EL
EXTRAÑO MUNDO DE LOS SUEÑOS
Manuel
Martínez Acuña
En estos días hemos vuelto a leer y
releer “Las siete noches” de Borges”, libro que, según una cita analógica de Thomas
Browne, puede compararse con una suerte de organismo mental que da por jugar con
la direccionalidad de los sueños, con lo curioso de su entablado, o con lo que
no ha podido ser explicado de ellos; entre los que más se cuenta la pesadilla.
De los sueños nada es imposible,
puesto que hasta los mismos cachorros y los bebés sueñan, en su más pura
esencia. Por lo que todo parece pasar por una zona de sombras y laberintos
ocupados por fantasmas, fieras, lugares, monstruos y personas, buscando explicaciones,
donde solo hay de real el acto que, entre vigilia y sueño, lo imagina. No
obstante, y en estas circunstancias, va haciéndose patente la sensación de que
el sueño es, en contraposición de lo fantástico e ilusorio de la ficción con que
siempre se le inviste, una realidad virtual, que puede ser de ingenuo
romanticismo o de una deliciosa utopía, que los hace vagamente deleitables.
En este orden de cosas; y, sin
pretender aclarar la bruma alegórica o real de los sueños, hagamos implícitamente
incluso el siguiente ejemplo de candilejas o de alucinamiento, quitado de un tramo
de la novela “Baúles de monasterio” (Págs. 299 y 300), de nuestra modesta autoría:
…Lo extraño del sueño estaba en que
el rostro de su padre se transformaba a menudo en el rostro de cara cortada; quien en ocasiones
aparecía como cambiado y sin la cicatriz, y, en otras, muy triste, y, cruzado
por una pesadumbre o un cierto complejo de culpa. Pero lo más curioso de todo
era, que, en él persistían a la vista, todas las facciones y ademanes de la
maldad.
Veamos este otro ejemplo de sueño, págs.
297 y 298 del mismo libro, “Baúles de monasterio”: …Cossette creía encontrarse
sentada en una hamaca bajo el techo del shapono,
en medio del ruido y el alboroto de la aldea, cuidando ya del bebé. Veía -como
en un espejo-, a un grupo de mujeres rayando yuca (nashi) amarga; otras colando en cinchos el amasijo blanco, y, las que
finalmente extendían el casabe en los budares. Y, una y otra vez se paraba para
ir a la hamaquita del bebé a cerciorarse de que todo estaba bien; hasta que
llegase la hora de amamantarlo y de ungirlo con la fascinación y el incienso de
su amor. Sacó entonces del lado izquierdo de su blusa un seno lozano y altivo
que cargado de vida y hechizos, se lo llevó a los labios frescos y rosados del
recién nacido…
Según Gustav Spiller, los sueños
corresponden al plano más bajo de la actividad mental, por su incoherencia o
falta de relación lógica con la realidad. Borges, por su parte, les adjudica la
cualidad de permitirle a uno, ver su pasado y su porvenir, cercanos. Mientras
que Shakespeare llama indistintamente al sueño, “la cosa que somos”.
El hecho es que los sueños no son el
libro abierto en la biblioteca, ni en el gabinete mágico del psicólogo. Sobre
ellos se enfila tal laberinto de cosas raras e indefinibles, que bien pueden
aparecer placenteras, sensuales o dramáticas a momentos; o a merced de un
cataclismo natural. Y, otras veces evocando visiones, entre los dos
impresionantes episodios de la pesadilla: persecución y horror.
Dado que en el sueño todas las cosas
las hacemos de modo inconsciente; y que, a pesar de ello, todo suele tener una
vividez que la misma realidad no tiene, digamos entonces aquí con el poeta
Jorge Luis Borges, que, con lo asombroso,
extraño y sobrenatural, que es el hecho de soñar, bien merece preguntarse, a
condición de sonreír tras el ensueño de quien duerme: ¿He soñado yo mi vida, o solo
ha sido un sueño?
Los sueños deberían ser un puente,
un camino, para conocernos de un modo más íntimo; es decir, "la cosa que somos", entre lo que rechazamos o anhelamos, en tenor con la realidad.
Maracaibo 17 de
noviembre, de 2014
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