DE
LA LENGUA QUE HABLAMOS
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La inercia conque se mira en esta hora la
enseñanza de nuestra lengua en Suramérica --medio providencial de comunicación--,
no sólo suscita y estimula el fenómeno de la confusión, sino que nos priva
además de las ventajas de un lenguaje común, que pueda servir desde luego para entendernos
los propios y vecinos, sobre lo que se habla y se escribe, sin caer en ese precedente
histórico que condujo al episodio de Babel. Cabe decir, donde el bonaerense no
entenderá al caraqueño, ni el chileno al mejicano
Por tanto, no se crea exagerada ni se
descuide esta observación (que de hecho no es nueva), puesto que viene del
linaje de Bello, a quien es inevitable citar a cada paso, al momento de hablar
de la dignidad del lenguaje, o al hacer profesión de las letras.
Ahora bien; éste y otros temas de
incuestionable importancia, tales como: hable
bien y triunfe, la defensa del
lenguaje, influencia del inglés en
el castellano hablado en Hispanoamérica, o, cómo hablar bien en público, etc.; incluso el Código
de Ética del periodista
venezolano, y, otros apéndices más --a manera de complemento de esta GUÍA--, han sido redactados y ordenados por el periodista, gramático, conferenciante, y de emparentada
estirpe literaria, Eddie González Hernández, un autoeducado de refinado estilo;
acucioso y solícito defensor del idioma, de su limpieza, uniformidad y decoro.
El hecho es que el libro, expuesto con
suficiente claridad, y explicado tantas veces y de tantos modos en esta su
tercera edición corregida y aumentada, sólo pretende poner al alcance de la
curiosidad espontánea del lector, el diseño o los pasos a seguir en el
aprendizaje acabado y metódico de la lengua.
Con sagacidad laboriosa, Eddie González,
como buen tesorero de la palabra, custodia, facilita y distribuye todo lo que
es útil a la higiene intelectual, y, conduce tanto al mejor dominio del
lenguaje, como al conocimiento de su lógica. Quiero decir, capacita al interesado
a cómo seguir los moldes propios de la gramática, y, a no caer en la falta de
términos precisos, en función de la buena expresión de la comunicación.
Sólo queda, pues, hacer el honor a los
valores que prescribe el aprendizaje gramatical y su composición, que tan
profusamente prodiga dicha GUÍA; y, adquirir
con ellos --en la medida que debiera--, presteza y soltura en el manejo de un
idioma tan bello como el nuestro; cuidándonos por supuesto de esa rutina
apurada y torcida, consagrada a la incuria o a la mera práctica de la expresión
y la palabra escrita, que desafortunadamente ya cuenta de por sí con arraigadas
divagaciones lexicales, que deben ser revisadas y corregidas con escrupulosa
atención, en razón de esa creencia cómplice de que el hablar puro es una
majadería pasada de moda.
A
qué citar entonces otra cosa, que no sea acaso exhortar a sacar el mayor
provecho de esta lectura sobre el lenguaje, y a corregir a tiempo y con fruto,
los barbarismos que lo afean.
Manuel Martínez Acuña
Maracaibo 17 de enero de 2013
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