“El toque de un ángel”
Manuel Martínez Acuña
Se trata del título de una serie de películas
que, aún basadas en fórmulas mágicas, los temas provienen de una sabiduría
desconocida, de una misteriosa profundidad, de una extraordinaria dimensión
moral, personalizada por un Ángel de la guarda aparecido en escena, cuando más
era necesario rechazar una duda, desencerrar una depresión, o confortar una
desesperanza; que diariamente acostumbra transmitir el canal Warner de la
televisión norteamericana. Y, que, en uno de sus más recientes programas, tocó
un argumento de mucho cuidado e interés social, en relación con el fantasma de
la violencia, que hoy recorre el mundo; y que, lamentablemente, ya casi logra
que el canto de los niños sea otro, o acaso ninguno. Contradictorio camino de
la humanidad, al que ya parece no serle suficiente la materialización de las
costumbres, ni que el mundo se deshaga tras la influencia de sus evanescencias.
En la película, los empresarios de la literatura terminan por hacerse
dueños de la situación. El auge facilitado por el avance de la televisión y el
carrusel económico que le acompaña, acaban por deshumanizar y convencer al
autor de los libretos, de que, para llegar a ser un renombrado escritor, hay
que lucubrar emociones más fuertes; y, por supuesto, capaces de motivar las más
exigentes “curiosidades” del niño contemporáneo. Y, no empujar a tientos, esos
capítulos ya pasados de moda que, si bien fueron una vez factor de tranquilidad
de las ideas, o el balance espiritual de una época, hoy no pagan los gastos en
taquilla.
Lo que sigue después, o se deduce de toda la trama, es que el escritor
se ve impulsado a emborronar papeles sobre temas explosivos, de fantasmas y de
tumbas. A erigir en lugar de la ternura, solo la dureza y el espanto. A ver
desprecio e todas partes por la vida. A encender la sangre y la espada del
robot, en ficciones demenciales. Sencillamente, a congraciarse con la
violencia.
Aquel proceso de sumas y de restas,
de lo ético a lo económico, fue la parte del infierno conquistado por el
escritor. Hasta que, finalmente, no sólo veía armarse de realidad ante sus
ojos, la reacción trágica que creaba su imaginación, sino que también la tuvo
que ver cumplida en su mejor amigo, tras la más dramática y violenta forma de
morir.
Situación que, por obligación de
conciencia, no tardó en vincularla al contexto histórico de su obra; pues,
apenas unos días antes del suceso, los profetas de la televisión habían pasado
por la pantalla –a precio de un aviso publicitario-, el contenido de uno de sus guiones: un dechado
perfecto de lo que Gabriel Marcel llamó “el mundo roto”. De lo que, si sólo
pretendía ser una “travesura” de la ciencia-ficción, al final se transfiguró en
una siniestra criatura de la “ilustración” tecnológica, cuyo periplo de
violencia termina quemando el autobús, en donde se desploma la vida de su más
cercano afecto, víctima del romance televisado de la muerte.
Pero, ¿adónde ir? Hace apenas un
par de meses veíamos el desarrollo de un programa de opinión en un canal de
televisión capitalino que, manipulado a la medida de las circunstancias, el
tema giraba sobre esta pregunta: “¿Puede la violencia política influir en la
psicología del niño?”. Era obvio que los entrevistados llegaran a la conclusión
de que, las prácticas enloquecidas y las ideologías extenuadas, podían llegar a
destruirlo todo. Y que, por lo tanto, sería inadmisible entonces, abandonarse
tranquilamente a la idea de que, la violencia no pone a la inteligencia del
niño al servicio del odio y de los vicios.
Mas, en ningún momento el moderador
del programa habló de manera tal, que permitiera encausar la enorme cuota de responsabilidad
que la televisión tiene en relación con la criminalidad juvenil; ni tampoco
permitió que el tema caminara hacia lo que ha sido una peligrosa desgracia, que
envuelve a toda la sociedad; resumida en el ciclo de la violencia.
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