Recent Posts

domingo, 27 de marzo de 2011

A la Vuelta del Tiempo. - Manuel Martínez Acuña - parte 3


H
oy. a las siete de la mañana, como de costumbre, y después de llevar sus hijos a la universidad, mi hija Morayma vino a buscarme para caminar un poco -una media hora más o menos-, alrededor de la plaza La Estrella, muy cerca de donde yo vivo; que tiene una extensión perimetral de unos quinientos metros aproximadamente.
         Al bajar del carro, y, caminar apenas unos cuantos pasos, ambos quedamos deslumbrados por lo que se había puesto delante de nuestra vista. Es decir, ese mundo perfecto y limpio de los pájaros, que de alguna manera nos lleva a pensar en el absoluto del que tantas veces dudamos.
         Era un azulejo joven como un alba, apuesto y aguzado, presumiendo de la naturaleza inocente de sus colores, y de la aventura de su primer vuelo. Un bello pájaro de unos trece o quince centímetros de longitud, de color azul y visos verdosos, tendiendo a fajas negras en las alas y la cola. Su vuelo es raudo y recto como una flecha, particularidad de esa especie.
         Pues bien; contrario a lo que pudiera suponerse, este dulce, sencillo, solitario y voluntarioso pillo, se había subido al retrovisor de un carro estacionado en la plaza. Allí lo vimos mirándose al espejo y, picándolo fuertemente con una delirante actitud de niño malcriado. Se cambiaba a cada rato de posición, dando vueltas en redondo y, volviendo a golpear con su pico, lo que él consideraba acaso un posible adversario incursionando dentro de su propio territorio.
         Después de lo ocurrido y, meditando un poco más acerca de ciertos mensajes sobrenaturales, que a la postre uno no termina por penetrar jamás, continuamos caminando; pendientes sin embargo del azulejo. Pero, para la segunda vuelta de la caminata, ya nuestro personaje había cambiado de escenario saltando ahora de rama en rama, posiblemente del árbol donde había nacido.
         Ya casi habíamos dejado atrás la dionisíaca página del azulejo, cuando a la tercera vuelta vimos de nuevo -ahora más confundidos que nunca-, a nuestro alado comediante picoteando otra vez al espejo con la misma determinación de antes. Y aquí nos preguntamos, ¿a qué naturaleza puede atribuirse entonces tal insistencia? ¿Qué reflejo, memoria, añoranza o inteligencia le hizo regresar al mismo sitio, y a tomar la misma actitud?
Pero, lo más desconcertante de todo sucedió tres días después, cuando cumplido ya nuestro ejercicio cotidiano, y, ya dentro del carro disponiéndonos a abandonar el parque, apareció una vez más el misterioso y encantador azulejo, queriendo mirarse de nuevo al espejo; pero ahora (para mayor sorpresa nuestra), era del retrovisor derecho de nuestro propio carro. Solo que, al darse cuenta de que nosotros estábamos dentro, voló al árbol en busca de cobijo.
Por lo que a partir de este momento
.
sólo nos resta decir con Aristóteles que, a falta de otra explicación, “las verdades de las cosas nunca residen fuera de ellas”.

No hay comentarios: