-, a cuenta de considerárselos (por
encima del hombro), como virtuales asentamientos de un tercer mundo.
No en vano apunta perplejo
Mario Benedetti, en la primera de sus seis estrofas del poema “EL SUR TAMBIÉN EXISTE”, lo siguiente, ante la
dramática y violenta forma de lo absurdo:
“Con su ritual de acero/ sus grandes chimeneas/ sus
sabios clandestinos/ sus cantos de sirenas/ sus cielos de neón/ sus ventas
navideñas/ su culto de dios padre/ y de las charreteras/ con sus llaves del
reino/ el norte es el que ordena.”
De ese dicho
y de ese oráculo, solo queda preguntarse entonces,
“Por quien doblan las campanas”; si por los que buscan la forma de vivir
en paz, sin la amenaza del acero, o por los que aún pretenden reducir a un acto
similar al de imprimir papel moneda, la cualidad virtual de la libertad de expresión; entre las necesidades
obscuras y obsesivas de las grandes corporaciones mediáticas, en su afán de ablandar
o dispersar en trozos, el mundo interior de estas comunidades.
Pues bien; y, como nada
impide ir con sesgo directo a lo que acabamos de decir con Benedetti, es
menester agregar, finalmente, estos otros versos suyos, y, preguntarse de nuevo,
cuántos de estos ensayos hegemónicos, no se vieron
olvidados por el acontecer histórico, como ocurrió con los imperios español y
romano, que en su tiempo se creyeron inspirados por los dioses omniscientes del
Olimpo:
“…pero aquí abajo abajo/ cerca de las raíces/ es donde la
memoria/ ningún recuerdo omite/ y hay quienes se desmueren/ y hay quienes se
desviven/ y así entre todos logran/ lo que era un imposible/ que todo el mundo
sepa/ que el Sur también existe”.
Y, por último, redundemos sobre algo
más de la fórmula de Hemingway, donde -entre otras cosas-, señala cómo combatir los abusos sociales y el
efectismo en la comunicación.