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jueves, 26 de abril de 2012


LA HISTÓRICA CABILDADA DE DOS CUADROS
Manuel Martínez Acuña                   
      Vamos primero a pensar un poco más del alcance de lo que fuera la amistad de los generales Rafael Urdaneta, supremo héroe zuliano, y Simón Bolívar, padre de la patria; con el denotado propósito de acceder a esos valores de persistencia, tan pertinentes hoy como para recuperar cuanto de afecto y lealtad entre los hombres hayamos perdido.
       Así llegamos a la localización monográfica de un relato de dos cuadros que, si bien no era exactamente la que buscábamos, al menos planteó un abrazo ontológico hacia el mismo fin. Si se quiere porque, como puede verse en la cuenta del siguiente hecho curioso, sus luchas y pasiones ante la adversidad, parecieran no dejar de ser comunes.
      El caso es que mi amigo, el afanoso cronista de la Cañada de Urdaneta, Lic. Nectario Boscán Carroz -como buen bolivariano que fue, y, por supuesto, buen urdanetiano-, se metió a redentor y salió crucificado. Es decir, propone en nombre de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Correspondiente a Maracaibo, al entonces presidente municipal (6/7/1989), la sustitución de dos cromolitografías convencionales de Bolívar y Urdaneta, que estaban colocadas a la sazón en el salón de sesiones de nuestro ayuntamiento, por dos magníficos retratos al óleo de 90 x 80, que además de mejorar la parte decorativa del salón, rendirían honor al padre de la patria y al paladín zuliano. Cuadros que habían sido pintados por el artista plástico de Maracaibo, Luis Romero Rubio.
      Pues bien; habiéndose llegado a un acuerdo en cuanto a la adquisición y precio de los cuadros entre Boscán Carroz, el doctor Gastón Montiel Villasmil (entonces presidente de la institución bolivariana) y, el funcionario municipal, se convino develar dichos cuadros durante los actos de celebración del centésimo septuagésimo octavo aniversario de nuestra independencia.
      A partir de entonces, comenzó el vía crucis para el cronista bolivariano. Conocedor de la lentitud burocrática con que se mueven las órdenes de pago oficiales, asumió personalmente la deuda pendiente de los cuadros, pagándolos al autor. Con la esperanza de recobrar luego su valor, y de que fuesen develados en el lugar convenido; o sea, en el salón de sesiones del Concejo de Maracaibo, el 24 de agosto de 1989, día del Lago de Maracaibo. Pero esa fecha pasó, sin pena ni gloria. Como también tuvieron el mismo destino las cartas de fechas 6/7, 27/7, y 7/9 de 1989, sin respuesta ni pago alguno de parte del presidente municipal, a quien fueron dirigidas.                 
      Aplazado todo por agotamiento de funciones del presidente de la Cámara municipal, la persistencia del cronista sigue. Aún espera lograr que los cuadros de Bolívar y Urdaneta, juntos, presidan algún día el Cabildo marabino, al lado del escudo de la ciudad.
       Para entonces, era el momento mismo en que Maracaibo estrenaba la figura del Alcalde Municipal. El momento oportuno de replantear el asunto de los cuadros a través de la carta número 6, de fecha 10 de mayo de 1990, en la que al final dice al nuevo funcionario: “...solicito de usted que, designe a alguna persona o comisión que observe las pinturas que se encuentran en la torre del Banco de Venezuela, 2do. piso (...) establezca su originalidad y, determine si la Alcaldía está dispuesta a adquirirlas, para sustituir los cromos de la Sala de Sesiones, que desdicen mucho de esta ciudad, cuna de Julio Árraga y Manuel Puchi Fonseca.”
      Pese a las variaciones de las circunstancias y, a la aparente transformación del entorno político, todo sigue inmodificable para las gestiones del cronista cañadero. Lo genérico parece seguir siendo lo básico y permanente. Con lo cual va a verse crecer el libreto del sainete en otro acto más, con la carta número 7, de fecha 6/8 de 1990, que dice en su introducción, Sr.Alcalde de Maracaibo: “Me permito recordarle la correspondencia enviada el pasado mes de mayo del año en curso, referente a los óleos de los generales Bolívar y Urdaneta, contratados por la pasada administración, para el Salón de Sesiones.” Y termina con esta arenga de buenos auspicios: “La fecha próxima, o sea al 24 de agosto, es propicia para regalarle a nuestra ciudad estos óleos que, bien merecido los tiene.” Pero no pasó nada.
       De todas estas cartas y las posteriores, sólo la dirigida el 21/1 de 1991, a Rel. Públicas y Ceremonial de la Alcaldía de Maracaibo, tuvo respuesta de cortesía burocrática el 24/1 de 1991.
      A esta carta le siguen otras, destinadas al Alcalde, con fechas 7/1, 16 /1 y 21/1 de 1991; y 29/9 y 23/11 de 1992. Y una última carta de fecha 30/1 de 1995, para entonces la número 27-A, que dice en uno de sus párrafos “...Bien sabe su señoría que, el pago de los óleos efectuado al fin el 5/3 de 1994 fue un premio a la constancia, no a otra cosa”.
       Y en otro lugar de la carta número 30, dirigida al director del Museo Municipal de fecha 22/5 de 1996 (destino sumario adonde yacieron confinados los cuadros), concluye diciendo que, dichos óleos, nunca fueron colocados hasta entonces en el sitio propuesto por el doctor Gastón Montiel Villasmil y el cronista Nectario Boscán Carroz, sino que terminaron en el despacho del nuevo Alcalde de la ciudad.

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