MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA
“Estoy en el descanso del guerrero,
no me gusta mirar hacia atrás. No vivo del pasado, sino del presente”
Por: Juan Miguel Bastidas / Julio César Castellanos
Con una mirada profunda, llena de
sabiduría y experiencia, con su canoso cabello, sus 90 años no se hacen notar
con tanta facilidad, su semblante pausado pero que enseña una brillante
lucidez. Los años le han dejado un repertorio de vivencias y anécdotas que
perduran en sus recuerdos y en algunas de sus obras literarias, haciéndole
formar una gran sonrisa a quienes le escuchan o leen sus trabajos.
Su familia es su tesoro y “la mayor
recompensa que le dio la vida”, asegura Don Manuel Martínez Acuña. Escritor,
contador no de profesión sino por experiencias de la vida, amante genuino de la
naturaleza, ganadero y, sobre todo, padre y esposo “ejemplar”, tal y como lo
dice su hija Morayma.
Casado por más de 66 años con su esposa
Olga, Don Manuel vive en un acogedor condominio en la ciudad de Maracaibo,
lleno de pinturas. Van desde retratos de Simón Bolívar, pasando por obras que
reflejan su amor por la naturaleza, muchas regaladas por su gran amigo, Roberto
Jiménez Maggiolo, hasta aquella famosa fotografía de Marilyn Monroe en la cual
el viento juega, muy oportunamente, con su falda. Es un hombre con pasión y
vocación a la cultura.
Ese
retrato de Simón Bolívar es el gran espectador de su oficina, repleta de toda
clase de libros y una computadora que maneja con una facilidad para nada común
en alguien de su edad, utiliza a la perfección el Facebook y su blog “Las Huestes
del Sosiego”, la ventana de los pensamientos más recientes y recuerdos de Don
Manuel y que demuestran su capacidad de adaptación a la vorágine de la globalización.
Recibe a
su visita como si se tratara de algún familiar o amigo entrañable de sus tan
recordadas “tertulias literarias”; shorts, una chemise y una gorra timbrada con
la palabra “Abuelón” es su atuendo para empezar a compartir sus recuerdos y
vivencias.
Un
talento innato.
Así
describe Don Manuel su capacidad para las letras; algo que ha sido su
“inclinación desde siempre”. Pero varios hechos de su vida fueron marcando su
vocación como escritor. Tenía 14 años cuando su hermana tiró al olvido una
obsoleta máquina de escribir, “Ana Raquel, allá en Los Puertos, tenía una
máquina voluminosa, de esas Remington. Yo no tenía cómo comprar una y se la
pedí; la metí en el lago para que botara todo el barro y le eché gasoil. La
puse a valer”, recuerda.
Mostró,
con muchísimo orgullo, lo que podría considerarse su primer escrito: “Retozos
gramaticales”, transcrito por él, original de Miguel Ángel Granados, con apenas
14 años, siempre interesado por la buena escritura. De 1941 databan esas
amarillentas hojas que aún conserva con gran aprecio, pues cómo no, aquello era
recuerdo de “la mejor” etapa de su vida, como él mismo lo confesó, su
adolescencia.
A partir de ese momento, su amor por las
letras no lo perdería nunca. “Fue el sacerdote Mariano Parra León quien a
través de la Juventud Católica venezolana formó el círculo literario, donde
enseñaba a jóvenes a desenvolverse en público, lograr elocuencia en la palabra,
etc. De ahí vienen personalidades como Eucario Romero Gutiérrez, Adolfo Romero
Luengo, entre otros. De ahí partió mi vocación”.
22
años desperdiciados.
Casi un lustro estuvo
bajo la tutela de Mariano Parra León y su Juventud Católica Venezolana, que aún
recuerda por sus actividades de lectura y recreacionales; los juegos de
ping-pong, dominó, cartas y la infaltable caimanera de béisbol.
Pero ese
grupo se dispersó. Don Manuel viajó a Maracaibo donde se le “presentó un
trabajito de secretario de una jefatura. Me mandaron para La Cañada, después
para Cabimas”. Ya en la Costa Oriental se topó con supervisores de relaciones
industriales de la Creole
Petroleum Corporation, quienes le invitaron a trabajar allí.
Admite, con la voz un poco quebrada,
la pérdida de 22 años trabajando en esa transnacional, en cuanto a su real
vocación: la escritura. “La fuerza de la inercia”, como él mismo dice, le
mantuvo trabajando allí. Por más de dos décadas se desempeñó como
contador e incluso conferencista gracias a su experiencia, a pesar de no contar
nunca con un título universitario.
Don
Manuel es incapaz de negar lo mucho que le ayudó esa actividad laboral. En ese
tiempo fue estructurando lo que sería otra de sus grandes pasiones: su finca
dedicada a la cría del ganado. “Eduqué a los hijos y me formé una base
económica”, también lo resalta.
Su liberación de tal trabajo, vino
acompañado de una propuesta de transferencia a Caracas que él jamás aceptó. A
partir de allí, la puerta de su talento con la pluma se abrió como el grifo de
un lavamanos.
Las
letras, su gran pasión.
El
estilo de Don Manuel lo hace inconfundible a la hora de leer sus textos. De muy
finas maneras y con una excelente percepción a los detalles, tanto que su
entrañable amigo, Ruperto Hurtado, lo
define como “uno de los mejores detallistas de su generación”, cosa que resalta
aún más dada su vocación de escribir crónicas, narrativas anecdóticas de su
vida que describen cada paso, cada movimiento, cada lugar, haciendo que el
lector imagine fácilmente esos hermosos paisajes, lindas aborígenes y hasta
pueda sentir que está viviendo la misma travesía.
Es característico de su intención
narrativa, mostrar un poco al público de personajes y lugares que han quedado
olvidados en el tiempo, pero que para el folklore y la cultura venezolana
representan parte de sus inicios. Tal es el caso de su libro “Baúles de Monasterio”,
donde describe la forma en que vivían las tribus Yanomami en el Amazonas de una
manera novelesca, con particular énfasis en la exuberante naturaleza del lugar,
lleva al lector a conocer un poquito más de esta leyenda nacional.
Un estilo para escribir muy refinado lo
define. Influenciado por autores y pensadores clásicos: Voltaire, Montesquieu y
Oscar Wilde. “De aquí saqué muchos de los nombres para la novela”, comentaba
Don Manuel, señalando un libro de las obras completas del dramaturgo británico.
Su amor por la naturaleza es tan
significativo como el que profesa a su esposa e hijos, cautivando de forma muy
particular con la pasión y la serenidad
transmitidas en las líneas de sus “Huestes del Sosiego”, poemario que hoy día
también titula a su blog digital y evidencia la creativa de este literato
marabino.
Se siente tan compenetrado Martínez
Acuña con la literatura, que formaba en “la terraza de la casita de la 72”, las
famosas “tertulias literarias”, no eran más que reuniones entre amigos para
compartir impresiones de literatura y pasar un momento agradable entre grandes
amigos y un buen whisky. Eran, sin duda, veladas inolvidables.
De
las tertulias literarias a una asociación.
Esa casa de la 72 es hoy en día un
concurrido sitio de comida rápida, bastante alejado de aquel hogar, donde
crecieron sus 5 hijos, que se transformaba en un espacio para la cultura cuando
Don Manuel se reunía con sus amistades.
Con ese grupo de intelectuales, entre
ellos Tito Balza Santaella, Iván Darío Parra y Roberto Jiménez Maggiolo, fue
parte de la Asociación de Escritores del Zulia (A.E.Z). Primero como
vicepresidente y luego en el máximo cargo desde 1996 al 2002. De esa
institución tiene miles de gratos recuerdos.
“Yo no tengo enemigos, el único que tuve
ya murió”, recuerda Martínez Acuña, sin querer nombrarlo. “Él fue
un gran amigo, iba a mi casa y me tomaba bastante whisky”, comenta con malicia.
Pero las cosas cambiaron después de que se presentara una situación extraña en la tesorería de la Asociación de Escritores, bajo su responsabilidad; la que finalmente lo condujo a renunciar y a reponer lo que no estaba.
Más allá de eso, las cosas positivas
abundaron en la Asociación de Escritores del Zulia, promovió la creación del
Circulo Literario Juvenil de esa institución: “esos muchachos a los que ayudé,
me dieron más a mí que yo a ellos”, puntualiza Don Manuel. Lastimosamente la
A.E.Z se “politizó mucho” y, para Martínez Acuña, ya no es lo mismo.
El
campo y la ganadería, reliquias de un sentir muy íntimo.
Simultáneamente al
trabajo de la Creole
Petroleum Corporation, Don Manuel pone en práctica la actividad ganadera,
adquiriendo su finca Oasis, en el sector Machango del Municipio Baralt. “A papá
siempre le ha gustado la actividad física, respirar aire puro, converger con la
naturaleza. Recuerdo cómo le dolió vender esas tierras, obligado por la edad, y
no poder dejarlas a mis hijos por sus compromisos laborales y desacuerdos familiares,
fue muy duro para él” cuenta Morayma Martínez, una de las hijas del Sr Manuel
con tono muy nostálgico, “Papá necesitaba descansar”, sentencia.
Cuenta Don Manuel con mucho orgullo
que una tarde lluviosa, se encontraba “una novilla pariendo con el becerro
atravesado, tenía dificultades para dar a luz, me abalancé sin dudarlo, con
todo y el torrencial aguacero que caía para lograr salvar a ambos animales. Al
final lo logré”.
Otra anécdota que recuerda pero esta vez con tono mucho más serio,
es la que sucedió un 18 de diciembre.
“Me mataron 8 de mis mejores vacas, eso para mí fue muy fuerte, me causó un
impacto tremendo. La producción se me vino abajo”. Historias que demuestran más
y más facetas de un hombre que con personalidad de mucho temple y una debilidad
particular por el campo supo enfrentar y superar con gran éxito adversidades y
así mismo, disfrutar de una etapa que lo enriqueció como ser humano y le
inspiró como escritor.
“Apuntes”,
su espacio en prensa.
Durante 17 años, Don
Manuel plasmó sus vivencias y experiencias en su columna “Apuntes” en el Diario
Panorama. La oportunidad, surgió de forma casual en un banco cuando el
periodista Adalberto Toledo le invitó a escribir en el diario. Crónicas, opiniones,
recomendaciones y ensayos muy provechosos sobre literatura y muchísimos otros
temas los plasmaban cada viernes en ese espacio.
Recuerda con especial afecto una
semblanza realizada por él a Humberto Fernández Morán, insigne ciudadano
marabino, que incluso llegó a ser publicada por el diario El Universal.
La relación con Panorama se fue
desgastando. La presión de entregar cada jueves un nuevo escrito, sumado al
trato que allí recibió; le incomodaba sentir cómo en el diario pensaban que le
hacían un favor al recibir su columna. Y así llegó a su fin su paso por la
prensa escrita. Camino que transitó durante 17 largos años.
Antología
de los disparates.
Contrario a lo que se
pueda creer, Don Manuel, con su antecedente en la Juventud Católica Venezolana,
no es una persona con creencias religiosas arraigadas. Casi nulas se podría
decir.
Desmenuza
su biblioteca, pareciera algo indispensable para él hacerlo cada vez que
hablará sobre algo, para mostrar tres libros: “Los Borgia”, "La vida sexual del clero" y “El libro negro de
la inquisición”. Comenta sobre las barbaries que ha realizado la iglesia
católica encubriéndose en la fe y de su total desacuerdo con esta institución.
La
evidente pederastia existente, aún en nuestros tiempos, por un gran número de
sacerdotes católicos, o “curamichates” como él los llama, según su nieta
Brenda, es un motivo de muchísimo peso como para.haberle hecho
cambiar totalmente su percepción sobre la iglesia.
Su frase
más severa sobre la religión fue la de referirse a La Biblia como “la antología
de los disparates”. Lo considera un libro que denigra totalmente de la mujer,
que tampoco es la palabra de Dios por estar escrita por hombres. “El evangelio
según San Juan lo escribieron 40 años después de muerto Cristo, ¿quién sabe
cuánto pudieron inventar?”, comenta con un tono irónico.
En el descanso del
guerrero
Don Manuel es sin lugar a dudas, un personaje emblemático de la
cultura y del arraigo zuliano. Su pasión por la literatura, el campo, el arte,
el trabajo honesto y su infinito aprecio a su selecto grupo de amigos, conviven
con la genuinidad del amor a su familia. Un hombre sencillo con carácter cuando
se amerita, pero que ofrece un sinfín de historias lindas y muy interesantes de
una larga vida que sigue llenando de regocijo a quienes han tenido la dicha de
conocerlo.
Las muchas partes recónditas donde el Sr Manuel ha estado y los
lugareños que allí reposan, agradecen de manera omnisciente las veces que han
sido mencionados con sublime gentileza en cada párrafo, cada obra,
manteniéndolos presente a través del tiempo a nuevas generaciones como un
pedacito más de la cuantiosa cultura venezolana, tan olvidada en estos tiempos,
pero que Martínez Acuña rescata con cada experiencia suya.
Ahora está disfrutando
de la vida y de todo lo que ella le ha dejado; está en el “descanso del
guerrero”, como él mismo dice. A pesar de tantas vivencias, anécdotas y
recuerdos, Don Manuel no mira mucho para atrás y dice “no vivir del pasado,
sino del presente”. A sus 90 años vive en el acá y en el ahora.