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jueves, 16 de septiembre de 2010

ESPUELAS Y PINCELES

Manuel Martínez Acuña
Queremos con esto referirnos a la pintura del general ® Euclides Rojas Martínez, que, dominada por la afición y la práctica de un deporte vinculado con la riña o juego de gallos, pareciera unir en una recia urdimbre de hiladas y trazos artísticos -que por razón de su misma naturaleza imponen deberes de lucha-, lo que en un símil retórico hace viva reminiscencia de aquellos combates de gladiadores o de fieras que se realizaban en la antigua Roma, junto con el circo y el teatro de entonces, formando la trilogía de equipamiento que distraía a sus ciudadanos.
No obstante, o a diferencia de esa “otra cosa” de que habla toda obra de arte (en cuanto a que tanto sujeto y objeto deben disolverse en lugar de encontrarse entre dos realidades), el pintor esgrime el lúdico recurso de los colores, la retama del tinte, hasta hacer posible la concurrencia del mágico contraste dado entre lo apacible y lo rebelde, lo abigarrado y lo homogéneo; o en la fusión de esto o aquello que finalmente llega a establecerse como obra realizada.
De ahí que en la pintura de Rojas Martínez se transparente, de manera inconfundible, una relación de continua y manifiesta tendencia a la ornamentación barroca, que habla de un estilo artístico caracterizado por la profusión de visos y matices, y de otras volutas, plumas y picos en acción, en el que confluyen y luchan igualmente dos movimientos de la pintura: el surrealista y el figurativo. O, donde acaso se revela la figura del silogismo disyuntivo, mediante el cual el ente pintor se alía apasionadamente a la expresión viva, casi única de lo imaginario, tras el sujeto creador o épica del gallo; en tanto que el artista en sí lo hace con la policromía del penacho adornado de solemnidades.
Con lo que en definitiva logra, por la plena unificación de los valores cibernéticos en conflicto, lo que ocurría antes entre los griegos. O, sea, acercar y hacer semejantes los objetos opuestos o distantes unos de otros, para que el orden mítico, biológico o físico que intervienen en el cuadro, no inviertan ni confinen los términos del arte.
Así pues, ante el hecho fundamental que nos define al general Rojas como un excelente pintor, están sus colectivas, su vocación artística, lo augusto de su auto-didactismo; desde donde transmite a sus criaturas la armonía, el movimiento natural, el menester de la firmeza original, el fruto de su voluntad; con una fascinación que no excluye su lucidez ni la intención de concertar, entre vestigios de edades anteriores, la buena tinta de la nueva unidad, que Bretón llamaba el azar objetivo; sitio de encuentro entre el hombre y el otro; o, campo de elección de la otredad.
Y, es así como desde esta perspectiva de incesante trabajo, el general Euclides Rojas Martínez se abre paso en la dialéctica del arte, en el mundo del catálogo, tras las metas logradas en correspondencia con el éxito de sus exposiciones, algunas de la cuales fueron señaladas por la Revista de Arte OSMUS, editada en Nueva York, muy difundida en los Estados Unidos de Norte América; y en la que se le rinde un homenaje a este destacado oficial de las Fuerzas Armadas Nacionales; haciendo especial énfasis sobre las características de su pintura. Esto, aparte de las exposiciones reseñadas por los diarios El Impulso de Barquisimeto, el 6 de diciembre de 1994, El 2001 de Caracas el 30 de octubre del mismo año, Últimas Noticias del 30 de octubre de 1994, El diario Médano de Coro, el 1º de agosto de 1993, El Regional de Cabimas – Zulia el 12 de diciembre de 1993, etc., etc.; entre otras exposiciones colectivas e individuales posteriores, donde no es casual una suerte de fuerza interior que sopla donde quiere y produce imágenes gratuitas e inexplicables, pero armadas con la lógica superior que Novalis sobreponía a la vieja antinomia, que cuestionaba el vuelo de la imaginación.
En suma, las leyendas y relatos plasmados en la pintura de Rojas, que en su esencia toman la forma de una lucha encarnizada entre espuelas, plumas y pinceles, no parecen ni son asunto, ni son mecánica natural, ni siquiera otra cosa que pueda encogerse de hombros, como quien sacude el polvo de sus zapatos. Hay una clara noción de finalidad comprometida en cada línea, dibujo, color y motivos del cuadro, sobre la cual cabalga todo aquello que el artista desea alcanzar en su obra de arte.

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