DEL OBJETO AL CONTENIDO
MANUEL MARTÍNEZ ACUÑA
Según considera Félix de Azúa
en su “Diccionario de las Artes”, no hay avatar humano cierto fuera de su
inmediata coloración, sin que antes no haya pasado por el puente tendido entre
el intelecto y la reflexión. Así por ejemplo, cada vez que recibimos de la
televisión, el cine, la prensa escrita o internet, el mensaje corporativo que
la tecnología nos vende a domicilio a través de sus efectos audiovisuales, nos
preguntamos siempre en la más estricta intimidad, qué cosa pudiéramos hacer
para conservar incólumes los principales valores éticos aprendidos en familia,
frente a una opulenta escuela que pretende moralizar virtudes a la misma
velocidad que las destruye.
El poder que han acumulado
estos medios de comunicación en los últimos veinte años, no es sino la
constatación de un éxito rigurosamente convertido en salazón de la conciencia
occidental -por no hablar de una nueva cultura general- cuya autoridad e
influencia exageradas tendrán que tipificarse algún día en la legislación
venezolana, sobre todo en lo relativo al papel de la televisión, ya que de lo
contrario no habrá más moral pública ni más realidad política, que la
sancionada por dichos medios.
Pero el asunto no termina
aquí. Hay que añadir un objeto más de cierto contenido freudiano que, en muchos
aspectos psicológicos, constituye el filamento perfecto para hacer cambiar el
alma del pueblo, vaciar el contenido ideológico de cualquier proyecto social, y,
confundir la capacidad intuitiva del venezolano; lo cual no es otra cosa que hacerse
del título de buen ciudadano.
Cabe decir pues que, la
imagen de espiritualidad universal y pasado histórico que antes irradiaban la
televisión y medios impresos con su fuerza creativa, coherente, didáctica y
susceptible de credibilidad, hoy no llega a ser sino un objeto más en el
mercado de las cosas rentables. A no tener ni un solo gramo de aplomo en la
información.
Vale señalar entonces que,
del objeto al contenido, hay un desierto poblado de leedores, de televidentes
enmudecidos y cansados por tanta humillación a la inteligencia, tanto ultraje a
la moral y, tanto atropello a la verdad.
Una piedra es una piedra, hasta
que no se descubra su lado bueno y su lado malo.
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