EL SÍNDROME DE CUBA
Mnuel Martínez Acuña
Entre
las múltiples definiciones que podemos sacar del enunciado: “los árboles no nos dejan ver el bosque”, hay
una que nos lleva a reflexionar sobre el origen de las cosas; y, otra, a mirar
por encima de lo que la confusión, el exceso, y, la complejidad de la vida, nos
oculta. Pues nada explica mejor el síndrome de Cuba, que esa postura cómoda de
hacerse de la vista gorda para lo que no nos apasiona; o aquella de origen
bíblico, de no mirar al otro lado del bosque, para no caer en desobediencia
como la mujer de Lot. Con Cuba se sigue el camino de la menor resistencia. Si
no, veamos lo que opinó Richard Goodwin -quien fuera asistente especial del
presidente Kennedy-, durante la Conferencia Académica: “Girón, 40 años después”, realizada en la Habana. Dijo: “No tengo duda de que si Cuba fuera un
país poderoso, estaría conversando hace rato con nosotros”. Y, más adelante,
manifestó que, “la mayoría en U.S.A.
saludaría un arreglo con Cuba, excepto unos pocos de la derecha, y los grupos
de la comunidad exiliada”; que de paso representa, según el mismo Goodwin,
un costo político para Washington.
Ahora
bien; lo evidente en la opinión de Goodwin reposa, en que da el tirón necesario
hasta hacer entrar el suceso en el curso natural de las cosas. Vale decir,
preguntarse uno, ¿por qué entonces La China comunista y Estados Unidos están
hoy conversando de tú a tú sobre Corea del Norte, por ejemplo;
e incluso intercambiando visitas presidenciales y facturas comerciales, y, no
con Cuba? La respuesta pudiera tener varias vertientes interesantes, pero, la
que más cuenta, pudiera ser la de no querer despertar al gigante asiático.
Si
Cuba no es en realidad un paraíso -como tampoco lo es la gran Nueva York, con
decenas de miles de personas sin techo-, al menos ha sido un milagro su
supervivencia.
Desde
luego, Cuba sufre y clama por justicia; pero, independientemente de la pobreza
que le aqueja, la marginalidad allá no saca muchas ventajas; ni el negocio de la prostitución es diferente a
cualquiera otra parte del mundo. Pues la salud, el deporte y la educación, son
derechos y deberes sociales que, dentro de la información precisa que imparten
los medios de comunicación locales, adoptan la forma moral que hace vida en el
pueblo.
Tal vez por eso no vimos niños de la
calle pidiendo limosna. Ni tampoco ranchos en condiciones infrahumanas como se
ven unos y otros en la gran Caracas y, en toda Venezuela. O en Brasil,
Argentina, Perú, etc., por no hablar de Haití. De ahí que un humilde cochero,
que nos paseó por toda la ciudad de La Habana, Manuel Díaz, nos dijera
espontáneamente: pasamos por muchas dificultades, pero nadie se queda sin
almorzar en Cuba, ni se queda analfabeto, ni se muere alguien por falta de
asistencia médica.
Se habla mucho, al parecer,
de que la libertad tiene un curso distinto y superior a lo que lo circunstante
nos impone. Pero, ¿de qué libertad hablamos si ésta, como tal, siempre nos hace
merodear en torno al hambre, la ignorancia y la insalubridad; y nos adosa -por
muchas razones sabidas-, el espejismo de una esperanza virtual, azarosa, sobre
los rastrojos de la comedia humana?
La
misma naturaleza de una economía global, planificada hoy por un estado que
proclama las bondades de un ALCA,
obliga a fijar un marco de actuación; el ordenamiento de una economía
complementaria de mercado, en donde no aparezca por ningún lado, ese flagelo
esclavista y perverso de la explotación del débil por el poderoso, que
persistentemente impone su áspera mano.
Por
lo que finalmente cabe significar aquí que, sin el infamante bloqueo, la figura
o el fantasma del “comunismo” en Cuba, muy posiblemente estaría hoy bajo otro
diseño. Y,
EE.UU., por su parte, bien pudiera gozar plenamente de la admiración del mundo entero, como una gran nación, si sus postulados dejaran de hacer subasta de la dignidad y soberanía de los demás pueblos; salirse un poco de ese universo basado en la razón de la fuerza y, de ciertas leyes extraterritoriales, todas encaminadas a someter razas, ciudades y pueblos enteros, no previstos en los designios de la globalización.
EE.UU., por su parte, bien pudiera gozar plenamente de la admiración del mundo entero, como una gran nación, si sus postulados dejaran de hacer subasta de la dignidad y soberanía de los demás pueblos; salirse un poco de ese universo basado en la razón de la fuerza y, de ciertas leyes extraterritoriales, todas encaminadas a someter razas, ciudades y pueblos enteros, no previstos en los designios de la globalización.