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domingo, 13 de noviembre de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 23

H
abiendo cumplido ya con el objetivo principal del viaje; vale decir, con la programada visita al insigne científico venezolano doctor Humberto Fernández Morán, en Estocolmo, llegamos con lluvia a París, con una gran preocupación espiritual, por su precario estado de salud.     
Arco del Triunfo
            Lo primero que hicimos en el hotel, fue tomar un baño de agua caliente, cambiarnos, y luego salir a recorrer los campos Elíseos, más que todo, para llegar hasta el Arco del Triunfo y poder, con legítimo orgullo, leer inscripto en su piedra mármol el nombre de nuestro compatriota Generalísimo Francisco de Miranda, entre los grandes de la historia.
            Recuerdo que hacía frío, y eso hizo que me acordara de que en el bolsillo interior del abrigo había previsto poner una carterita de brandy, conque poder calentarnos en caso necesario. Pues bien, se lo comuniqué a Roberto y a Loloy; y a la sombra de un frondoso y centenario árbol parisino, nos aumentamos el calor del cuerpo -por decirlo así-, en una tercera dimensión.
               Una vez que nos hicimos de una concepción aproximada de lo que se dice y cuenta del comportamiento displicente del “citadine francés, ante el turista, visitante o forastero; y, en vista de que la torre Eiffel es objetivo focalizado desde casi cualquier punto de la ciudad luz, decidimos llegar hasta allá bordeando el Sena a veces, otras deteniéndonos en un café; o, en una parada especial, para conocer de cerca el sitio donde lamentablemente ocurrió el fatal accidente automovilístico en el que perdiera la vida, en un extraño acontecimiento, la princesa Diana de Inglaterra. Igual vista  como lady di.
            La torre Eiffel, como se sabe, es una estructura metálica de 330 metros de altura; diseñada por el ingeniero francés Gustave Eiffel, para la exposición universal de 1889. Es el símbolo indiscutible de París.
Café Tabac
            Aquel sitio estaba lleno de gente. Unos subiendo a la torre y otros bajando. Todo aquello parecía como una sonámbula procesión de niños, jóvenes y viejos, yendo a rendir tributo a lo desconocido, siguiendo el ritual, la ostentación, o el bosque mágico de la propaganda publicitada por las grandes corporaciones mediáticas.
            Pero, por encima de estos viejos o sosegados recuerdos, persiste uno, un tanto atípico que, a merced de un porqué, me ha hecho cavilar mucho. Es decir; el de la ocurrencia de una paloma malhumorada, camorrista o epizoótica que, entre una gran multitud, se vino a antojar de mí, para lanzarme a la cara un napalm mojado, olor a pólvora quemada. Tuvo mi amigo Roberto –en medio de mi desconcierto, y de una que otra risita mal reprimida- que venir con su pañuelo en mi auxilio, acaso para prevenirme de posibles gérmenes infecciosos, como excelente profesional de la medicina que es; además de filósofo e historiador.
           
            Lo más curioso del caso es, que, habiendo tantas palomas surcando el cielo de Maracaibo (sin que esa posibilidad me hubiese ocurrido en más de ochenta años), tuviera pues que cruzar el atlántico durante más de nueve horas, para que esa tal ley de las probabilidades se cumpliera precisamente en mí, justo cuando miraba hacia arriba de la torre Eiffel.
Torre Eiffel
            Así las cosas; y, después de tomar un ligero refrigerio en un kiosco de revistas, flores, etc., aledaño a la torre, recorrimos el tramo de camino que conduce al museo del Louvre, con el ánimo dispuesto a entrar a contemplar parte de la ingente colección de obras de arte provenientes de civilizaciones, culturas y épocas diversas, que son del orden de las 300.000 piezas; de las cuales sólo unas 35.000 están expuestas. Eso esperábamos. Pero una larga cola para entrar, nos desanimó, debido más que todo al cansancio que ya nos fastidiaba.
            Debo confesar que, para mí, aquello fue un desperdicio, una irreparable pérdida; pues, a diferencia de Roberto y Loloy, yo no conocía el Louvre, uno de los museos más importantes del mundo, donde se exponen entre otras tantas, obras de los siglos XV y XVI, como por ejemplo La virgen de las Rocas, de Leonardo Da Vince (1483-1486), La Gioconda, de Da Vince (1503-1506),  Las bodas de Caná, de Paolo Veronese (1562-1563; o, La Afrodita de Milos, más conocida como la Venus de Milo, de autor anónimo. Es una de las estatuas más representativas del período helenístico de la cultura griega, y, una de las más famosas esculturas de la antigua Grecia. Se cree que pudiera ser obra de Alejandro de Antioquía.

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