EL SONIDO EN LA MÚSICA
Se ha tenido por dicho -tras algunas articulaciones
barrocas-, que es probable que el sonido en la música sea un equivalente de la
literatura, o un sucedáneo químico de la poesía. O, lo que es lo mismo, el eco
de un pronunciamiento destinado al ditirambo estilístico, asociado a la tesitura
del hecho vocal, que incluye el instrumento, el creador y su obra.
Igual que la cultura se manifiesta en
los actos y en los artefactos, la música apunta hacia el comportamiento del sonido a través del suceso fónico
de un instrumento, bien sea de cuerda, viento o percusión; como proeza del
arte.
Por tanto, la forma consagrada o la
materia prima de la música, procede de la mezcla del sonido con el silencio, y,
de las cualidades, características y rangos de los entes armónicos trazados en
las paralelas del pentagrama y sus
relaciones, que a los efectos de la heurística o técnica de la creatividad e
indagación, se recurre.
Premisa
tras la cual pareciera que, al hombre, no le cupiera otro destino mejor que el
de acordar su giro con la historia, para catalogar e inventar una serie de
reglas básicas fundacionales, hasta llegar al tipo de lenguaje musical que hoy
conocemos universalmente como danza, contradanza, vals, bolero, gaita,
villancico, bachata dominicana, etc.; además de otras modalidades nombradas clásicas,
como lo son el minué francés, el jazz norteamericano, la zarzuela española, o
la ópera; un género de música teatral, en el que una acción escénica es
armonizada y cantada con acompañamiento instrumental.
Al
lado de esa práctica, bien merece hacerle aquí un lugar necesario a los años
60, 70 y 80; años a los que hay que registrar como el modelo fresco, el ciclo
luminoso en donde se llega a poner la cultura y novedades de la época, en
sintonía con el esquicito arte de la música. Tanto es así, que, la diversidad del
posmodernismo, aún no tiene una respuesta idónea para ninguna de sus solemnidades
estéticas de entonces, todas susurrantes de poesía.
Así,
de un tiempo acá, grandes períodos de la buena música se han visto disminuidos,
abigarrados de tenderetes necios; de metaidealismos librados al estilo estridente
del reggaetón; un género musical de
ascendencia afroantillana, e influencias traumatizantes del hip hop
norteamericano.
Lo
demás es agenda reciente. Habrá por tanto que seguir voceando ante la mirada antiestética,
achatada y vacía de ese banal remedo musical, en medios y revistas como la de “Amigos de la Música Zuliana”, AMUZ., del
Ing. y editor Iván Darío Parra, hasta retrotraer su expresión más acabada de su
tiempo, a la propia alma de su filosofía histórica. Ponderación admirativa que
ya estamos echando de ver por cierto, en creadores, arreglistas y cantantes
importantes de este tiempo.
Manuel Martínez Acuña