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on cuánta emoción
me viene a la memoria aquel tiempo en que una banda musical tocaba la retreta los domingos por la noche, en
la plaza Miranda de Los Puertos, y nosotros los muchachos del pueblo, dábamos
la vuelta a su alrededor una y otra vez, caminando sosegadamente, tan sólo para
cruzar miradas furtivas con las pavitas de
la época en cada recorrido;
a las que ahora les dicen chicas, chamas, bombones, caramelos; y, hasta donde yo sepa, jevas. Mientras que al noviazgo lo llaman empate. Y, también, desde luego, para intercambiar chistes, confidencias, ideales o ilusiones, con los amigos, compañeros de la escuela. Era una sana diversión que congregaba otros nobles sentimientos, hoy desvirtuados por valores que no valen. Por claros indicios inmateriales, advirtiendo que, a consecuencia del desafuero tecnológico reinante, algo de la naturaleza humana se está eclipsando. Se está desapareciendo.
a las que ahora les dicen chicas, chamas, bombones, caramelos; y, hasta donde yo sepa, jevas. Mientras que al noviazgo lo llaman empate. Y, también, desde luego, para intercambiar chistes, confidencias, ideales o ilusiones, con los amigos, compañeros de la escuela. Era una sana diversión que congregaba otros nobles sentimientos, hoy desvirtuados por valores que no valen. Por claros indicios inmateriales, advirtiendo que, a consecuencia del desafuero tecnológico reinante, algo de la naturaleza humana se está eclipsando. Se está desapareciendo.
En
esas escuelitas de entonces, humildes maestros nos enseñaban a sentir respeto
por los demás. Nos daban lecciones acerca de cómo buscar la verdad de las
cosas; como Arcelia Romero, que nos mantenía siempre a paso redoblado, aunque
con manifiesto cariño; esposa de Astolfo
Romero, un parapléjico que tenía el negocio o venta de agua, en latas de zinc y
madera, tiradas por bullosos carros de mula, por toda la ciudad de Maracaibo.
Entonces tenía yo unos doce años.
CHARLA SOBRE BAUDELAIRE |
Luego, en Los Puertos, fui a la
escuela primaria del maestro José Paz González, de tan avanzados conocimientos
docentes para la época, que en el pensum de estudio que aplicaba, incluía hasta
materias que correspondían en detalle al 1er. año de secundaria; haciendo que las
proposiciones o tesis que pedía, fueran copiadas del pizarrón para ser memorizadas y razonadas, al momento de ser
requeridas en clase.
A esto debo añadir -como algo envuelto en una incoherente paradoja-, que
en esta enseñanza tan bien lograda en el papel, no había en cambio ninguna
correspondencia o advenimiento solemne de
parte del maestro Paz González; pues él, como fumador empedernido que era, no
llegó nunca a conciliar la práctica con esta teoría que impartía, ni siquiera
en el aula. Tanto fue así que, su muerte, según supe después, se produjo
lamentablemente a consecuencia de un enfisema pulmonar agudo, provocado por el
cigarrillo.
Eran tiempos en que la educación dependía en buena
parte de la filosofía de la palmeta,
por aquello de que la letra con sangre
entra; que tan de buena fe predominaba entonces. Igual que hoy el
conocimiento universal se reduce a la técnica y la informática, (camino a la
robotización), prestándose de alguna manera al vaciamiento del saber
fundamental que a buena hora y eternamente revelan las bellas artes, la
historia, la antropología, y, demás estudios de la realidad humana.
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