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domingo, 1 de mayo de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 8

C
omo queda dicho; mi trabajo en la compañía comenzó en enero del 45, cuando casi llegaba a su fin la segunda guerra mundial, que había estallado el 1º de septiembre de 1939.
            Habían pasado ya más de veintidós años de eso, cuando sentí la viva necesidad de cambiar de trabajo y, de forma de vida. Esto debió conducirme desde luego, a considerar con cierto desapego mi  permanencia o no en la compañía, o a tomar la eventual decisión de renunciar a mi puesto de auditor interno y de atestación, de entonces; y, no tener que esperar trece años más en pos de una jubilación.
            Poco tengo que contar de esta larga experiencia, excepto el ataviado expediente del que se valía la empresa para deslumbrarnos con su estudiada manera de alinearnos al establishment. Un día con su dinámico amonede sus ideas, en la oficina, y otro día con su canción noche de paz, en el Club. Toda una historia adormecida en los criterios hegemónicos de seguridad, productividad y rentabilidad, emanados de la Standard Oil Company, por una parte, y de la Dutch Shell Group, por la otra.
            Pero, para entonces, yo había dado ya importantes pasos en firme, encaminados al fomento y cultivo de una porción de tierra que al efecto había adquirido. Algo fundamental de qué vivir y afirmara el bienestar y la educación de mis cinco hijos, que Olga a buena hora me había dado.
            Fue así como puse todos los medios necesarios a mí alcance, para iniciarme en esa cadena de actividades agrarias, a sabiendas de que esa faena dependía de diversos y aleatorios factores, muy requeridos de una dirección técnica y financiera de cuidado.
            Fue así como llegué a ponerme en contacto directo con la naturaleza y, sus muchos puntos de referencia, a que tanto había aspirado; como una manera de encontrarme a mí mismo. En esa estación serena en que la vida se refracta o se levanta sobre su realidad vital, con sus ventanas y cortinas.
            Poco a poco van viniendo luego las cercas, los pastos, el pie de cría, el rancho o casa, maquinaria, vaquera, etc. Un amigo mío, el entonces gerente del antiguo Banco de Maracaibo, Mime Ferrer, ya fallecido, me facilitó a crédito ese pie de cría, traspasándome 50 novillas cebuinas ya entoradas, próximas a parir.
            Aun cuando las cosas suelen siempre hacerse cada vez más viejas, y, por supuesto, tienden a alejarse más de nuestra memoria, todavía conservo a igual distancia, casi como ayer, el momento feliz y de frescor, por el que pasé, en tanto comenzaron a producir becerros esas vaquillas.
            Conviene resaltar aquí que, era el monte, la empresa rural, la que más relación guardaba con mis proyectos futuros. Era lo de mis mayores propósitos. Lo primario en el orden del tiempo. Un sentimiento acaso  parecido a la fase antigua del romanticismo, pero que en mí ánimo llegó a contener una belleza refleja. La emoción íntima de las cosas esenciales al espíritu.
            Así, pues; a partir de entonces, me dediqué a tiempo completo a esa –para mí- excitante actividad agropecuaria. Me hice, de primer momento, de dos buenos toros pardo suizos y uno holstein, a fin de ir bajando la carga genética del cebú, de baja producción lechera, por la de esas dos razas, de alto rendimiento.  
            Pronto los resultados asomaron resueltos a favorecerme. Cada año el hato aumentaba en número de cabezas, y de igual forma lo eran las áreas de pasto, instalaciones, o medios necesarios conque llevar a cabo las actividades productivas; pues cada nueva parcela que adquiría, era de inmediato convertida en un potrero más para la rotación de rigor, en función del mejoramiento de los cultivos y de la productividad.
            Recuerdo siempre aquella actitud de Nectario González, Wílmedes Socorro y Grismaldo Rincón (tres grandes amigos), que por sí sola define una devoción por la amistad; y que siempre supe valorar.

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