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lunes, 23 de septiembre de 2013

HEBRAS DE LA MÚSICA ZULIANA



HEBRAS DE LA MÚSICA ZULIANA
Manuel Martínez Acuña
      Un viejo dicho hispánico dice, “sólo puede repasarse lo ya realizado, sabido, estudiado, o escrito”. Pero, ¿cómo identificar entonces esas cosas sin fisonomía propia que resultan de la expresión particular de los pueblos, o cuando los indicios se confunden con las evidencias? Es lo que precisamente pretendemos identificar aquí, ahora, a fin de poder enhebrar, a partir de la vocación del zuliano por la música, la naturaleza espontánea y popular de aquellas piezas, composiciones o arreglos de autores, que han sido menos echados de ver por el diario acontecer; pero que de alguna manera dieron y dan cuerpo a la esencia secreta de esa industria musical.   
    Desde uno cualquiera de los lugares donde la música zuliana ha llegado a ganar su valor genuino, se ha ocupado de engalanar elegantes salones y llenar otros espacios de recreación, con sus valses, que tienen la estructura musical del vals tradicional europeo, pero se diferencia en que tiene un ritmo más acelerado y temas más vivos.     
    Con su danza zuliana, que por su rapidez y soltura se parece mucho al merengue, e invita por lo tanto a ser bailada; habida cuenta de que baile y danza son sinónimos en el uso ordinario del lenguaje.     
    La contradanza, que aun cuando es un baile de origen inglés, tomó en el Zulia rasgos muy propios; de tal elegancia señorial, que aún permite vislumbrar lo que serían los salones virreinales, y la sociedad mantuana de aquel tiempo. De ahí que no haya forma ni modo de olvidar aquí el excepcional arreglo hecho por el maestro Ulises Acosta de la contradanza zuliana, “La Reina”, de Amable Torres, en Sol Bemol Menor; compuesta el 15/02/66.
    Dicho esto; y casi tocando los límites comunes de la tradición zuliana,  apuntemos que, también el canto con acompañamiento de música, y letras de poetas populares o cultos, recrean arquetipos y colocan entre la historia y la filosofía de las artes, figuras como Ricardo Cepeda, en “Maracaibo te añoro”, de Simón García; o como Etherberg Barrueta, en “Así es Maracaibo”, de José Chiquinquirá Rodríguez, para sólo nombrar a dos vocalistas.
    Y, en cuanto a lo reflejado a través de la creatividad poético-musical zuliana, hay muchos ejemplos; entre los cuales se cuenta el  del escritor, poeta y médico Guillermo Ferrer, autor de la letra de tres canciones arregladas por Luis Guillermo Sánchez; una de ellas, con el título de “Barquitos de papel”, si mal no recuerdo, cantadas por Tino Rodríguez. Y lo otro venido al caso del doctor Manuel Matos Romero, quien, además de ejercer la abogacía y la diplomacia, tocaba con soltura el saxofón, como lo comprueba un pesado disco de acetato que aún conservo de regalo, en donde interpreta una contradanza con el nombre (creo recordar), de “Dulce María”, o “Dulce Flor”.
    Y, yendo un poco más allá de esa esencia secreta a la que nos referimos antes -que ha sido una constante en el zuliano; mezcla del talento lírico y de esos virtuales duendecillos del canto y de la música que tanto travesean en las artes-, apuntemos por último entonces hacia algunos de nuestros cultores musicales casi dejados en el tintero, que a buena hora han llenado un espacio más, de tonos y semitonos entre las hebras de la música zuliana. Curiosamente miembros de una misma familia, y nacidos todos en Los Puertos de Altagracia. Veamos:
    Rubén Leal Gutiérrez, Virtuoso del contrabajo, clarinete y guitarra. Fue profesor de Teoría y Solfeo en la Academia de Música del Estado Zulia. Miembro de la Banda Municipal Urdaneta de Maracaibo. Perteneció a varias orquestas y grupos musicales, y, compuso la música de Valses, Danzas y Contradanzas, entre otras, escritas por su hija Dalila.
    Dalila Leal Petit, Escritora de varias canciones con la intervención de su padre Rubén, quien hubo de hacerles el arreglo musical. Sus géneros preferidos eran, el vals, el joropo, la danza y la contradanza. Entre sus obras encontramos: Afrodita, Caléndula, Trina, Alondra, Reforma Agraria, Coquivacoa, El Torito, Cuando canta el sapo.
    Roger Leal Gutiérrez, violinista. Profesor de instrumentos de cuerda. Director de la Academia de Música de Maracaibo en el año 1944 y violinista en la Orquesta de Rialto y Ayacucho, durante la época del cine mudo cuando las películas eran acompañadas con música orquestada. Concertista en orquestas caraqueñas. Amante de la música clásica y la nativa. Compositor de valses criollos, de los cuales recuerdo "Alma Lacustre".
    Efraín Leal Petit, Fue saxofonista. Tocó en la orquesta de Luis Alfonzo Larrain, que era una de las más populares del país; llegando a tocar con cantantes de la calidad de Elisa Soteldo, Manolo Monterrey y Celia Cruz.
    Dicho esto; o transponiendo un poco la esquina del tiempo, esperemos que este breve ensayo tenga al menos la suerte de hacer visible a los amigos de la música, sus reminiscencias sonoras. Los valores de que está compuesta; donde –como en un caracol-, perviven las voces y los acordes, expresión íntima del alma y su lenguaje.

1 comentario:

nitai dijo...

Dalila leal patit fue mi abuela materna, tengo muy buenos recuerdos, ya que converabamos muchos, y ella me mostro la cultura.