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domingo, 8 de marzo de 2015

CAMINANDO EL PARQUE



CAMINANDO EL PARQUE
Manuel Martínez Acuña
            Pues bien; ese lugar de árboles y pájaros, de pasatiempo y abstracción, donde ejercito mis arneses, y, también las utopías de mi ayer, me ha recordado que hay siempre una verdad, un primer plano de realidades en el que los colores, los sonidos, y, el mismo sol que asiste al suceso de la vida, nos imponen reflexiones próximas a la naturaleza de las cosas, e interpretaciones autenticas, dirigidas a conocer mejor, cómo es realmente el mundo que acontece a nuestro alrededor.  
         Así, entre la meditación y la perspectiva del paisaje, nos vamos abriendo el camino en medio de la gente que va y viene, trota en grupo, o anda a ritmo acompasado, dejando caer por supuesto sobre toda suerte de cosas domésticas, los cuentos de vecindad.
         Una vez llevada a su mejor porqué la misión de estas meditaciones, aclaro lo que ahora intento expresar, sobre lo que hace contradictorio a una contradicción. Me refiero a lo que pienso cuando veo por ejemplo caminar a una persona con un “ipod” colgado de una oreja, un celular, o, cualquier otro adminículo, privándose con ello de hacer diferente ese momento único que vive; dar oído a las voces de los pájaros, o perdiéndose de contemplar, desde un postigo del follaje que ciñe el parque, lo maravilloso que es la creación de la naturaleza.
         Asimismo, una segunda mirada nos hace redundar en aquello que viene a parar poéticamente en la juventud, como divino tesoro; y, ver cómo hace de cada talonada suya al andar, el centro del universo. Y, está bien que así sea, pues en esa  etapa de la vida, resplandece siempre la estrella -aunque fugaz- de la ilusión. Sólo que, a cambio de lo expresado, o por cuanto nuestro lucero no late al mismo compás que esa estrella, nos hacen a un lado o, invisibles, acaso por eso de que, una cosa acaba donde otra empieza.
         Por tanto, no deja de ser oportuno entonces, señalar finalmente, que, el ideal no envejece, para quien tiene la voluntad dispuesta. Y, que, mientras se pueda tararear al menos las Cuatro estaciones de Vivaldi; o, el Lago de los cisnes de Tchaikovski, por cotejar algo de las propiedades diferenciadoras del regggaeton del “Ipod”; o, mientras se pueda bosquejar aún el apresuramiento de un párrafo al siguiente, o la página de un libro en cada vuelta realizada, no puede ser tomado a la ligera como una niebla muda, irreal e invisible, fuera de la región de las ideas.
         Caminar un parque sin llegar a la plenitud sustantiva de cuanto lo llevó a su encuentro; o, no contemplar la magia alucinante que la naturaleza brinda, es como tratar de colgar un cuadro en la pared, sin advertir la ausencia del marco. O, caminar un jardín, sin reparar la presencia de las flores.

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