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domingo, 15 de enero de 2012

A LA VUELTA DEL TIEMPO Manuel Martínez Acuña =PARTE 26=

     A través de su historia formativa, el hombre ha buscado siempre explicaciones naturales a los cambios que tienen lugar en la naturaleza, aunque situado a menudo en una posición proclive a lo sobrenatural y milagroso; a la par de manías y cegueras. Por lo tanto, aún no ha podido despejar del todo el camino de viejas supersticiones. Lo que pudiera significar entonces que, frente a cada fenómeno físico colocado frente a él, seguirá teniendo cuánto sentido esté dispuesto a darle.
     De manera pues que, no resultaría nada extraño si se repitiera a menudo en nosotros, esa angustia existencial; esa voluptuosidad escolástica de suponer la intervención divina ante la inmensidad de un mar acantilado que por ejemplo se abre a nuestros ojos al noroeste de la Península de Paraguaná, del estado Falcón, llamada Salina de Las Cumaraguas.                                                     
      Un espectáculo digno de verse; no sólo por su incandescente andamiaje de espuma, sol, agua y sal, sino porque la luz y el calor allí dominantes, se van transfigurando a su paso en un reiterado y radiante arco iris. En nostalgias de fuego rojizo y ópalos encendidos del flamenco migrante que, aunque silvestre, supone cultos senderos  al tocar a vuelo.
    Allí estuvimos -en una segunda visita a ese lugar maravilloso-, contemplando  estupefactos uno de los mayores prodigios que excede los límites regulares de la naturaleza. Y, después de haber dado varias vueltas en torno al pequeño caserío, nos hicimos de algunas piedras de sal marina, de confites, y, de otras quincallas que allí ofrecen a los forasteros, los pocos parroquianos que allí habitan.
    Las Cumaraguas es un sitio natural tipo salinas, ubicadas al noroeste de la Península de Paraguaná, Estado Falcón.  Y, es en horas de la tarde cuando el fenómeno se hace más patente, por cuanto el tanino que contienen las aguas que bañan el sector, les torna a rojizo su color
    Según algunos criterios, la palabra “cumaragua” proviene del nombre de un cangrejo de caparazón rosado, muy similar al color de la espuma que se forma en las orillas de la laguna, y a la que los indígenas de la región dieron por llamar así, en su vocabulario particular. La espuma tiene la consistencia de un gel, pero la textura es granulosa. Y su color rosado proviene del tanino que contiene el agua.
    Es impactante ver los trozos de cristal rosado o violeta claro, como la amatista; que niños descalzos del lugar recogen y venden.
    Tienen además estas aguas la heterogeneidad de estar compuestas de todos los elementos naturales necesarios para la producción de Artemia, nombre común de un pequeño crustáceo que vive en los estanques de evaporación de las salinas y lagos salobres de todo el mundo, que forma parte de la cadena alimenticia del camarón.
     Por otra parte; y unido a otros proyectos, se conoce que el gobierno nacional realiza al respecto, una evaluación de las condiciones físico-ambientales del complejo, como parte de unos convenios firmados entre Venezuela y la República Socialista de Vietnam, que incluyen el cultivo de arroz, asociado con peces, a más de la explotación del caucho natural.       Al parecer, hay cinco o seis criaderos de larvas en Venezuela; uno de ellos instalado en el Municipio Adícora, península de Paraguaná, Estado Falcón, que acompañarían desde luego, a hacer viable la realización del proyecto.  
    Entre las otras muchas atracciones turísticas de la región, está la Laguna de Tiraya, ubicada a diez kilómetros al norte de Adícora, con su atractivo principal cifrado en la presencia de flamingos, durante todo el año.
    Con esto hemos dicho lo esencial sobre ese modelo ejemplar de hechizo, misterio, belleza y deleite espiritual, que la naturaleza ofrece de lleno a la contemplación del alma humana. No obstante debemos dar cuenta de lo que de original y mágico, encontramos además en aquel lugar.
    Inmersos todavía en ese mundo maravilloso de los colores y de la vocería marina, coincidimos en una de esas improvisadas ventas de sal de los lugareños, con un niño de apenas cinco o siete años, que nos observaba callado, en un recodo del tarantín; pero dando muestras de querer decirme algo, sin atreverse a hacerlo.
    ¡Hola! Le dije por saludo, al tiempo que le ponía mi mano sobre su hombro, a manera de inspirarle confianza.
    Pues bien; y, sin mediar ninguna otra palabra más, me pregunta con aquella facilidad y desparpajo en el hablar, si podía contarme la historia de Las Cumaraguas.
    Me habló de la fauna y flora autóctonas. De los primitivos pobladores, los caquetíos; sus costumbres y tradiciones. Sobre los procesos de coloración del agua, a causa de la presencia del tanino en ella. De moluscos y crustáceos; caracoles y cangrejos. En fin, hizo tal interpretación o exégesis de la región, que sólo un guía experimentado puede ofrecer a un turista, De ahí que sólo me quedara abrazarlo, emocionado, y, decir con Platón: Todo lo eterno e inmutable, está en la naturaleza.
    Y, si bien, el gran filósofo de la antigua Grecia, Aristóteles, le atribuye a una simple gota de agua una tarea y una intención, qué no podrá decirse de esa inmensidad de agua rosada que, con un pequeño trazo de la naturaleza, matiza toda la real historia caquetía de Las Cumaraguas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bella forma de describir el lugar de las Cumaraguas. Uno con sólo leer, se imagina qeu está en ese lugar observando tan natural espectáculo. Lo felicito.