HEBRAS
DE LA MÚSICA ZULIANA
Manuel Martínez Acuña
Un viejo dicho hispánico dice, “sólo puede repasarse lo ya realizado, sabido,
estudiado, o escrito”. Pero, ¿cómo identificar entonces esas cosas sin
fisonomía propia que resultan de la expresión particular de los pueblos, o
cuando los indicios se confunden con las evidencias? Es lo que precisamente
pretendemos identificar aquí, ahora, a fin de poder enhebrar, a partir de la
vocación del zuliano por la música, la naturaleza espontánea y popular de
aquellas piezas, composiciones o arreglos de autores, que han sido menos echados
de ver por el diario acontecer; pero que de alguna manera dieron y dan cuerpo a
la esencia secreta de esa industria musical.
Desde uno cualquiera de los lugares donde
la música zuliana ha llegado a ganar su valor genuino, se ha ocupado de engalanar
elegantes salones y llenar otros espacios de recreación, con sus valses, que
tienen la estructura musical del vals tradicional europeo, pero se diferencia
en que tiene un ritmo más acelerado y temas más vivos.
Con su danza zuliana, que por su rapidez y soltura se parece mucho
al merengue, e invita por lo tanto a ser bailada; habida cuenta de que baile y
danza son sinónimos en el uso ordinario del lenguaje.
La contradanza, que aun cuando es un
baile de origen inglés, tomó en el Zulia rasgos muy propios; de tal elegancia
señorial, que aún permite vislumbrar lo que serían los salones virreinales, y
la sociedad mantuana de aquel tiempo. De ahí que no haya forma ni modo de
olvidar aquí el excepcional arreglo hecho por el maestro Ulises Acosta de la
contradanza zuliana, “La Reina”, de Amable Torres, en Sol
Bemol Menor; compuesta el 15/02/66.
Dicho esto; y casi
tocando los límites comunes de la tradición zuliana, apuntemos que, también el canto con
acompañamiento de música, y letras de poetas populares o cultos, recrean
arquetipos y colocan entre la historia y la filosofía de las artes, figuras
como Ricardo Cepeda, en “Maracaibo te añoro”, de Simón García; o como Etherberg
Barrueta, en “Así es Maracaibo”, de José Chiquinquirá Rodríguez, para sólo
nombrar a dos vocalistas.
Y, en cuanto a lo
reflejado a través de la creatividad poético-musical zuliana, hay muchos
ejemplos; entre los cuales se cuenta el del
escritor, poeta y médico Guillermo Ferrer, autor de la letra de tres canciones
arregladas por Luis Guillermo Sánchez; una de ellas, con el título de “Barquitos
de papel”, si mal no recuerdo, cantadas por Tino Rodríguez. Y lo otro venido al
caso del doctor Manuel Matos Romero, quien, además de ejercer la abogacía y la
diplomacia, tocaba con soltura el saxofón, como lo comprueba un pesado disco de
acetato que aún conservo de regalo, en donde interpreta una contradanza con el
nombre (creo recordar), de “Dulce María”, o “Dulce Flor”.
Y, yendo un poco más
allá de esa esencia secreta a la que nos referimos antes -que ha sido una constante
en el zuliano; mezcla del talento lírico y de esos virtuales duendecillos del
canto y de la música que tanto travesean en las artes-, apuntemos por último
entonces hacia algunos de nuestros cultores musicales casi dejados en el tintero,
que a buena hora han
llenado un espacio más, de tonos y semitonos entre las hebras de la música
zuliana. Curiosamente miembros de una misma familia, y nacidos todos en
Los Puertos de Altagracia. Veamos:
Rubén Leal Gutiérrez, Virtuoso del contrabajo,
clarinete y guitarra. Fue profesor de Teoría y Solfeo en la Academia de Música
del Estado Zulia. Miembro de la Banda Municipal Urdaneta de Maracaibo. Perteneció
a varias orquestas y grupos musicales, y, compuso la música de Valses, Danzas y
Contradanzas, entre otras, escritas por su hija Dalila.
Dalila Leal Petit, Escritora de varias canciones con
la intervención de su padre Rubén, quien hubo de hacerles el arreglo musical.
Sus géneros preferidos eran, el vals, el joropo, la danza y la contradanza.
Entre sus obras encontramos: Afrodita, Caléndula, Trina, Alondra, Reforma Agraria,
Coquivacoa, El Torito, Cuando canta el sapo.
Roger Leal Gutiérrez, violinista. Profesor de
instrumentos de cuerda. Director de la Academia de Música de Maracaibo en el
año 1944 y violinista en la Orquesta de Rialto y Ayacucho, durante la época del
cine mudo cuando las películas eran acompañadas con música orquestada. Concertista
en orquestas caraqueñas. Amante de la música clásica y la nativa. Compositor de
valses criollos, de los cuales recuerdo "Alma Lacustre".
Efraín Leal Petit, Fue saxofonista. Tocó en la
orquesta de Luis Alfonzo Larrain, que era una de las más populares del país;
llegando a tocar con cantantes de la calidad de Elisa Soteldo, Manolo Monterrey
y Celia Cruz.
Dicho esto; o transponiendo un poco la esquina
del tiempo, esperemos que este breve ensayo tenga al menos la suerte de hacer
visible a los amigos de la música, sus reminiscencias sonoras. Los valores de que
está compuesta; donde –como en un caracol-, perviven las voces y los acordes,
expresión íntima del alma y su lenguaje.