LA HISTÓRICA CABILDADA
DE DOS CUADROS
Manuel Martínez Acuña
Vamos
primero a pensar un poco más del alcance de lo que fuera la amistad de los
generales Rafael Urdaneta, supremo héroe zuliano, y Simón Bolívar, padre de la
patria; con el denotado propósito de acceder a esos valores de persistencia, tan
pertinentes hoy como para recuperar cuanto de afecto y lealtad entre los
hombres hayamos perdido.
Así
llegamos a la localización monográfica de un relato de dos cuadros que, si bien
no era exactamente la que buscábamos, al menos planteó un abrazo ontológico
hacia el mismo fin. Si se quiere porque, como puede verse en la cuenta del
siguiente hecho curioso, sus luchas y pasiones ante la adversidad, parecieran
no dejar de ser comunes.
El caso es que mi amigo, el afanoso cronista
de la Cañada de Urdaneta, Lic. Nectario Boscán Carroz -como buen bolivariano
que fue, y, por supuesto, buen urdanetiano-, se metió a redentor y salió
crucificado. Es decir, propone en nombre de la Sociedad Bolivariana de
Venezuela, Correspondiente a Maracaibo, al entonces presidente municipal
(6/7/1989), la sustitución de dos cromolitografías convencionales de Bolívar y
Urdaneta, que estaban colocadas a la sazón en el salón de sesiones de nuestro
ayuntamiento, por dos magníficos retratos al óleo de 90 x 80, que además de
mejorar la parte decorativa del salón, rendirían honor al padre de la patria y
al paladín zuliano. Cuadros que habían sido pintados por el artista plástico de
Maracaibo, Luis Romero Rubio.
Pues bien;
habiéndose llegado a un acuerdo en cuanto a la adquisición y precio de los
cuadros entre Boscán Carroz, el doctor Gastón Montiel Villasmil (entonces
presidente de la institución bolivariana) y, el funcionario municipal, se
convino develar dichos cuadros durante los actos de celebración del centésimo
septuagésimo octavo aniversario de nuestra independencia.
A partir
de entonces, comenzó el vía crucis para el cronista bolivariano. Conocedor de
la lentitud burocrática con que se mueven las órdenes de pago oficiales, asumió
personalmente la deuda pendiente de los cuadros, pagándolos al autor. Con la
esperanza de recobrar luego su valor, y de que fuesen develados en el lugar
convenido; o sea, en el salón de sesiones del Concejo de Maracaibo, el 24 de
agosto de 1989, día del Lago de Maracaibo. Pero esa fecha pasó, sin pena ni
gloria. Como también tuvieron el mismo destino las cartas de fechas 6/7, 27/7,
y 7/9 de 1989, sin respuesta ni pago alguno de parte del presidente municipal,
a quien fueron dirigidas.
Aplazado
todo por agotamiento de funciones del presidente de la Cámara municipal, la
persistencia del cronista sigue. Aún espera lograr que los cuadros de Bolívar y
Urdaneta, juntos, presidan algún día el Cabildo marabino, al lado del escudo de
la ciudad.
Para
entonces, era el momento mismo en que Maracaibo estrenaba la figura del Alcalde
Municipal. El momento oportuno de replantear el asunto de los cuadros a través
de la carta número 6, de fecha 10 de mayo de 1990, en la que al final dice al
nuevo funcionario: “...solicito de usted que, designe a alguna persona o
comisión que observe las pinturas que se encuentran en la torre del Banco de
Venezuela, 2do. piso (...) establezca su originalidad y, determine si la
Alcaldía está dispuesta a adquirirlas, para sustituir los cromos de la Sala de
Sesiones, que desdicen mucho de esta ciudad, cuna de Julio Árraga y Manuel
Puchi Fonseca.”
Pese a las
variaciones de las circunstancias y, a la aparente transformación del entorno
político, todo sigue inmodificable para las gestiones del cronista cañadero. Lo
genérico parece seguir siendo lo básico y permanente. Con lo cual va a verse
crecer el libreto del sainete en otro acto más, con la carta número 7, de fecha
6/8 de 1990, que dice en su introducción, Sr.Alcalde de Maracaibo: “Me permito
recordarle la correspondencia enviada el pasado mes de mayo del año en curso,
referente a los óleos de los generales Bolívar y Urdaneta, contratados por la
pasada administración, para el Salón de Sesiones.” Y termina con esta arenga de
buenos auspicios: “La fecha próxima, o sea al 24 de agosto, es propicia para
regalarle a nuestra ciudad estos óleos que, bien merecido los tiene.” Pero no
pasó nada.
De todas
estas cartas y las posteriores, sólo la dirigida el 21/1 de 1991, a Rel. Públicas y
Ceremonial de la Alcaldía de Maracaibo, tuvo respuesta de cortesía burocrática
el 24/1 de 1991.
A esta
carta le siguen otras, destinadas al Alcalde, con fechas 7/1, 16 /1 y 21/1 de
1991; y 29/9 y 23/11 de 1992. Y una última carta de fecha 30/1 de 1995, para
entonces la número 27-A, que dice en uno de sus párrafos “...Bien sabe su
señoría que, el pago de los óleos efectuado al fin el 5/3 de 1994 fue un premio
a la constancia, no a otra cosa”.
Y en otro
lugar de la carta número 30, dirigida al director del Museo Municipal de fecha
22/5 de 1996 (destino sumario adonde yacieron confinados los cuadros), concluye
diciendo que, dichos óleos, nunca fueron colocados hasta entonces en el sitio
propuesto por el doctor Gastón Montiel Villasmil y el cronista Nectario Boscán
Carroz, sino que terminaron en el despacho del nuevo Alcalde de la ciudad.
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