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lunes, 8 de noviembre de 2010

ESPUMA Y SAL, GOLFO Y PENÍNSULA

ESPUMA Y SAL, GOLFO Y PENÍNSULA

Manuel Martínez Acuña

      Salimos temprano. Estaba amaneciendo en Maracaibo, y, a  esa hora, el tráfago y la rutina ya se hacían notar. El sol aparecía tan brillante como siempre, inundando casas, senderos, parques y avenidas, tras el vivo discurrir de la ciudad. La noche anterior había sido tan extremadamente calurosa que, la sola perspectiva de acercarse a la costa, ya era refrescante. Amás de que un viaje a la playa no requería más que provisiones y previsiones.
Así fue que, sin más preámbulos, salimos, liberados de las ataduras directas e indirectas del calor, y del calendario escolar de entonces.
      Al igual que sucede con los momentos distintos de una misma cosa, fuimos pasando por las coordenadas rurales de puentes, ríos, pueblos, quebradas y, por tropillas de chivos; el cerdo, el perro, o la oveja.
Pasamos por donde el cardón transpira, la tuna ronda, el médano trasiega, y el turpial resiste. Fue así como llegamos a Tucacas: albur y plétora de la naturaleza.
Paisaje y colorido de un mundo arrinconado, donde la mengua se anticipa a la vista de sus valores reales. Donde el móvil turístico debiera plantearse para esa región costera insular, a fin de darle una puerta de entrada auspiciosa al visitante, que no tiene.
De pasarlo por dentro de la aventura incansable de mareas, puertos y ensenadas; cadenas de cayos y manglares, formando  vítreos de azul, espuma y sal, golfo y península. 
      Cayo sombrero tiene el misterioso poder de la poesía, gracias a sus aguas claras, diáfanas, tranquilas y de color azul turquí. No en vano se le llama La Piscina. Y, bien que lo parece.
Es uno de los tantos componentes del Parque Nacional Morrocoy, el cual ocupa una vasta y hermosa zona continental, marina y submarina de la costa oriental del estado Falcón; al noroeste del Golfo Triste y las poblaciones de Tucacas, Sanare y Chichiriviche.
Se caracteriza por la variedad de sus expresiones naturales y su espacio de mar abierto, salinetas y lagunas costeras. La mayor atracción es el paseo por todas esas formaciones: Cayo Muerto, El Pelón, Peraza, El Sombrero, Varadero, Pescadores, el cerro Chichiriviche, etc. Y, para los submarinistas, su ictiofauna, barreras coralinas y su otra y varia diversidad biológica que la complementa. 
      Como un viajecito así no deja de sentarle bien a todo el mundo, no tenía que ser de otra manera para nosotros. En el largo trayecto contemplamos lugares maravillosos. Llanuras, salinas y bajíos de sal, ocupando espacios abiertos.
El cují yaque o el cují torcido. Los médanos de Coro. Playas, inmensidades que mueven simplemente a reflexionar sobre si esas cosas, o una sola de ellas, es una prueba del Absoluto; igual que se lo pregunta Ernesto Sábato en sus memorias “Antes del fin”.
Y, pasando de una realidad a otra, de un mensaje a otro, la misma naturaleza se encarga de poner en sus otras criaturas el color de una flor, las verdes praderas a la vera del camino, con su canto de leche y miel. De Tucacas a Chichiriviche hay un halago de amenidades.
      Por todo esto y tantos otros barruntos más, visitar el Parque Nacional Morrocoy, y, llegarse hasta el Zoológico de Paraguaná, a lo mejor vale la pena.

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