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domingo, 21 de agosto de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 18



L

entamente, a la vuelta del tiempo, me he andado uno a uno los caminos del optimismo filosófico de la utopía; golpeando siempre aquellas puertas que de alguna manera brindaran al árbol familiar, un poco de ilusión, de voluntad y entusiasmo;
y ver, en medio del forcejeo del mundo cotidiano, si podía aprender a confrontar los momentos críticos o esenciales de la vida. Algo que invariablemente me llevara a buscar el lado positivo de las cosas. No vaya a suceder que, otro género de vida, me hiciese desandar lo ya caminado tras la ruta que nos propusimos seguir.

            Fue así como nos fuimos identificando con la naturaleza; nos fuimos acercando a la majestuosidad del campo, a los cielos abiertos, al canto de los pájaros, al río y, a su bandoneón de piedras. Allí, en su contemplación, encontré una buena parte de mi felicidad, la abstracción de mis poemas, y, uno de los momentos más propicios para descorrer el velo de muchas de mis dudas acerca de lo absoluto, visto por las religiones.

            Recuerdo una vez cuando corría el año de 1935 o 36, a mis 14 o 15 años; el día en que mi hermana Ana Raquel y Julio Rincón, mi cuñado y padrino, habiendo descubierto mi pasión por el monte y los animales, me llevaron a pasar con ellos y sus hijos una de las vacaciones a su hato San José; una casa de campo destinada especialmente al cultivo y a la cría de cabras y bovinos, y otros animales de granja.

            Y, porque allí dio comienzo mi primer aprendizaje en el manejo de una finca, ese pequeño universo remoto y lejano, permaneció amparado en mi memoria; tanto me había engolosinado esa experiencia.

Elaboración de Queso blanco
            Fue allá donde aprendí a hacer queso fresco de cabra o de vaca. A conocer que, a cada 100 litros de leche, a temperatura ambiente, preferiblemente a 37ºc, hay que añadirle 4 gramos de cuajo; y, se deja reposar hasta condensar la masa. Hecho esto, se corta en tiras o en cuadros, se desmenuza, y se coloca suavemente en un recipiente con salmuera al 18%, por 40 o 50 minutos; para finalmente prensarla al gusto durante 18 horas. Y, a conocer también que, 1 kg. de queso, equivale, poco más o menos, a 7 ó 9 litros de leche fluida; dependiendo siempre de su contenido de caseína.

            Así mismo recuerdo lo que allá me sucedió, creyendo que yo podía realizar la proeza de cazar un par de conejos para el desayuno de ese día.

Antigua escopeta de pistón
            Habiéndomelas arreglado, para que padrino Julio me permitiera usar su vieja escopeta de chispa, cañón 15.7 mm. y llave de pistón; de esas armas de fuego antiguas que se cargaban de pólvora, posta y perdigón por la boca, con la ayuda de una baqueta; en cuya culata de media caña, tenía incrustado una cajita metálica donde guardar los fulminantes de encendido, me puse a limpiarla bien, hasta dejarla como nueva. Y, desde luego, a preparar la lámpara de carburo (de encandilar), que por cierto conservaba todavía viejas trazas del carburante de la última vez que fue usada.

            Pues bien; hecho esto, procuré no perder ningún detalle de lo que pensaba hacer, y, me esforcé en darme ánimos tanto a mi voluntad como a mi valor, para salir a la majada del hato solo, hacia esa mi primera experiencia de caza, cuando apenas eran las tres de la madrugada, hora en que se decía salían los conejos, en una noche de luna como aquella.

            Me fui directo hacia donde había visto antes unas cuantas cagarrutas y pisadas de conejo, casi convencido de que por allí podía andar alguno de ellos bien plantado para la mira de la escopeta. Pero no; al cabo de un buen pasar y pasar la luz de la lámpara por el lugar, sólo alcancé a ver ojos de araña, de mochuelos, lechuzas, ratas, grillos, etc., que corroboraba al acercarme.

            Más de una vez hube de alzar el gatillo de la escopeta para disparar; pero como mi absoluto desconocimiento de ese deporte (si es que se puede llamar así esa cruel diversión), no me daba la menor seguridad de distinguir de qué ojos de animal se trataba, opté entonces, desilusionado, por irme a acostar. Después de todo, porque la luna a esa hora ya se había ocultado, y, la majada de San José se había quedado en tinieblas. Además del calor de la lámpara, que ya me estaba fastidiando en la frente.

            Pero esta vacilación no fue sino momentánea, pues pensé que el hombre no tiene porqué llegar a ser esclavo de la renuncia fácil. Así, que, esperé pacientemente a que se me refrescara un poco la cabeza; y, después de hacerme el muy valiente, continué buscando una pieza que cazar.

            No habían pasado más que dos o tres minutos a lo sumo, cuando de pronto alcancé a ver un par de ojos, excesivamente brillantes, al lado de unos troncos de árboles cortados. Me acerqué hasta donde pude, y con el corazón que casi se me salía por la boca, alcé el gatillo, enfilé bien la mira hacia el objetivo, y, ¡pum! El ruido del disparo rompió el silencio de la noche, y detrás de él, se escuchó el gemido del animal herido.

            Apenas si podía dominar en ese instante mi sensación de triunfo, cuando un olor penetrante, horrible, cundió por todas partes; una mezcla endemoniada de amoníaco, pólvora quemada y ácido sulfúrico, que hacían irrespirable la atmosfera de aquel lugar.

Mapurite
            De todas maneras; y, mientras no cesaba de hacer mil razonables conjeturas (acerca del porqué de ese nauseabundo olor), me fui acercando al sitio donde supuse debía estar la pieza cobrada, siempre presumiendo de estar convencido de que sí era un conejo al que yo había disparado con tantas ínfulas de gran cazador, y que por supuesto ya lo veía servido en la mesa como un bocado delicioso, cazado por mí mismo-; hasta que pude confirmar con asombro y decepción, que el animal alcanzado  por  el  infeliz disparo,   no   era  en  realidad  un  conejo, ni nada parecido, sino que era un “indefenso” mapurite, mofeta o zorrillo, causa y efecto de aquel descomunal mal olor a alcohol sulfurado. Un orín, que, paradójicamente, parece ser parte de la fórmula usada en la perfumería francesa, según lo he podido leer. Además de tener, como mecanismo de defensa, todas las características de un arma de guerra
            Y, si un poquito de duda queda todavía sobre el trasfondo de esta historia, bueno es decir que, durante los tres días que siguieron al infortunado suceso, no sólo sufrimos en común los rigores de aquella fetidez, sino que mi hermana Ana Raquel, fastidiada ya ante semejante contratiempo, dispuso el regreso a casa.  ¡Vaya manera de arruinar unas vacaciones!

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