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ran entonces
frecuentes, en aquel diáfano ambiente, las conversaciones y estudios acerca de
los grandes poetas y clásicos del cuento y la novela, como Edgar Alan Poe,
William Shakespeare, Oscar Wilde, Charles Baudelaire, etc.,
que se extendían hasta la madrugada. Nunca olvido que mi perro, el viejo George, parecía darse cuenta de cuánto pasaba en la tertulia, pues de plano no se perdía de ninguna.
que se extendían hasta la madrugada. Nunca olvido que mi perro, el viejo George, parecía darse cuenta de cuánto pasaba en la tertulia, pues de plano no se perdía de ninguna.
Él fue
siempre algo diferente. Comenzando por no tener cola normal al igual que los
demás perro, y por tener la particularidad de llegar a remedar siempre una sonrisa
oportuna, a cambio de no poder batir su apéndice o cola, como generalmente lo
hace ese animal ante su amo, en señal de sumisión y afecto. Además de granjearse
con ello un cierto estado de ánimo, muy semejante a lo que acaso pudiera
llamarse reflexión o meditación
Parecía entender por tanto, todo lo
que nosotros le pedíamos que hiciera. De suerte que terminó siendo un miembro más
de la familia, hasta su muerte, ya anciano, sordo y ciego, víctima de la inexorable
devastación que acarrean los años.
Así mismo lo entendimos nosotros,
cuando un selecto grupo de amigos nos
dispusimos –en medio de tanto relativismo imponderable de la época-, buscar el
“resplandor de un paraíso secreto” en la literatura y sus otras regiones del
arte, que nos permitiera conciliar las manifestaciones del alma, con las fuerzas
sensibles e intelectuales del espíritu.
Entonces, presumiendo de nuestra
juventud, y, ansiosos de fantasías y de grandes creaciones, buscamos recrearnos,
por ejemplo, entre las mejores extravagancias de Chesterton, la teoría de la doble verdad y La Suma teológica de
Tomás de Aquino; o en las páginas del romanticismo alemán, con los incipientes poemas de Goethe o, La novia de Messina de Schiller. Dos
grandes humanistas, contemporáneos y sujetos de una amistad que, empezada a
manera de un valor práctico, acaba como un ideal afectivo único; puesto que,
por voluntad expresa, ambos fueron enterrados al momento de morir, uno al lado
del otro, aunque en fechas distintas.
Esto, por supuesto, hizo necesario
la oportuna intervención del anfitrión Tito Balza, quien a buen tino estimativo,
supo dar en el punto de la dificultad. Es decir, supo armar un chiste, un juego
intelectual movido a risa de lo ocurrido, argumentando con gracia y rigor de
gramático que, el idioma, siendo una fuerza tan viva y en permanente
transformación, da para todo. Hasta para darle forma y sentido poético a una
copa de vino.
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