LA FOBIA, O PERSONIFICACIÓN DEL MIEDO
MANUEL MARTÍNEZ
ACUÑA
El aspecto de mito que proporciona el
término fobia, por ser una palabra derivada del griego fobos (hijo de Ares y
Afrodita), sin que esto sea decir que tal configuración es parte literal del sujeto
heleno, está enfocado a tomar campo no solamente a través de los componentes o
trastornos de salud emocional o psicológicos, sino también de casos más
específicos como el miedo a estar solo, miedo a los espacios cerrados, miedo a
la oscuridad, o miedo social, entre un conjunto considerable de síntomas, de
especial relevancia asignados al síndrome de la fobia.
La propensión moderna de llevar consigo
una filosofía y una conducta encadenada a los sistemas de control y
comunicación de los seres vivos y el de las máquinas; tras el mal uso o falta
de adaptación a las activaciones tecnológicas, puede originar problemas físicos
y psicológicos, de estrés y ansiedad (según los entendidos en la materia), y conducir
a situaciones irracionales compulsivas tan marcadas, como para dar lugar a un determinado
deterioro de las emociones personales. Se cree que las mujeres son dos veces más
propensas que los hombres a sufrir fobias.
Nada hay de extraño, pues, que, si
el solo hecho de aprender a utilizar el gran número de dispositivos de que disponen
las nuevas tecnologías, genera tensión, una sobrecarga de su aprendizaje no
escaparía de una perturbación anímica, como señala el psicólogo Antonio Cano
Vindel, presidente de la Sociedad española para el estudio de la ansiedad y el
estrés.
Cabe por tanto hacer aquí algunas
breves anotaciones sobre la tonalidad compulsiva de esta anomalía
psicosomática, solo en cuanto a la aserción absurda que se presenta con
apariencias de verdadera. En efecto, la fobia puede presentarse de muchos
modos, y sentirse desde luego acompañada de un cierto miedo más o menos
consciente y ansioso, que empieza en la realidad y acaba como un objeto
paradislero, o, sea, a la caza de las cosas fingidas o inventadas.
Algunos ejemplos de ello son, la
acrofobia, miedo a la altura; la agorafobia, miedo a los espacios abiertos;
algofobia, miedo al dolor; androfobia, miedo a los hombres; anteopofobia, miedo
a la gente; autofobia, miedo a estar solo; y entre otras más la claustrofobia,
que es uno de los tipos más habituales del padecimiento, del que dicho sea de
paso, me tocó como ave en su trasvuelo, sufrir sus consecuencias; hasta que el
azar heroico de un fuerte impacto recibido tras el claustro oscuro de un navego
transatlántico de diez horas desesperantes, fue la remisión de la dolencia.
Pues, para mí sorpresa, todo me hizo suponer que la exposición a la que me di
entero por tanto tiempo al objeto que me causaba la fobia, tal vez hizo que yo
terminara familiarizándome con su miedo, hasta dejar de temerle. Desde
entonces, o después de haberla enfrentado solo, no le temo a los ascensores, a
la oscuridad ni a la reclusión.
Ahora bien; hablando de casos
recuperados como el citado caso personal, cabe entonces ir al encuentro con las
preguntas y sentencias formuladas por los entendidos, acerca de la utilidad de
la psicología conductiva, la cual, para beneplácito de los pacientes, ha
alcanzado el promedio del 90% de la investigación clínica.
Después de todo, la imaginación
humana es una fuerte droga que nos permite trabajar con la meta, de cambiar los
patrones de pensamiento que están contribuyendo a su miedo.
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