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miércoles, 11 de mayo de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 9

S
u estímulo a lo que yo hacía, no se hizo esperar. Apenas se percataron de que yo me había metido en el monte a criar ganado, siendo apenas un diletante o lego en ese campo.
Es decir, sin siquiera saber montar bien un caballo, alinear una cerca, rolear un potrero, blandir un machete, o curar por lo menos una simple gusanera, ellos encontraron la forma de orientarme hasta donde podían, para que en el camino no se fugaran mis anhelos, ni el empeño de fijarme un destino; ante los muchos obstáculos que a menudo se presentan en ese quehacer, bajo las formas más diversas. De ahí que, a pesar de mi ignorancia, la otra realidad pudo reivindicar la búsqueda apasionada en el camino que seguí. 

            Pero, eso fue tan sólo uno de los razonamientos de la ayuda; pues un rato más tarde, se pusieron de acuerdo -movidos por el noble sentimiento de la amistad-, y me enviaron en un camión 350 (a manera de bandeja de cumpleaños, un 10 de octubre), dos novillas y un semental, a título de regalo conmemorativo.
            De este episodio, y con palabras y demostraciones bromistas entre los demás del grupo, surgió una cuarteta que encierra y tiene la gracia palpable de su propio autor, el repentista o improvisador de versos Wílmedes Socorro. 
            Quiero decir que, advertido Wílmedes de que el camionero Petronio me había cobrado (a juicio de ellos), una cantidad de dinero recargada, por el traslado de dichos animales de Machiques a Machango, no sólo le da un sesgo humorístico al asunto  -sugiriendo que Petronio me había cobrado lo que en realidad valían las dos novillas y el semental-, sino que, a través de una conversación sostenida con el tío de éste, acerca del traslado de unos cochinos de La Vela a Vikinia (dos haciendas de Wílmedes), le manda el siguiente recado en verso, con toda la chispa del perijanero:  

PREPARANDO EL TERRENO PARA LA SIEMBRA
Me le decis a Petronio
Que éste es un viaje de pobre,
No vaya a ser que me cobre
Igual que a Manuel Antonio.
                
         De estos tres grandes amigos, tan sólo uno de ellos (como la retama ardiendo al borde del camino), Wílmedes Socorro todavía  permanece inclinado sobre el surco. Sobre la misma y fecunda tierra de Perijá. Los otros dos, Nectarito y Grismaldo, lamentablemente murieron ya hace tiempo, ambos subyugados por la pasión del trabajo, aferrados al barbecho y al labrado de la tierra. Puedo decir que, ninguno de los tres, podía ocultar su lado más vulnerable de un corazón noble y generoso.

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