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domingo, 6 de octubre de 2013

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 El toque de un ángel”
                Manuel Martínez Acuña
         Se trata del título de una serie de películas que, aún basadas en fórmulas mágicas, los temas provienen de una sabiduría desconocida, de una misteriosa profundidad, de una extraordinaria dimensión moral, personalizada por un Ángel de la guarda aparecido en escena, cuando más era necesario rechazar una duda, desencerrar una depresión, o confortar una desesperanza; que diariamente acostumbra transmitir el canal Warner de la televisión norteamericana. Y, que, en uno de sus más recientes programas, tocó un argumento de mucho cuidado e interés social, en relación con el fantasma de la violencia, que hoy recorre el mundo; y que, lamentablemente, ya casi logra que el canto de los niños sea otro, o acaso ninguno. Contradictorio camino de la humanidad, al que ya parece no serle suficiente la materialización de las costumbres, ni que el mundo se deshaga tras la influencia de sus evanescencias.
         En la película, los empresarios de la literatura terminan por hacerse dueños de la situación. El auge facilitado por el avance de la televisión y el carrusel económico que le acompaña, acaban por deshumanizar y convencer al autor de los libretos, de que, para llegar a ser un renombrado escritor, hay que lucubrar emociones más fuertes; y, por supuesto, capaces de motivar las más exigentes “curiosidades” del niño contemporáneo. Y, no empujar a tientos, esos capítulos ya pasados de moda que, si bien fueron una vez factor de tranquilidad de las ideas, o el balance espiritual de una época, hoy no pagan los gastos en taquilla.
         Lo que sigue después, o se deduce de toda la trama, es que el escritor se ve impulsado a emborronar papeles sobre temas explosivos, de fantasmas y de tumbas. A erigir en lugar de la ternura, solo la dureza y el espanto. A ver desprecio e todas partes por la vida. A encender la sangre y la espada del robot, en ficciones demenciales. Sencillamente, a congraciarse con la violencia. 
Aquel proceso de sumas y de restas, de lo ético a lo económico, fue la parte del infierno conquistado por el escritor. Hasta que, finalmente, no sólo veía armarse de realidad ante sus ojos, la reacción trágica que creaba su imaginación, sino que también la tuvo que ver cumplida en su mejor amigo, tras la más dramática y violenta forma de morir.
Situación que, por obligación de conciencia, no tardó en vincularla al contexto histórico de su obra; pues, apenas unos días antes del suceso, los profetas de la televisión habían pasado por la pantalla –a precio de un aviso publicitario-, el  contenido de uno de sus guiones: un dechado perfecto de lo que Gabriel Marcel llamó “el mundo roto”. De lo que, si sólo pretendía ser una “travesura” de la ciencia-ficción, al final se transfiguró en una siniestra criatura de la “ilustración” tecnológica, cuyo periplo de violencia termina quemando el autobús, en donde se desploma la vida de su más cercano afecto, víctima del romance televisado de la muerte.  
Pero, ¿adónde ir? Hace apenas un par de meses veíamos el desarrollo de un programa de opinión en un canal de televisión capitalino que, manipulado a la medida de las circunstancias, el tema giraba sobre esta pregunta: “¿Puede la violencia política influir en la psicología del niño?”. Era obvio que los entrevistados llegaran a la conclusión de que, las prácticas enloquecidas y las ideologías extenuadas, podían llegar a destruirlo todo. Y que, por lo tanto, sería inadmisible entonces, abandonarse tranquilamente a la idea de que, la violencia no pone a la inteligencia del niño al servicio del odio y de los vicios.
Mas, en ningún momento el moderador del programa habló de manera tal, que permitiera encausar la enorme cuota de responsabilidad que la televisión tiene en relación con la criminalidad juvenil; ni tampoco permitió que el tema caminara hacia lo que ha sido una peligrosa desgracia, que envuelve a toda la sociedad; resumida en el ciclo de la violencia.

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