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lunes, 18 de diciembre de 2017

PENSILES DE LA NAVIDAD



PENSILES DE LA NAVIDAD
Manuel Martínez Acuña                                   
      Pues bien, de nuevo la Navidad. La gente parece deslumbrarse con sus quimeras y realidades, entre las sedas de un tapiz tejido por la fe. Siente sumirse en un sueño intenso de muchedumbre dispersa, urgida de coincidencias gratas. Acaso es el mejor momento de escindir las penas, de regresar la humanidad consigo misma; de darse por satisfecho quién no haya perdido la fe, la fijeza de la voluntad, el gusto por la acción; o bien, entender que, si la vida se hace  paso a paso en borrador, y que todo se mueve en medio del torrente interior de la esperanza, transitemos pues en este diciembre por todo lo alto y emblemático del pesebre de Belén. En que todo puede mirarse desde aquel suceso que aún conmueve al mundo; después de más de dos milenios de haber ocurrido. Resonancias repasadas que el fermento de la Historia ha descoyuntado y recompuesto desde ciertas formulaciones de fe cristiana y mitologías clásicas, que en su esencia ya no mueren con Jerusalén.      
      Hay en el mundo tan pocos momentos felices en su entorno, que este otro rato de la Navidad bien vale la pena reinaugurarlo como una realidad nueva; vivirlo a plenitud; y, pasar de largo sin caer en la cuenta de que todo es una rutina más que recorrer de entre las muchas cosas hacinadas en nuestra memoria. Pues algo bueno quedará fulgurando de esos espléndidos e insustituibles fantasmas tradicionales. De esa sensación viva que la Navidad alinea con gracia y alegría colectiva, en el trasunto de la Nochebuena.
       Tiempo desde donde la Historia escancia en estos días, de su otrora buen vino, en el pueblito de Oberndorf, escondido al lado del río Salzach, lo que en la “NocheBuena” de 1818, y con el concurso del padre Joseph Mohr, vicario de Wagrain en el Pongau, y el director del coro de Hallein, Francsisco Jaavier Gruber, dio al mundo la música y la letra de la conocida y sublime canción de Navidad: “Noche de Paz”.
      Y es para recordar también el momento de cuando la Nave Capitana de Colón, la “Santa María”, encalla y se destroza frente a la costa, el 25 de diciembre del año 1492, en medio de las intrigas y ambiciones de siempre. Intrigas estas desatadas entonces entre el Almirante y Martín Alonso Pinzón; y la matanza a manos de la resistencia nativa, de 39 de los primeros conquistadores o deshacedores de la primigenia colonización americana. Pobladores fugaces de la primera ciudad fundada en América, con el nombre dado por el propio Colón, de “Villa Navidad”.    
Y, así, conforme va la línea de este angosto pasaje de la vida, donde al final del camino nos aguarda el otro lado de lo absurdo, no queda más  que ver la vida como es; y, disfrutar de lo que la fantasía imagina, entreteje y cuente de la Navidad.    
Después de todo, es asunto de saber, qué puñado de conciencia hay que poner, para inferir que, la auténtica felicidad perceptible en este mundo, proviene de la siembra, no de la cosecha, como dijo Benavente.

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