A LA SAGA DE
UN LIBRO
Manuel
Martínez Acuña
Lo conocí de muchacho. Era apenas un
niño. Digamos, un crío recentín; y ya solía separar las sílabas de cada palabra,
puntos y comas; es decir, las letras del idioma en sus rudimentos, a modo de ir
recomponiendo todo al encuentro de lo imprevisto, de lo impensado; lo nuevo.
Lo vi tocando puertas con un
cuaderno de notas y un libro en las manos. Tal era su temprano empeño, su sino
irrevocable, de encontrar claridades a la sombra de la cultura; entre quienes
consideraba o sabía bien, podían hacer un lugar donde poder afirmar y organizar
sus barruntos cognoscentes. Muchas fueron las visitas que hizo, acompañado de
Luis Guillermo Hernández, a mi biblioteca de la Calle 72, a llevarme o a
prestarme un libro.
Venía -adolescente aún-, de la
Asociación Cultural “Rómulo Gallegos”, y, de la orientación, dictamen o tutoría,
del investigador de la cultura zuliana, Luis Guillermo Hernández (1977-1979). De
allí viste un día, de recamados
visos, al hacerse de coautor con su
preceptor, del Diccionario General del Zulia, (tomo A-K, de 1238p), editado en el
año de 1998, por Biblioteca - Banco Central de Venezuela. Y, su 2º Vol. L-Z,
por Ediciones del Banco Occidental de Descuento, año 1999 (2412p). A más de una
actualización reciente, trabajada por Parra o Semprún. Una obra dada a la
anchura y prestancia del Zulia ilustrado.
No
sé si es estar o no en lo cierto (aun cuando por momentos lo parece), poder llegar
a saber, si este hallazgo experimental, o evolución literaria, vino a madurar en
el entonces Jesús Ángel Parra, su acervo cultural. O fue el inicio, la
derivación conductiva dirigida hacia lo que suponía latiendo en el universo del
conocimiento.
Pareciera,
pues, no obstante, haberle quedado corto el tiempo, cuando le vemos fuerte y
seguro apurando el paso en el esfuerzo y en el ánimo, por donde va y viene el
tropel de las cosas; palpando puertas todavía. Esta vez las de la Universidad,
en donde realiza sus estudios sobre ciencias jurídicas y políticas.
Asume;
o toma para sí la emplazada tarea de cuidar la memoria histórica de la región,
actualizando en el orden del tiempo y el valor de una crónica bien disertada,
la información periodística y redes
sociales, dispersa, sin que quepa desde luego imponer márgenes o espacios para
lo subjetivo. Y, así, con identidad de razones y elegancia mental, promueve
certámenes poéticos, cursos, talleres, seminarios, clínicas de formación, conferencias,
presentación de libros, y, otras tantas coincidencias con el quehacer cultural
de la ciudad. Enrumbado hoy desde la secretaría de Cultura de la Gobernación
del estado.
Tal
es el aporte; el cauce por donde ha discurrido su faena, y, levantado al rango
de una norma, las características que deben privar en el ánimo del buen
ciudadano. A partir de lo cual, bien sea tanto como Jesús Ángel Parra, o tanto
como Jesús Semprún, la ocasión de este desdoble de personalidad, no se
diferencia en nada esencial de la escena vivida. De sus resultados. Que, por
cierto, no es ésta una dispensa que a menudo es concedida de plano, sino solo
en razón de aquellas obras que son capaces de embellecer el mundo, y de
llenarlo con su renombre.
De
suerte pues que, ser actor y espectador, donde hay obra, es juntar algo en el
mismo lugar de antes.
Es, vestirse de recamados visos, a decir del poema, “Leyendo a Silva”, de Guillermo
Valencia. O, bien, es andar a la saga de un libro.