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ecuerdo muy bien el
lejano mes de enero de 1945, cuando comencé a trabajar en la Compañía Creole;
pues desde aquel primer día todo cambió en mi vida. Nueva gente; nuevos amigos;
nuevos compañeros de trabajo.
Manuel Martínez Acuña (1960) CREOLE. |
La
máquina de sumar sundstrand remplazó a la máquina de escribir underwood, por más
de 22 años. Todo era números en el departamento de contabilidad; nóminas de
pago, auditoría interna y de atestación; costos y producción. El mundo de la
informática se limitaba a las máquinas I.B.M.
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Pero,
había algo además que no se limitaba sólo al trabajo, sino que era el comienzo de una serie de cambios a
producirse dentro de mi nuevo grupo social y, en otros aspectos también de la
vida cotidiana que, llevados por la expectativa petrolera, terminarían por
hacer que no me contrapusiera por ejemplo a las abstracciones del club, a los
campos divididos y alambrados. Cabe decir, a un tenor de vida tan alejado de
nuestras ideas y costumbres; y, tan
fuera de tono con el resto del país y sus problemas. Muy semejante a campos de
concentración familiar.
Pero, finalmente, todo se tornó a
gusto con el estilo y la forma de operar la empresa, a contrapelo de lo más
sensible de la idiosincrasia nacional.
El comienzo en firme de la explotación
petrolera en Venezuela, que fue a partir de la segunda década del siglo xx, trajo
como consecuencia aquella traumatizante
situación, de ver pasar a un país agrario a un país minero.
Ello, por supuesto, dio lugar a un inevitable
éxodo de la población rural, hacia áreas urbanas, a causa de la nueva realidad.
Pues, la economía productiva, antes basada en el aprovechamiento del agro,
ahora estaba siendo desplazada por una economía de mercado, especulativa, iniciada
en los años veinte, y luego acelerada en las subsiguientes décadas.
A manera de ejemplo, citemos los
siguientes datos estadísticos: “Caracas, que a la muerte del presidente Gómez,
el año de 1935, tenía 200 mil habitantes, para 1955 superaba ya el millón; y, mientras
que a comienzos de la década de los años 30, el 75% de la población vivía en
áreas rurales y, un 25% en las ciudades, para 1960 los porcentajes se habían
invertido, acentuándose el crecimiento urbano y la consiguiente desolación del
campo”.
Pero mucho antes; es decir, para el
año de 1942, ya se hacía sentir no sólo la escasez de provisión de comestibles,
sino todo tipo de piezas de reemplazo para vehículos, enseres domésticos,
fármacos, etc., necesarios para la actividad productiva en general, debido a la
acción de las potencias del Eje que dificultaban el tráfico marítimo internacional;
pues los submarinos alemanes llegaron incluso a torpedear hasta siete barcos
mercantes en las rutas Maracaibo – Curazao. Por lo que el gobierno se vio
obligado a conformar una Junta Reguladora de Precios, a fin de poder enfrentar el
problema.
Fue en el corto tiempo de esa Junta
donde logré adquirir una importante experiencia, con relación a la elaboración
de actas, informes, procedimientos parlamentarios, reglamentos de debate, etc.,
como secretario que fui de ella, que de mucho me sirvió al paso del tiempo.
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