LA AUTOESTIMA Y EL EGO
Manuel Martínez Acuña
Poner
la imaginación al servicio de la autoestima, y, vivir con la confianza en sí
mismo y en nuestro destino superior, puede tener la virtualidad de guiarnos,
pese a todo, hacia un escenario de logros, donde los valores más puros y
creadores del espíritu, tomen el camino de las cosas útiles, de la belleza, de “cielos
diáfanos que ahonden claridades” y alegrías de la vida; ante la esclavitud de
las ideas.
La autoestima -conforme va la línea del paradigma psicológico
que la conforma-, es un proceso fisiológico de recepción y reconocimiento de
las sensaciones y estímulos recibidos a través del entendimiento o la razón. Por
lo que es ésta la vía adecuada mediante
la cual se llega a ser y a conducirse, en función o cuido de la valía personal.
De allí que la autoestima deba considerarse de por sí, el “yo” fundamental de
la complexión humana. Sin que esto, por supuesto, tenga nada que ver con los
rasgos propios que definen el ego.
Desde luego que, el ego, a la inversa de la autoestima, es
una creación mental que se va dando en razón de lo que ocurre en nuestro mundo
exterior, es decir, en nuestro entorno; entre dos conceptos distintos de un
mismo aspecto, que nos sitúa o nos hace sentir confundidos con nuestra propia
identidad, o de lo que creemos ser; en virtud de que el ego no sólo se alimenta
de triunfos, éxitos y conquistas, que de antemano cree merecer eternamente, sino
que también crece culpabilizando a los demás: La voz punitiva que a veces nos
hace sentir torpes, malvados o culpables, cuando cometemos cualquier error.
Pero hay sobre el ver pasivo un ver activo, que Platón quiso
llamar ideas; que no existen
materialmente para un espejo, sino para quienes tienen la voluntad de ellas.
De suerte que, si al ego le gusta sentirse superior a otras
personas, y, hacerse de una importancia que no tiene en realidad, algo en
nosotros nos dice que, la autoestima, en pocas palabras, es conocerse,
aceptarse y valorarse en la justa medida.
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