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domingo, 20 de marzo de 2011

A la Vuelta del Tiempo. - Manuel Martínez Acuña - parte 2

D
esde mi estudio (ahora convertido en un espacio disminuido a sólo unos pocos anaqueles, con un seleccionado grupo de mis libros: imagen de las artes, de la ciencia y la filosofía, que me han organizado y orientado en el conocimiento de la realidad. Fantasmas, visiones o quimeras impresas que igual me han ayudado a sostener la duda  y a superar escollos, de una cultura tan irregular como la mía.
Reducido a un computador, a una impresora y a un estrecho mueble con equipo de recreación. Desde allí miro hacia el jardín, o una jardinera contigua al balcón de mi apartamento del último piso, el décimo quinto, de apenas unos 12x1 Mts. de longitud; pero que aún así reafirman el recuerdo de mi viejo jardín, con sus gallitos color ocre, las palmeras, las ixoras y las petunias azules. Ni deja por eso de hablarme también de cómo era el patio de clemones, granadas y resedas de Los Puertos, y de mi escuela primaria, que en una fusión espiritual aposentaron desde allí muchas de mis ilusiones. Y, miro entonces hacia aquel niño que fui en otro tiempo. Miro hacia el adolescente, el joven que, en medio de penosas dificultades, tratara de hacerse de libros prestados; de acercarse casi asustado a personas de tutoría y valimiento en quien poder confiar sus emociones y ansiedades, que a solas borroneaba en papeles de estraza y cartones, con la seriedad y fundamento con la que juega el niño. 
Y, de aquel frondoso níspero, el más viejo del patio. Y, las tramadas filas de cilantrillos formando callejuelas de plateadas hojas y flores color malva, con que era armonizada nuestra casa solariega de la calle 72 de Maracaibo, entonces provista de una bien conformada biblioteca y, como ya dije antes, de un bello jardín de felices resonancias familiares.
CASA SOLARIEGA
      
Hablo de la casa que yo mismo diseñé, y que con Olga habitamos durante más de sesenta años; y donde pasaron su infancia y adolescencia nuestros cinco hijos, Adrián Ricardo, Armando José, Carlos Manuel, Morayma Elena y, Lorena Josefina. Donde escribí el poemario, “Las huestes del sosiego”, “Cecilio Acosta y el Poder Moral”, y   Acomencé a escribir la novela “Baúles de Monasterio”, ya publicada. Donde garabateé decenas de conferencias y centenares de artículos para la prensa regional y nacional; particularmente para el diario Panorama de Maracaibo, que albergó desde mis comienzos en la literatura, y por largos años, mi columna de los viernes, “Apuntes”, en su página cuatro de opinión. Y el que a través de su subdirector responsable, José Semprún, me fuera informado el conferimiento de la Orden Ciudad de Maracaibo, acordado por la Muy Ilustre Cámara Municipal.                 
Y, en donde también se hacían despaciosas las horas de espera en tiempos de exámenes, que desde las primeras letras hasta la universidad, estuvieron marcadas por un ideal común. Esta es la casa pues, que no habiendo agotado en absoluto su misión y su esencia patrimonial, seguirá reflejando el alma de la familia; aunque ahora remodelada en razón comercial.
 Y, donde en medio de todos mis descreimientos, y, para no llegar a parecer la sombra de una sombra ante la desmesura del dogma predominante, optamos por compartir con esa inveterada asignatura religiosa de bautizos, confirmaciones y primeras comuniones que, como parte de los principios fundamentales de la doctrina católica, correspondía cumplir a los muchachos; sujeta como estaba esa norma catequística, a no tener un destino equivocado.

IZQ. A DERECHA: OLGA,VÍCTOR RODRÍGUEZ, ROBERTO JIMÉNEZ M. Y MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA  (BIBLIOTECA)

Mas; elevando todo esto a una realidad nueva o más reciente, todavía no alcanzo a comprender con claridad, lo que fue del tránsito de mi niñez a la adolescencia. Pues, nada de esos ritos solemnes establecidos para el culto religioso cada año -sobre la mágica llegada del Niño Jesús o de los cumpleaños infantiles, por ejemplo-, atino a reconstruirlos en mi imaginación, si en verdad no fueron un desistimiento necesario.   
Ahora bien; cómo hallarle sentido entonces al hecho de que, a cambio de lo olvidado, sí puedo acordarme por ejemplo de los corralitos que a solas, muy niño, hacía con estaquitas de madera para jugar a las vacas y a los caballos, que simbolizaba con huesos sacados del menudillo del mondongo que mi madre cocinaba para los días especiales. Y, poco más tarde -ya más grande-, igual recuerdo los volantines  y las canicas, conque jugaba acompañado de mis amigos de entonces.
Pareciera como si en realidad se encontraran dos situaciones distintas en mi existencia espiritual. Una de ellas indiscutiblemente lúcida, y la otra de duda. Es decir, la situación que se entrega al recuerdo de una primera época, y la que sigue cual enigma de Edipo.  
Pero a manera de reivindicar el sentido paradojal que en efecto pareciera tener lo planteado; y, de cuyos comienzos –repito-, casi no hago memoria alguna, quiero significar aquí de viva intención que, de todo este trayecto y, embebido además de un sentimiento de paz afectivo, aún conservo, no el pasado del recuerdo, sino un pasado ideal con nostalgia, veneración y amor, por la dulce imagen de mi madre, Antonia Elena, siempre reservada y estoica; y, la majestuosidad y entereza de mi padre, Manuel Ignacio, que, detrás de la severidad de trato que en apariencia demostrada, escondía un corazón cándido y generoso, lleno de ternura y de bondad. Por algo a su paso la gente en la calle, se quitaba el sombrero para saludarlo.

2 comentarios:

J. Salcedo. dijo...

Todo va bien hasta ahora.
J. Salcedo. Ecuador

Unknown dijo...

Hola Don Manuel, no tengo palabras para decirle que la nostalgia me invade y a la vez me llena de una inmensa alegria leer este fragmento de lo que sera todo un exito de su parte. Quien tiene la oportunidad de conocerlo y compartir, aunque en pocas oportunidades, pero con una intensidad envidiable de su compañia y de escuchar de viva voz sus vivencias, hoy parte de ellas plasmadas en este proyecto, solo me resta manifestarle mi especial reconocimiento de que debe completar y regalarnos el resultado de esta inciativa suya. Un especial saludo y un abrazo. Eddie Rincon M.