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lunes, 28 de enero de 2013

EL SÍNDROME DE CUBA



EL SÍNDROME DE CUBA
Mnuel Martínez Acuña 
                                                                                          
        Entre las múltiples definiciones que podemos sacar del enunciado: “los árboles no nos dejan ver el bosque”, hay una que nos lleva a reflexionar sobre el origen de las cosas; y, otra, a mirar por encima de lo que la confusión, el exceso, y, la complejidad de la vida, nos oculta. Pues nada explica mejor el síndrome de Cuba, que esa postura cómoda de hacerse de la vista gorda para lo que no nos apasiona; o aquella de origen bíblico, de no mirar al otro lado del bosque, para no caer en desobediencia como la mujer de Lot. Con Cuba se sigue el camino de la menor resistencia. Si no, veamos lo que opinó Richard Goodwin -quien fuera asistente especial del presidente Kennedy-, durante la Conferencia Académica: “Girón, 40 años después”, realizada en la Habana. Dijo: “No tengo duda de que si Cuba fuera un país poderoso, estaría conversando hace rato con nosotros”. Y, más adelante, manifestó que, “la mayoría en U.S.A. saludaría un arreglo con Cuba, excepto unos pocos de la derecha, y los grupos de la comunidad exiliada”; que de paso representa, según el mismo Goodwin, un costo político para Washington.    
       Ahora bien; lo evidente en la opinión de Goodwin reposa, en que da el tirón necesario hasta hacer entrar el suceso en el curso natural de las cosas. Vale decir, preguntarse uno, ¿por qué entonces La China comunista y Estados Unidos están hoy conversando de tú a sobre Corea del Norte, por ejemplo; e incluso intercambiando visitas presidenciales y facturas comerciales, y, no con Cuba? La respuesta pudiera tener varias vertientes interesantes, pero, la que más cuenta, pudiera ser la de no querer despertar al gigante asiático.
       Si Cuba no es en realidad un paraíso -como tampoco lo es la gran Nueva York, con decenas de miles de personas sin techo-, al menos ha sido un milagro su supervivencia.
         Desde luego, Cuba sufre y clama por justicia; pero, independientemente de la pobreza que le aqueja, la marginalidad allá no saca muchas ventajas; ni  el negocio de la prostitución es diferente a cualquiera otra parte del mundo. Pues la salud, el deporte y la educación, son derechos y deberes sociales que, dentro de la información precisa que imparten los medios de comunicación locales, adoptan la forma moral que hace vida en el pueblo.
        Tal vez por eso no vimos niños de la calle pidiendo limosna. Ni tampoco ranchos en condiciones infrahumanas como se ven unos y otros en la gran Caracas y, en toda Venezuela. O en Brasil, Argentina, Perú, etc., por no hablar de Haití. De ahí que un humilde cochero, que nos paseó por toda la ciudad de La Habana, Manuel Díaz, nos dijera espontáneamente: pasamos por muchas dificultades, pero nadie se queda sin almorzar en Cuba, ni se queda analfabeto, ni se muere alguien por falta de asistencia médica.
         Se habla mucho, al parecer, de que la libertad tiene un curso distinto y superior a lo que lo circunstante nos impone. Pero, ¿de qué libertad hablamos si ésta, como tal, siempre nos hace merodear en torno al hambre, la ignorancia y la insalubridad; y nos adosa -por muchas razones sabidas-, el espejismo de una esperanza virtual, azarosa, sobre los rastrojos de la comedia humana?
         La misma naturaleza de una economía global, planificada hoy por un estado que proclama las bondades de un ALCA, obliga a fijar un marco de actuación; el ordenamiento de una economía complementaria de mercado, en donde no aparezca por ningún lado, ese flagelo esclavista y perverso de la explotación del débil por el poderoso, que persistentemente impone su áspera mano.
         Por lo que finalmente cabe significar aquí que, sin el infamante bloqueo, la figura o el fantasma del “comunismo” en Cuba, muy posiblemente estaría hoy bajo otro diseño. Y,
EE.UU., por su parte, bien pudiera gozar plenamente de la admiración del mundo entero, como una gran nación, si sus postulados dejaran de hacer subasta de la dignidad y soberanía de los demás pueblos; salirse un poco de ese universo basado en la razón de la fuerza y, de ciertas leyes extraterritoriales, todas encaminadas a someter razas, ciudades y pueblos enteros, no previstos en los designios de la globalización.             

viernes, 18 de enero de 2013

DEL IDIOMA QUE HABLAMOS (LIBRO PRÓXIMO A PUBLICARSE



DE LA LENGUA QUE HABLAMOS
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         La inercia conque se mira en esta hora la enseñanza de nuestra lengua en Suramérica --medio providencial de comunicación--, no sólo suscita y estimula el fenómeno de la confusión, sino que nos priva además de las ventajas de un lenguaje común, que pueda servir desde luego para entendernos los propios y vecinos, sobre lo que se habla y se escribe, sin caer en ese precedente histórico que condujo al episodio de Babel. Cabe decir, donde el bonaerense no entenderá al caraqueño, ni el chileno al mejicano
         Por tanto, no se crea exagerada ni se descuide esta observación (que de hecho no es nueva), puesto que viene del linaje de Bello, a quien es inevitable citar a cada paso, al momento de hablar de la dignidad del lenguaje, o al hacer profesión de las letras.
         Ahora bien; éste y otros temas de incuestionable importancia, tales como: hable bien y triunfe, la defensa del lenguaje, influencia del inglés en el castellano hablado en Hispanoamérica, o, cómo hablar bien en público, etc.; incluso el Código de Ética del periodista venezolano, y, otros apéndices más --a manera de complemento de esta GUÍA--, han sido redactados y ordenados por el periodista,  gramático, conferenciante, y de emparentada estirpe literaria, Eddie González Hernández, un autoeducado de refinado estilo; acucioso y solícito defensor del idioma, de su limpieza, uniformidad y decoro.
         El hecho es que el libro, expuesto con suficiente claridad, y explicado tantas veces y de tantos modos en esta su tercera edición corregida y aumentada, sólo pretende poner al alcance de la curiosidad espontánea del lector, el diseño o los pasos a seguir en el aprendizaje acabado y metódico de la lengua.
         Con sagacidad laboriosa, Eddie González, como buen tesorero de la palabra, custodia, facilita y distribuye todo lo que es útil a la higiene intelectual, y, conduce tanto al mejor dominio del lenguaje, como al conocimiento de su lógica. Quiero decir, capacita al interesado a cómo seguir los moldes propios de la gramática, y, a no caer en la falta de términos precisos, en función de la buena expresión de la comunicación.
         Sólo queda, pues, hacer el honor a los valores que prescribe el aprendizaje gramatical y su composición, que tan profusamente prodiga dicha GUÍA; y, adquirir con ellos --en la medida que debiera--, presteza y soltura en el manejo de un idioma tan bello como el nuestro; cuidándonos por supuesto de esa rutina apurada y torcida, consagrada a la incuria o a la mera práctica de la expresión y la palabra escrita, que desafortunadamente ya cuenta de por sí con arraigadas divagaciones lexicales, que deben ser revisadas y corregidas con escrupulosa atención, en razón de esa creencia cómplice de que el hablar puro es una majadería pasada de moda.
          A qué citar entonces otra cosa, que no sea acaso exhortar a sacar el mayor provecho de esta lectura sobre el lenguaje, y a corregir a tiempo y con fruto, los barbarismos que lo afean.
        
                                               Manuel Martínez Acuña

Maracaibo 17 de enero de 2013

SOBRE EL VERBO HABER