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domingo, 15 de mayo de 2011

A la vuelta del Tiempo - Manuel Martinez Acuña - Parte 10

A
sí transcurrieron treinta largos años de constante y dura actividad agropecuaria, durante la cual me hice de la experiencia genérica o elemental necesarios, tras haber sentido, conocido o presenciado todos y cada uno de los aspectos que gobiernan esa compleja, pero gratificante tarea. Y, en ese largo trayecto existencial, igual pude contemplar situaciones maravillosas y  compartirlas al unísono con mi familia y, amigos más cercanos. Pero también tuve que enfrentar obstáculos casi insuperables;  que a la postre me sirvieron a pesar de todo, de una segunda formación. De receta útil. De una nueva universidad abierta.

            Cuando a principios del año 45 tomé la decisión de dejar algo que ya conocía de antemano, por lo totalmente desconocido, recibí duras críticas de quienes al momento pensaron, que mi futuro y superación integral estaba irremediablemente condenado a la carrera política. Que era lo más especial a lo que yo podía aspirar. Pero ellos pretendían ignorar -apretando un poco más las cosas-,  lo que yo juzgaba de la política. Que a decir de Voltaire, es el arte de mentir a propósito. De mi absoluto desagrado.
            Aquellas advertencias no sólo me mantuvieron siempre sin cuidado alguno, sino que muy pronto fueron burladas por las horcas caudinas de la revolución de octubre de ese mismo año, liderada por Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, que barrió con todos los políticos que en ese momento cerraban filas con el gran demócrata Isaías Medina Angarita, hasta el último servidor público; entre los cuales habría estado yo, si no me hubiese escapado a tiempo.
Las Huestes del Sosiego
         Cuando años después comencé a escribir regularmente para el diario Panorama de Maracaibo, lo hice sin pertenecer a ningún cenáculo político alguno (a excepción de los postulados de la Asociación de Escritores del Zulia, por ser  entonces su presidente, y por creer en ellos), sino con el fin de desmontar las conveniencias y fantasmas de los que siempre sienten la necesidad obsesiva de reducir la verdad a la simple impresión de papel moneda. Identificándome así con las enseñanzas recibidas del Círculo Literario de la Juventud Católica de Altagracia, del que ya he hablado.
            Yo nunca me he considerado un escritor logrado, pues lo demuestra el hecho de que apenas se han salvado del cesto y de las llamas, algunos  cuentos  y  chistes, y, algunas conferencias, como Cecilio Acosta y el poder moral, 1981. Ensayos, como la Fundación de Maracaibo, 1996. U obras como el poemario Las huestes del sosiego, 1983, y, la novela “Baúles de monasterio”, 2009. (Ilustrados en recuadros y viñetas).
            Mas, al mirar hacia atrás, no puedo dejar de recordar cuánto no le debo a aquel gran escritor e historiador, Adolfo Romero Luengo, con quien compartí inquietudes literarias, crítica de arte, y hasta reconcomios metafísicos y éticos de continuo. Un hombre lleno de amor y de pasión por lo que luchaba. Por  su manera de creer en Dios. Vivía un idealismo casi desesperado. Entre muchas otras cosas, se ocupó hasta de enseñarme a leer el Quijote. A encontrar en su locura, lo que ha sido normal en la humanidad. A hallar en los molinos harineros de Criptana, el sentido de las cosas. A él debo pues, mi primer acercamiento a los grandes autores.                                         

Conferencia
            Hubo veces en las que me dictaba cartas y algunos documentos, con el doble propósito de que aprendiera redacción y a soltarme en la escritura. Y, porque también de paso, su caligrafía era casi ilegible.
        Un día de tantos, y, meciéndose en su hamaca de dormir, me extendió la mano provista de un lápiz y un papel, para que yo escribiera el dictado de una carta de amor, que él aspiraba hacerle llegar a una quinceañera a quien pretendía de amores; sin que en ningún momento me diera una idea de quién era ella.   
            Mi intención  desde luego fue, poner todo el empeño posible, para que la carta quedara impecablemente escrita, y, sin ningún error ortográfico; sin percatarme de que yo le estaba sirviendo de alcahuete en aquellas circunstancias, a mi propia hermana Alicia. Y, al mismo tiempo de arlequín, a catorce de mis futuros sobrinos. Así fui tomándole más y más cariño a los libros. A ser testigo o mártir  de los embates a los que se expone todo diletante de la literatura.
        Digo la verdad cuando afirmo que, mis limitaciones formativas no han sido pocas, debido a mis carencias académicas; pero en cambio ha sido mucha la búsqueda apasionada que he seguido, repasando tramo a tramo la larga travesía del conocimiento.

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